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Jose Mª IRIBARREN: "El Carnaval de Lanz" (1949)

2019/02/27 16:15
Jose Mª IRIBARREN: "El Carnaval de Lanz" (1949)

Jose Mª Iribarren: El Carnaval de Lanz (1949)

Beste leku askotan bezala, 1936-39 gerraren ondoren debekatu egin ziren inauteriak Nafarroako Lantz herrian. Hala ere, 1944an, Jose Mª Iribarrenek, Jose Esteban Urangak eta, dirudienez, Ignacio Baleztenak lortu zuten inauteria berriz egitea... egun baterako baino ez bazen ere.  Han ikusitakoa idatzita jaso zuen Jose Mª Iribarrenek, J.E. Urangaren argazkiekin, "Historias y Costumbres" izeneko 1949ko argitalpenean. Datu iturri ederra utzi zuten bertan, desagertzera kondenatuta zirudien inauteri ikusgarriaren berri izateko. Gerora, 60ko hamarkadaren amaieran, Caro Baroja anaien saioa etorriko zen , eta horri esker berpiztu egin zen.. Hona hemen, liburu hartako "El Carnaval de Lanz" izeneko atala, jatorrizko argazki eta irudiekin.

Jose Mª Iribarren

EL CARNAVAL DE LANZ

In “Historias y Costumbres (Colección de ensayos)”, Diputación Foral de Navarra - Institución “Príncipe de Viana”. Pamplona, 1949 (pp. 189-202)

En la villa montañesa de Lanz, situada entre los valles de Ulzama y Anué, se ha conservado hasta nuestros días una curiosa fiesta de Carnaval, que, por su alto interés folklórico, y por haber tenido ocasión de presenciarla, quiero recoger con todo detalle.

Los personajes que intervienen en esta farsa callejera son los siguientes:

a) EL GIGANTE MIEL-OTXIN. Los mozos aparejan un gigante de paja, de tres metros de altura. Suelen vestirlo con sombrero o gorro, careta de cartón, camisa, faja roja, pantalones azules y polainas de cuero o de goma.

Lo arman utilizando dos ramas de haya: una, larga, para los brazos, y otra, rematada en horquilla, para el tronco y las piernas.

A lo largo de los brazos extensos y sobre el pecho acostumbran a pegarle papeles con inscripciones: «Vivan los mozos de Lanz», u otras parecidas.

A este gigante lo llaman Miel-Otxín (¿Miguel-Agustín?), en recuerdo de un célebre bandido que, según tradición, cometió muchas fechorías en esta zona de la Montaña.

Asombra al forastero la altura y peso de este enorme muñeco de paja, y la facilidad con que un mozo (suelen elegir para esto al más fornido) lo baila sin cesar durante la fiesta, apoyando el trasero del gigante sobre su cabeza y agarrándole por los muslos o sujetándole por los talones.

Armazón del Xaldiko de Lanz

b) El XALDIKO. Es un mozo con disfraz de caballo. Este mozo, tocado con un sombrero de segador, con las alas recogidas sobre la copa, y cubierto su rostro con hollín o azulete, lleva a la altura de las caderas un armazón de tablas y palos cuyo dibujo adjunto. Es, como puede verse, un aparejo tosco, sólido y primitivo que, más que el cuerpo de un caballo, parece un instrumento de labranza.

De su parte anterior sobresale, sujeta a un corto vástago, una tabla en forma de U mayúscula que representa, de manera ruda y estilizada, la cabeza del caballito. De la tabla trasera cuelga una cola de caballo auténtica.

Este armazón, que el mozo agarra con ambas manos y que sujeta bajo sus hombros por medio de dos cuerdas en X que le cruzan el pecho; va cubierto por una especie de casulla de saco o lona que sólo deja ver la cabeza la cola del supuesto animal.

Véanse los dibujos que acompaño, y adviértase la diferencia que separa al recio y tosco aparejo de Lanz con el del Zamalzain de Zuberoa, que parece una tapa de cofre engualdrapada de volantes y de puntillas, y en donde la cabeza del caballito es fina cómo el mástil de un violín.

El Zamalzain de Zuberoa es un bailarín emperifollado y elegante. El Xaldiko de Lanz, por el contrario, es lo que debe ser según el viejo mito: un caballo salvaje; y el mozo que lo encarna procura ejecutar este papel de la manera más violenta y realista. Sus gritos son como relinchos; corre, salta, atropella y embiste, siempre perseguido y siempre retador. Parece un dios agreste e iracundo, un centauro furioso. Tanto se mueve y tanto corre y salta, que acaba su actuación rendido, sudoroso, jadeante.

Personajes de la farsa de Lanz: Ziripot, Gigante, Xaldiko

c) EL ZIRIPOT. Así llaman al personaje ridículo y risible de la fiesta. El Ziripot de Lanz es un mozo a quien visten con el disfraz más abrigado y embarazoso que puede concebirse. Lleva sus piernas embutidas en sendos sacos atiborrados de heno, de helecho seco. Por si esto no bastase para inmovilizarlo, una vez que le llenan los calzones, le cosen el extremo del holgado blusón a la cintura, y por la abertura del cuello le meten hierba seca hasta rellenarle completamente el torso.

Al pobre Ziripot (ziripot equivale en vascuence a rebotudo o rechoncho) lo tienen que bajar de la posada en hombros, y, ya en la calle, le proveen de un palo largo, de una leña, en la que apoyarse para poder andar.

Lleva la cara enmascarada, y un trapo que le ciñe la cabeza y que le da apariencia de mujer. Y lleva el cuerpo tan forrado de hierba que, sin doblar el tronco, cae hacia atrás como caería un saco, y recibe los más tremendos talegazos sin lastimarse.

 d) LAS MASCARAS O CHACHOS. Todos los mozos del pueblo, todos, se disfrazan para esta fiesta con los disfraces más extravagantes, ridículos, astrosos y harapientos que ví en mi vida.

Todos llevan la cara tapada. Un pedazo de saco, de colcha o de cortina, sin agujero alguno, les sirve de careta, de tapujo.

Muchos llevan sobre la espalda, sobre los muslos y aun sobre las piernas, pellejos de animales: de vaca, de carnero, de oveja. Años atrás solían verse pieles de corzo.

Otros se disfrazan con sacos. Cinco o seis sacos por persona. Sacos por la cabeza, sacos cubriéndoles los brazos y los pies, dándoles un aspecto zarrapastroso de fantasmas parduscos.

Algunas de estas máscaras cubren sus cabezas con canastos y con pozales rotos, y una vi que llevaba sobre los hombros, haciendo oficio de careta, un saco entero lleno de hierba.

El resto de los chachos viste disfraces estrafalarios y abigarrados. Van cuajados de pingos, de colgajos y falandrajos.

Muchos de ellos esgrimen palos y escobas viejas.

e) LOS HERRADORES. Confundidos con la comparsa de los chachos van tres o cuatro herradores, que sólo se distinguen de los demás en llevar instrumentos del oficio: un caldero, tenazas, martillos, herraduras, etc.

Los herradores tienen por misión herrar al xaldiko en dos lugares del trayecto.

Grupo de mascaras ante la puerta de la posada posada (1945). Foto: Jose E. Uranga

La farsa se celebra en los días segundo y tercero del Carnaval, y comienza a las doce del mediodía.

A esta hora salen de la Posada todas las máscaras con el gigante, el xaldiko y el ziripot.

Los chachos lanzan agrios chillidos, irrintzis bárbaros, aullidos y ayes penetrantes y agudos. Parecen un ejército de locos, una tribu salvaje en marcha hacia el festín, o un escuadrón de brujos dirigiéndose al aquelarre.

Sobre la masa abigarrada y movediza de las máscaras, sobré el barullo de sacos y pellejos, palos y escobas, resalta la figura rígida y boba del gigante, que sobre la cabeza de su sufrido portador baila al son de la gaita, que ejecuta una marcha exclusiva de este acto.

Mezclado con el grupo de las máscaras, avanza lentamente el ziripot, rodeado de algunos chachos encargados de protegerle de las acometidas del xaldiko y de alzarle del suelo cuando cae.

Miel-Otxin y el Xaldico rodeados de chachos (1945)

El xaldico va brincando y saltando, dando chillidos, hecho una fiera, siempre acosado y perseguido por las máscaras, que le golpean con sus escobas y tratan de alejarlo del ziripot.

Pero el xaldiko a todos atropella y embiste, y, apenas halla un hueco por donde colarse, se acerca al ziripot, le asesta un testarazo con la parte anterior de su aparejo, y lo derriba, poniéndolo perdido, porque raro es el año en que las calles no estén llenas de barro.

El público y los chachos celebran mucho las caídas del ziripot, quien, a su vez, procura exagerar la violencia del talegazo, tumbándose de espaldas y lanzando a los aires sus ridículas piernas.

Al xaldiko fingen herrarlo ante la casa que llaman del Herrero, casa donde jamás existió fragua, y que, según parece, tomó su nombre de esta fiesta.

Horas antes colocan un yunque ante el portal, y cuando la comparsa llega a él, varios chachos aprisionan al xaldiko y lo llevan al lado del yunque, donde los herradores simulan ejercitar su oficio.

Hecho esto, sigue su marcha la comitiva a través de las calles del pueblo, entre los alaridos e irrintzis con que los chachos celebran la persecución del xaldiko, y las continuas caídas del ziripot.

El ziripot ayudado por los chachos (1945)

Al xaldiko vuelven a herrarlo en otro lugar del trayecto, y en esta forma recorre el pueblo la comparsa hasta la hora del yantar.

La fiesta se repite en igual forma al mediodía del martes. Y por la tarde tiene lugar la ejecución del Miel-Otxín.

El Gigante sale de la Posada acompañado por todas las máscaras. La comparsa (en la que no figuran ya ni el ziripot ni el xaldico), recorre el pueblo y termina su marcha en la plaza. Cuando el gigante llega a mitad del suelo del frontón, una máscara, que permanece allí en espera y que lleva colgada al hombro una escopeta de caza, le dispara dos tiros con pólvora. El gigante es derribado en tierra, y chiquillos y mozos, caen sobre él, rasgándole las vestiduras y haciéndolo pedazos.

Luego arman un montón con la hierba que llena sus entrañas, le prenden fuego, y la tropa de máscaras, con los hombres del pueblo, bailan en torno a la fogata un zortzico al son del txun-txun.

La fiesta ha terminado y sigue el baile hasta el anochecer.

Los chachos apaleando a Miel-Otxin (1945)

Antiguamente marchaban detrás de la comparsa del Miel-Otxín dos mozos disfrazados de damas, con trajes blancos. Iban muy serios, respetados de todos los chachos, y leyendo cada cual en su libro. Por su ademán adolecido y silencioso, representaban ser familiares del gigantón, acompañándole al suplicio.

Estas damas, al llegar a la plaza, hacían aspavientos de dolor.

También antiguamente la muerte del gigante era objeto de pantomimas que tenían sus miajas de irreverencia. Hacían simulacro de confesar a Miel-Otxín; las damas fingían leerle la Pasión, y los chachos se tiraban al suelo, simulando llorar de sentimiento por su muerte.

En la farsa de Lanz coinciden dos representaciones de diferente significación: la del gigante y la del caballito.

La costumbre de quemar gigantes de paja durante el Carnaval es común a muchos pueblos, y aparece muy repetida en el folklore vasco-navarro y pirenaico. (1).

Resurrección María de Azcue, en su obra «Euskalerriaren Jakintza», dice que en Ulzama (alude a Lanz sin duda), los días segundo y tercero de Carnaval sacaban por las calles a un hombrachón envuelto en un saco de paja y junto a él un hombrecillo. Al gigante –añade– lo llaman ziripot y al enano xaldiko (caballito).

Hay confusión en esto, pues como ya se ha visto, una cosa es el gigante de paja y otra el ziripot de pesadas piernas, víctima de las coces del xaldiko o caballo.

Zortzico tradicional en torno a la fogata (1945)

El mismo Azcue refiere que en Ustárroz el gigante tenía por nombre Aitandi-txarko, y lo colgaban sobre la calle por medio de una cuerda sujeta a dos ventanas.

Esta costumbre de sacar peleles y gigantes de paja en los días de Carnaval parece ligada al mito vasco del Zampantzar (del francés Saint Pansard, San Panzudo, que ví citado por Rabelais). En muchos pueblos, a este muñeco de paja, símbolo del Carnaval, lo insultan, acusándole de glotón y borracho; lo arrastran por las calles, y terminan, o ahogándolo en el río o dándole fuego y arrojándolo al agua cuando está ardiendo. (2)

Para los eruditos del folklore estos ritos, adscritos hoy a una festividad popular y desprovistos de su significación primigenia, eran ritos de expulsión, en los que se fingía la expulsión de un Mal (del espíritu del invierno) representado por una persona, por un pellejo, por un muñeco de paja, etc.

Plutarco cuenta que en su tiempo y en su ciudad natal, en Queronea de Beocia se fingía la expulsión del Hambre, representado por un esclavo, al que golpeaban con palos.

En algunas regiones españolas, el Año Viejo es representado por de un pellejo al que prenden fuego. En otras, el pellejo es sustituido por un muñeco.

Julio Caro Baroja nos dice que todavía en el siglo XVII, en la provincia de Valencia se celebraba el rito de la expulsión del Hambre, representándolo por medio de un muñeco de paja que se colocaba en el campo el primer día después de la trilla, y al que prendían fuego, en medio del jolgorio general.

Ignacio Baleztena, en su interesantísimo folleto «Los gigantes de Pamplona», refiere que «en las fiestas de la coronación de Don Juan de Labrit, los agramonteses sacaron por las calles de Pamplona, para regocijo y esperanza del pueblo, tres siniestros gigantones, representando al hambre, la peste y la guerra, los cuales, después de ser bailados por la ciudad al son de chirimías, salterios y chirolas, fueron quemados en el prado de los Predicadores, mientras el pueblo les arrojaba piedras e inmundicias.

Querían dar a entender con esto que con el nuevo rey desaparecerían de la pobre Navarra las calamidades que de tantos años atrás la afligían».

Sería interesante averiguar la significación primitiva de estos gigantes de paja, de estos muñecos panzudos del País Vasco, conocidos con el nombro genérico de Zampantzares y Gigantes de Carnaval, sustituidos posteriormente, como ocurre en Lanz, por la representación de un bandido, o por la de un personaje aborrecible, como ocurre en Cintruénigo con los «Chapalangarras» que cuelgan por las calles el día del Bautista, y a los que ya hice referencia en «El folklore del día de San Juan».

Por lo que hace al xaldiko de Lanz, esta intervención en una pantomima carnavalesca de un hombre disfrazado de caballo es del más alto interés folklórico y ha sido objeto de estudio por la escritora inglesa Violet Alford.

En las «Mascaradas» de Zuberoa (Francia), donde intervienen numerosos personajes, hay uno de ellos, llamado Zamalzain del mismo origen y significación que el caballito de Lanz.

Zamalzain de las Mascaradas de Zuberoa

El Zamalzain de Zuberoa es un personaje que lleva, sujeto a la cintura, un armazón de madera semicilíndrico, representando un caballo. La cabeza del caballo es muy pequeña, y las piernas del hombre están medio ocultas bajo la gualdrapa de puntillas blancas que pende del citado armazón. El hombre cubre su cabeza con una alta corona adornada con flores, plumas, cintas y pequeños espejos.

Este Zamalzain danza, corretea continuamente, y se evade de la persecución de que es objeto por parte de otros personajes de la farsa.

Durante una de las pantomimas rituales, una tropa de castradores, llamados kherestuak, trata de cogerlo por sorpresa. Por fin, le arman una trampa y lo capturan. Entonces los herradores simulan herrarle los pies, mientras los castradores fingen ejecutar su oficio de manera simbólica, arrojando al final dos corchos, que la tropa de los negros hace ademán de devorar. El Zamalzain, después de herrado y castrado, vuelve a danzar y a correr, perseguido siempre por las máscaras.

La representación del hombre disfrazado de caballo es secular y universal.

Durante las Kalendas de marzo (el Año Nuevo romano) las gentes, disfrazadas de pieles de animales, recorrían las calles de la Roma antigua con una especie de caballo o ciervo de madera.

San Eloy, en su célebre Sermón, donde reseña y vitupera las costumbres paganas que seguían practicando los cristianos del siglo VII, dice:

«Que nadie, en las calendas de enero, se disfrace de ternero o de ciervo». (3)

En Lanz, como hemos visto, salen hoy, junto al hombre-caballo y formando parte de la comparsa, muchos mozos, disfrazados con pieles de animales, que danzan, saltan y gritan.

Alford, refiriéndose a esto en un interesante trabajo, publicado en la Revista de Estudios Vascos el año 1931, dice que «en Lanz, los últimos días de Carnaval, un hombre-caballo, el Zaldizko, se pasea en medio de unos treinta dantzaris disfrazados, de un hombre vestido de mujer (alude al ziripot), r de un compañero que lleva una escoba. Al caballo lo hierran, y el martes de Carnaval termina su paseo de una manera trágica, pues, lo matan de un tiro».

La eminente escritora inglesa, que saca de la muerte del caballo de Lanz consecuencias muy interesantes, está mal informada. En Lanz, como acaba de verse, no matan al xaldiko, sino al gigante.

Según ella, el Zamalzain de Zuberoa y el Xaldiko de Lanz, descendientes de un antiquísimo animal-dios, pueden tener un doble significado: el de una vieja divinidad, personaje esencial y principal de un rito, y el de una representación del Espíritu de la Abundancia dentro del universal rito de la primavera. (4)

«Parece natural –dice– que un Espíritu de la Abundancia tomase forma de caballo en un país ganadero, como lo es Navarra y el Bearne. Es natural que los siglos hayan añadido detalles (el herraje y la castración) que no pertenecían a las primeras representaciones y que deriven de la domesticación del caballo»,

Quedan aún, hombres-caballo en fiestas populares en Inglaterra, Carinthia, Styria, Suiza, Bélgica, Holanda y Alemania.

Refiriéndonos a Navarra, consignare que en un libro manuscrito del siglo XVI, en una copia del famoso Privilegio de la Unión, copia que se conserva en el Archivo Municipal de Pamplona, aparece dibu­jada al margen de una de las hojas un curiosísimo zaldiko tocando la zampoña. Por lo visto en aquellos tiempos, los gaiteros salían disfra­zados de caballos, y el copista, se entretuvo en dibujar uno de ellos.

Zaldiko de Pamplona (1931) y gaitero con dsfraz de caballo (s. XV)

Parecida representación de hombre-caballo tocando la gaita la encontrarnos en los bajorrelieves de la puerta que existe en la capilla de San Francisco Javier de la Catedral de Pamplona. (Véase el dibujo adjunto).

Hombre-caballo tocando la gaita: bajorrelieve de la capilla de San Francisco Javier de la Catedral de Pamplona

En cuanto a los zaldikos o saldicos que en Pamplona acompañan hoy a la comparsa de los gigantes y los, cabezudos, no hay que confundirlos los personajes de una pantomima, toman parte en mascaradas o farsas ligadas al Carnaval y al Rito de la Primavera. Es muy probable que su origen sea el mismo, pero es lo cierto que han perdido su significación primigenia para pasar a ser un motivo decorativo y de entretenimiento popular.

De todas formas no existen en España –que yo sepa– otros zaldikos de esta clase que los de Pamplona y los de Estella. Hermanos de los cuales son los famosos Caballets valencianos.

Los zaldikos pamploneses aparecen por vez primera en documentos del Archivo Municipal en el año 1648. En dicho año –según refiere Baleztena en su citada obra– don Miguel de Gazolaz «maestro de danzas de gigantes de la Ciudad», recibió de ésta 152 reales «por haber regocijado la fiesta del glorioso San Fermín... con los seis gigantes de la Catedral, caballico, tarasca y los cuatro gigantes de fuego y un jular» (chunchunero).

Ya en 1598, entre las muchas danzas de espadas, paloteado, guirnaldas, etc., que precedieron a la procesión de San Fermín, figuró una, dirigida por Fermín de Campos, vecino de Garés (Puente la Reina), en la que danzaban, ejecutando escenas de torneo, «ocho caballitos de cartón».

En 1755 al caballito sé le da oficialmente el nombre de «saldico».

Un siglo antes los vemos en Azpeitia. El día 7 de agosto de 1622, con motivo de los festejos celebrados en dicha villa en honor de San Ignacio de Loyola, y antes de la corrida de toros, doce hombres, jinetes en sus caballitos de cartón, torearon y rejonearon «un toro fingido, pero muy bravo, que maltrató algunos caballos e hizo suertes de grandes risas».

Respecto a la significación del personaje gordinflón, patudo y caricaturesco, llamado ZIRIPOT, es cosa que no he podido averiguar.

¿Se tratará de un ZAMPANTZAR viviente, de una derivación burlesca y realista de los viejos muñecos panzudos que en muchos pueblos del País Vasco sacan a relucir en Carnavales? ¿Será una especie de Don Carnal? ¿O un personaje femenino?

¡Allá los investigadores! Es muy posible que el ziripot no tenga otro significado que el de una máscara que, por ser más risible que las otras, se añadió al rito tradicional del caballito y el gigante, llegando con el tiempo a constituir un personaje indispensable de la pantomima.

Lo que sí puede asegurarse es que la farsa carnavalesca de Lanz, con su gigante, su xaldico y su ziripot, es única en España y en el mundo.

 

NOTAS:

(1) Salvador Harruguet, en su libro «Le Carnaval au Pays Lasque», describe así el entierro del Carnaval que se celebra en las aldeas de la región vasco-francesa:

Clavado al extremo de un palo, un muñeco de paja es paseado a lo largo de las calles. Clérigos ficticios, plañideros cubiertos con capuchones, y máscaras que gimen y lloran siguen al maniquí, exteriorizando un dolor desbordante, un tremendo pesar. Llevan coronas mortuorias hechas con ristras de ajos, rosarios de conchas vacías, cebollas, puerros, sardinas y otros emblemas de la Cuaresma.

Una banda de música cierra la marcha ejecutando aires tradicionales.

Ha llegado la hora de la cremación. En la plaza o, por lo regular, en un puente la comitiva se detiene. Se adelanta una máscara que encaramada sobre un tablado dirige al Carnaval un fúnebre adiós.

Generalmente se organiza toda una farsa teatral, una parodia de juicio, con jueces, abogados, secretario, gendarmes, etc. Los debates, los discursos, las defensas no tienen nada de académicos. La truculencia y la jovialidad campan en ellos. Se improvisan versos; se mezclan prosa y verso, y el francés, el vascuence, el castellano y el latín se entremezclan en un caos pintoresco. La sátira añade su pimienta, y es zaherido todo lo injusto, lo falso y lo convencional. Fustigan la hipocresía y la mentira, exaltan la miseria. Los felices, los ricos y los poderosos no se libran de sus pullas, y los flechazos llegan a todas partes.

La multitud celebra la gracia gorda de estas sátiras, y ríe de todo corazón.

Por último, cuando el muñeco que representa al Carnaval es quemado, los lloros se redoblan, los gemidos se multiplican, hasta que estallan con estrépito los cohetes que alojaba en sus entrañas el monigote.

Ramón Violant, en su magnífica obra «El Pirineo Español» (1949) habla de farsas parecidas que, hasta fecha reciente, se han venido celebrando en Durro, Sarroca de Bellera y Rialp, pueblos del Pirineo de Lérida, donde el Carnistoltes, o muñeco de paja, símbolo del Carnaval o del espíritu del invierno, era juzgado públicamente y condenado a muerte. Fingían dispararle un tiro, y luego lo quemaban.

(2) El ya citado autor de «El Pirineo Español» dice al hablar del Carnaval en los valles del Pirineo:

«La costumbre más generalizada es que el personaje que simboliza esta gran fiesta invernal sea un muñeco o monigote del tamaño de un hombre, que suele presidir la fiesta durante tres o cuatro días. En otros casos vive sólo un día, el martes o el miércoles: nace por la mañana y muere por la tarde.

En la montaña de Navarra y en Aragón –añade– son corrientes los muñecos de paja. En Baraguás (Huesca), el martes de Carnaval confeccionaban una especie de gigante llamado Peirote, que era paseado por el pueblo en brazos de los mozos; el mismo día preparaban en Gistaín (Huesca), un monigote, y los mozos lo paseaban por el pueblo montado en un burro, hasta que lo sentenciaban a muerte. En Durro (Lérida), celebraban una farsa muy parecida el miércoles de ceniza por la mañana. En el Pallars (Lérida), el Carnistoltes o muñeco de Carnaval nacía el sábado por la noche o el domingo por la mañana y moría el martes o el miércoles por la noche. En Ribera (Gerona) preparaban una figura grotesca por la tarde del domingo, y después dé pasearla los mozos montada en un borrico, la colgaban de un balcón de la plaza, con una sartén en la mano, y desde allí presidía la fiesta, costumbre ésta común a varios pueblos de la misma zona».

(3) En el folklore pirenaico son corrientes las pantomimas carnavalescas, donde interviene un personaje disfrazado de animal, ya sea de oso, mula o caballo.

Violant, en su citada obra, consigna que en Sarroca de Bellera y en Espuy, pueblos del Pirineo leridano, la noche del Jueves Lardero salía la comparsa del oso: un individuo cubierto de pieles de carnero, representando un oso, conducido por otro individuo disfrazado de mendigo, que lo hacía bailar. Parodia ésta que, según dicho autor, debe de ser una supervivencia de la caza del oso que se practicaba en Andorra y en el Vallespir.

En el citado pueblo de Sarroca, el Domingo de Carnaval salía la comparsa de la mula blanca: un hombre cubierto con una sábana blanca o con una capa de igual color, que iba encorvado y apoyado en una horquilla de madera de dos púas (las orejas de la mula). Otra máscara, disfrazada de chalán, conducía a la mula por la plaza, simulando venderla; pero cuando el trato parecía cerrado, la mula se ponía a cocear, y la venta quedaba sin efecto. La misma farsa se practicaba en otros pueblos de la región,

En Isil (Lérida) el disfraz animal tomaba el nombre de cavallet.

Un paso parecido solían representar el mismo Domingo de Carnaval los mozos gallegos: el llamado de la mula y el maragato. Se refiere a él N. Tenorio en su libro «La aldea gallega», pág. 128.

La encarnación del espíritu del grano en la forma de ciertos animales abarca toda la Europa Central, y llega a los pueblos del Norte; en cambio, no aparece en el Sur.

En el país vasco ha existido esa encarnación y aún queda resto de ella. El animal al que transmigra el espíritu del grano o de la cosecha es el caballo.

En el país vasco francés –refiere la citada escritora Violet Alford– este espíritu aparece durante las veladas de otoño, en la época de desgranar el maíz. Tres jóvenes hacen irrupción en el caserío o en la granja. Uno de ellos es Zamari Churia (el caballo blanco). Este se cubre con una sábana blanca, y camina a gatas, llevando en las manos una horquilla de madera. Las dos puntas de la horquilla son las orejas del supuesto caballo. La cola son unas barbas de maíz.

El caballo y sus acompañantes bailan y saltan, mientras las muchachas gritan: «¡Zamari Churia! ¡Zamari Churia!».

El alemán Báhr, en su trabajo «Alrededor de la Mitología Vasca», dice que en Legazpia (Guipúzcoa), cuando durante la siega del trigo los niños quieren descansar o tumbarse, abrumados por el calor y la galbana, se les anima a seguir trabajando, diciéndoles: «¡A trabajar! Si no, se echará encima de vosotros el caballo blanco».

(4) En Los Molinos, pueblo serrano próximo a Madrid, tiene lugar el día 20 de enero, a las doce del mediodía, la «suelta de la vaquilla». Es función de significado y realización muy parecidos a los del caballito de Lanz.

«La suelta de la vaquilla» corre a cargo de la cofradía de San Sebastián, fundada en 1834. Uno de los cofrades hace de vaquilla. Se pintarrajea el rostro, se echa sobre los hombros una capichuela bordada, y se ciñe, a la altura de las caderas, un armazón compuesto de dos varas estrechas, que termina por delante en dos astas y por detrás en un rabo de vaca.

A la vaquilla la rodean y la siguen «cabestros», o sea varios cofrades vestidos zarrapastrosamente: con un cesto o una toquilla en la cabeza, una escoba en la mano, y en la cintura un correón, del que penden tres o cuatro cencerros.

La misión de la vaquilla es correr, correr incansablemente de un lado a otro del pueblo, embistiendo a todo el que se le pone delante, sin consideración a la edad, sexo o categoría social de los acometidos. Las mozas temen a la vaquilla y suelen encerrarse en sus casas, porque la vaca acostumbra a subir a los pisos y penetrar en las habitaciones. Algunas veces la vaca se ha echado al monte, a la sierra, y ha sido preciso buscarla y conducirla al pueblo. En tiempos, los cofrades de los cencerros se veían obligados a pasar el vado corriendo tras la vaquilla.

Al segundo o tercer día de esta farsa se verifica la muerte de la fiera. Aparece en la plaza el matador, armado de escopeta; dispara un tiro de sal al aire. La vaquilla da un alarido y corre. Suena otro tiro. La vaquilla se detiene, fingiendo haber sido herida en una pata. Cojea. Todavía embiste a los que se le acercan, a los cabestros (a los que no respeta durante sus correrías por las calles). Por fin, decide morirse lo más aparatosamente posible.

No es sólo en Los Molinos donde tal fiesta se celebra. «Esta práctica es viejísima en muchos pueblos serranos. Su origen es tan remoto que pudiera identificársele con la existencia del primitivo «totem», el toro, elegido como dios tutelar en tiempos muy lejanos», dice Luisa Carnés, de quien tomo estos datos.

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Aitor Gorostiza