Dokumentuaren akzioak
Jose Zarraga "Eperra", "giribillak" maite ez zituen aurreskularia
Aurreskulari gazteek jira-bira eta keinu gehiegi egiten dituztela irizten dio Eperrak, itzul-inguru bortitzak, pirueta sineskaitzak. Hantura eta dantzaren barrokizazio hori azaltzeko "giribilllak" hitza erabiltzen dutela dio Jose Zarragak: "alegia, galeriara begirako erakustaldi tontoak, neurritasun eta soiltasunik gabeko figurak, jauzi akrobatiko eta nabarmenegiak..."
Aurreskua dantzatzeko "erritmoa, zalutasuna eta dotorezia" behar direla dio Jose Zarraga Eperrak, baina ez dela inoiz neurritasuna galdu behar, soiltasunez, begirunez eta naturaltasunez dantzatu behar dela. Joera horren erantzuletzat, neurri batean behintzat, Bittor Olaeta jotzen du Jose Zarraga Eperrak. Bere dantzakera distiratsua imitatu nahirik mugimenduak hanpatu eta aurreskulariaren izaera klasikoa hautsi baita, erritmo lasaia, bira eta keinuen neurritasuna hankaz gora botaz, eta gehiegikerian eroriz.
Erromerietatik desagertzen
Plazarik plaza aurreskuak dantzatuz 32 urte daramatza Jose Zarragak elkarrizketatu dutenean. Aurreskularien izenak aipatuz Jose Arostegi, Emilio eta Fausto Lekue anaiak, eta Anton Romero gazte bilbotarra aipatzen ditu.
Aita Donostiaren lanak biltzen dituen bere lanen 10. alean argitaratu da Jose Zarraga Eperra aurreskulariari egindako elkarrizketa hau. 1954an Juan de Ugaldek elkarrizketatu zuen Eperra, eta La Gaceta del Norten argitaratutako elkarrizketa hori jaso zuen Aita Donostiak.
Aurreskua erromerietan dantzatzeari uzten ari zaiola ohartarazten du Ugaldek, eta "museoko zerbait bihurtu dela, folklorismoa, hildako zerbait". Baina aurresku bizia, sensitiboa, malgua, nobela, dotorea, hori ahazten ari dela. Sokako aurreskuaz ari da kazetaria.
Jose Zárraga "Eperra", el “aurreskulari”
Por Juan de Ugalde.
Entre los festejos de nuestros pueblos no suele faltar casi nunca un concurso de “aurreskularis”. El “aurreskulari” es uno de esos juglares de antaño que sobreviven en nuestros días, suscitando emociones, recuerdos y nostalgias en las plazas pueblerinas, con sus figuras, trenzados y cabriolas. Algo hay en sus danzas, llenas de nobleza y señorío, que nos sabe a romance medieval, sencillo y violento, pero hecho sin esfuerzo, con decoro y apostura. El “aurreskulari” baila para el pueblo, para recordarle sus antiguos bailes, fuertes, desbordantes de gracia y de belleza. Y ese pueblo aldeano, que ya no baila el “aurresku” en las romerías, se emociona, sin embargo, viendo cómo el ágil danzarín va trenzando los viejos bailes de la rugosa y robusta Euskalerria...
El “aurresku” se va olvidando y ya no se baila en nuestras romerías. Desgraciadamente, se ha convertido en algo de museo, de folklorismo oficial, es decir, en cosa muerta, que se exhibe en los festejos de pueblo como una carrera de sacos o una porfía a la sopa boba. A veces lo bailan también unos graves y sesudos señores, a la salida de la misa mayor, en alguna gran festividad. Señores reumáticos y adiposos, conducidos por el alcalde del lugar, que de este modo creen retener algunos jirones de nuestras tradiciones...
Pero el “aurresku” vivo, sensitivo, flexible, noble y caballeresco, eso se va olvidando. Los extravagantes bailes modernos lo van arrinconando. ¡Y qué bello es el “aurresku”! La cuerda de ocho o diez bailarines presididos por el “aurresku” y el “atzesku”. En primer lugar, el tiempo de la danza que baila el primero ante la joven que ha de ser su pareja. ¡Con qué decoro, nobleza y apostura lo baila! La melodía es verdaderamente de una gracia exquisita, con rumor de dulces requiebros para la moza preferida. El “atzesku” no quiere ser menos y también baila ante su pareja. Es bello madrigal convertido en danza briosa y apasionada, acompasado por las notas alegres del “chistu” y los redobles del tamboril. Y luego, el desafío entre el “aurresku” y el “atzesku”, con su musiquilla movida y graciosa, matizada de noble y delicada animación...
José Zárraga “Eperra” (la perdiz) es uno de esos juglares que bailan en las plazas de los pueblos en fiesta, bajo las guirnaldas de banderitas multicolores, al sol de las ardientes mañanas, llevando al corazón de los espectadores un poco de emoción y de alegría, de apego y de cariño hacia nuestras viejas danzas regionales. Es más bien bajo y membrudo, nerviosillo, seco y ágil. Es también monta- ñero, y le hemos encontrado muchas veces lo mismo en cumbres que en plazas, con su sonrisa un poco traviesa e infantil, con sus ojos relucientes de juvenil inquietud.
– Me gusta bailar –nos dice–. Bailo lo mejor que puedo nuestros viejos “aurreskus”, poniendo en el baile mis cinco sentidos y también un poco de corazón y de nostalgia...
– ¿Nostalgia?
– Nostalgia por un baile tan bonito que ya no lo saben bailar los jóvenes de ahora.
– ¿En cuántos pueblos has bailado?
– Puedo decir que en casi todos los de Vizcaya y en bastantes de Guipúzcoa. Pero, sobre todo, en Vizcaya. Yo creo que en nuestra provincia se ha bailado y se baila el “aurresku” mejor que en Guipúzcoa. Casi estoy por decir que nuestros “baserritarras” lo sienten más, se emocionan más con él. Hablo, claro está, de los viejos, ya que hemos quedado en que los jóvenes ni lo sienten ni les gusta.
– ¿Qué sientes cuando bailas en medio de la plaza, ante las muchedumbres que te contemplan?
– Una especie de orgullo y de satisfacción. Como el que sentiría el juglar que, en la Edad Media, en el patio de un castillo o en el atrio de una iglesia, despertaba el interés y la emoción de sus oyentes, sus risas y sus lágrimas, con el relato de un asunto dramático o de un episodio amoroso...
– Hemos quedado en que el “aurresku” ya no se baila en las romerías. ¿No te parece eso lamentable?
– Cierto que es lamentable. Pero otros bailes se imponen en los pueblos, lo mismo que en las ciudades, tan faltos, a menudo, de ritmo y de emoción cuanto sobrados de desvergüenza y de mal gusto.
– Qué cualidades se requieren para bailar bien el “aurresku”?
– Tres, sobre todo: ritmo, agilidad y elegancia. Nuestros bailes son bailes de extraordinaria movilidad. No son lentos y ceremoniosos, como puede serlo, por ejemplo, la sardana catalana. Añada usted a ello que en medio del torbellino de nuestros bailes, no debe perderse nunca el ademán elegante, la prestancia señorial, la sobriedad en los movimientos. La danza es un magisterio, y hay que ejercerlo con decoro y naturalidad.
– ¿No crees que, en ocasiones, el “aurreskulari” exagera un poco sus movimientos, achabacanando su estilo, haciéndolo menos sobrio y natural?
– Si, indudablemente. Los “aurreskularis” jóvenes hacen demasiados giros y contorsiones, rodeos violentos, piruetas inverosímiles. Nosotros, en nuestro arte, tenemos una palabra para explicar esa hinchazón y abarrocamiento del baile. Decimos que son “giribillas”; es decir, alardes tontos para la galería, figuras exentas de sobriedad y sencillez, saltos acrobáticos y extravagantes...
– Y de eso quién tiene la culpa?
– Pues, sinceramente, creo que en parte Víctor Olaeta. Claro que indirectamente, se entiende. Olaeta es un bailarín genial, ajustando siempre a los más estrictos cánones que regulan el desenvolvimiento de nuestros bailes. Pero sus imitadores, a fuerza de querer copiarlo, exageran movimientos, pasos y figuras, violentando la estatutaria clásica del “aurreskulari”, su ritmo sereno, la sobriedad de sus giros y ademanes. Y el resultado es lo que decíamos antes: exageración, falta de sencillez y de precisión, desequilibrio inarmónico en el baile...
– ¿Cuánto saca un buen aurreskulari” con sus exhibiciones en las plazas de los pueblos?
– Eche usted unas dos mil pesetas como máximo al año, si le van bien las cosas.
– Cítame los nombres de algunos “aurreskularis” que adquirieron fama en los últimos años.
– José Aróstegui, por ejemplo, y los hermanos Emilio y Fausto Lecue, sin olvidar al gran
Mestraitúa...
– Y de los de ahora?
– Anote usted el nombre de Antón Romero, un muchacho de Bilbao que baila mucho y bien. Más que promesa, Antón Romero es ya una espléndida realidad.
– ¿Cuántos años llevas tu bailando por nuestras plazas pueblerinas?
– 32 años. Pero ya me voy volviendo viejo y es cosa de pensar en retirarse. Ya creo que no me queda “cuerda” para mucho rato. El tiempo no pasa en vano...
– ¿Tiene discípulos?
– Estoy enseñando a un muchachito, un tal Fresnedo, que promete. Creo que lograré hacer de él un buen “aurreskulari”.
– ¿Es verdad que Velázquez pintó a unos “aurreskularis”?
– Eso dicen algunos que se dedican a escudriñar estas cosas. Parece que en las postrimerías de su vida, cuando el gran pintor acompañó a Felipe IV en un viaje que hizo por Navarra, en un cuadro en el que se reproduce la ciudad de Pamplona, pintó en primer término un baile vasco, al parecer un “aurresku”.
– No conozco ese cuadro de nuestro gran pintor.
– Yo tampoco, pero creo que se halla en Londres, en la colección del duque de Wellington...
Una plaza pueblerina. Sol, balcones abarrotados de gente, multitud que hace corro en medio de la plaza. Alegría de mañana de verano, con una brisa inquieta que mueve nerviosamente las hojas de los tilos. Atención honda en la gente. El “aurreskulari” baila con señorío y noble apostura, trenzando figuras elegantes que prenden una suave emoción en el alma de la muchedumbre. “El tamborcillo de hada y la flauta de gnomo”, que decía Chaho, van dictando al bailarín su jugosa y robusta melodía. Y el moderno juglar salta, brinca, agita al sol sus brazos, gira acompasadamente, alza sus piernas al viento, las recoge, las dobla, se yergue majestuoso y altanero o doblega su cuerpo en un gesto de amable cortesanía, teje con sus pies exquisitas filigranas, y suaves ondulaciones con su cabeza y sus hombros...
¡Bailes, bailes viejos de la vieja Euskalerria!... Cuando Voltaire quiso pintar a los vascos de un solo trazo, dijo de ellos, en “La Princesa de Babilonia”, que eran “un pequeño pueblo que brinca y baila en lo alto de los Pirineos.”
La Gaceta del Norte. 1954.
Donostia, J. A. de. (2016). Obras completas del Padre Donostia. Vol. X. Notas de folklore del Padre Donostia. (E. X. Dueñas, Arg.) (Libk. 10). Donostia-San Sebastián: Eusko Ikaskuntza. 812-815. orr.
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