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Vivir de puntillas
Catorce jóvenes participan en el taller de Danza del Ballet Biarritz en la Casa de Cultura de Egia
El curso, de tres semanas de duración, se dirige a chicos de nivel avanzado: «Pretendemos que estos días sean un puente para dar el salto a la Danza profesional -explica Adriana Pous-, que conozcan cómo es la vida diaria de quien hace del baile su medio de vida».
La mayoría de estas promesas de la Danza son guipuzcoanos, pero también hay alumnos procedentes de Barcelona y Zaragoza, y cuatro chicas que viajan todos los días desde Biarritz para estar a las diez en punto en clase. En San Sebastián les espera una jornada maratoniana ya que desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde trabajan sin parar. «Sólo descansamos una hora para comer», dice Claire, una de las alumnas francesas que repite este año.
El curso, que empezó el pasado 26 de julio y terminará el día 14, culmina con una representación ante el público. Adriana asegura que mentalizar a los jóvenes para actuar en público es la parte más difícil de su trabajo: «Tienen mucha timidez. Actuar es desnudar el alma y es muy difícil vencer ese miedo». Por esta razón les obliga a «exagerar mucho, para que pierdan la vergüenza». Pero además de la timidez la profesora destaca el «buen ambiente, el entusiasmo y las ganas de llegar» de sus alumnos. Este ambiente de trabajo es muy importante, porque en la Danza «saber trabajar en equipo es fundamental».
Trabajo duro
La rutina de esta escuela poco tiene que ver con la de series de televisión como la mítica Fama o la más cercana Un paso adelante. Cada mañana, los alumnos reciben una hora y media de clase de técnica clásica, «los ejercicios básicos que sirven como calentamiento -comenta Adriana- y es cuando se trabaja la concentración, fundamental para un bailarín». Tras el tiempo dedicado a la técnica, es el momento de ensayar la coreografía que presentarán al terminar el curso. Este año llevarán a escena Obertura Cubana, una obra de Thierry Malandain, director del Centro Coreográfico Nacional Ballet Biarritz. En el ensayo «los jóvenes asimilan la técnica y es cuando aprenden a interpretar... cuando se dan cuenta de que bailar es un todo».
La pausa para comer es uno de los momentos que los bailarines acogen con mayor entusiasmo porque en el taller se trabaja duro. «Y es un trabajo que no está reconocido -explica Adriana-. Quince minutos de actuación llevan detrás muchas horas». Este esfuerzo, además, «no es sólo físico, sino que supone también mucho trabajo intelectual, algo que casi todo el mundo desconoce», dice Mónica, una alumna que ha venido desde Barcelona. «Hay que aprender la coreografía y hacer un esfuerzo de memoria, pero también saber dónde aplicar la fuerza en cada momento e interpretar», explica Erik, que junto a Jorge, son los chicos del grupo.
Porque el ballet sigue siendo cosa de mujeres, aunque las cosas están empezando a cambiar «y actualmente muchos chicos se inician en la Danza a través del Hip Hop». Aun así, y «aunque en el ballet clásico el hombre se considere la piedra angular, lo cierto es que hay menos chicos que mujeres. Creo que obedece a razones culturales», dice Adriana.
Faltan escuelas
La escasez de chicos, sin embargo, es un mal menor. El verdadero problema para los que quieren dedicarse profesionalmente a la Danza es la falta de centros para realizar estudios superiores. «En Gipuzkoa no hay más que academias privadas, no existe un Conservatorio Profesional de Danza similar al que hay para Música», se lamenta Judith, una de las alumnas guipuzcoanas. «Es muy triste porque hay que irse fuera para poder continuar avanzando, y no todo el mundo puede pagárselo». Sus compañeros asienten ante esta afirmación y Mónica explica que la situación es idéntica en toda España: «El panorama es desolador; sólo hay Escuelas Superiores de Danza en Valencia, Barcelona y Madrid».
Por esta razón, estos catorce jóvenes, seleccionados de entre cincuenta, intentan aprovechar al máximo estas semanas, «la única oportunidad de estar en contacto con el trabajo que se realiza en un ballet profesional, con la vida real -comenta Patricia- y con clases impartidas por profesionales». Durante el resto del año esta joven acude diariamente a clase en una academia privada y compagina el baile con sus estudios de Educación Social. «Ya estoy en 3º. Además, doy clases de ballet en colegios».
En el futuro, los jóvenes que decidan dedicarse al ballet quizás puedan encontrar una situación más favorable porque uno de los objetivos que persigue el cursillo del Ballet Biarritz es crear una Compañía de Danza Joven, «con gente de aquí», explica Adriana. Algo que algunos alumnos tienen ya la suerte de disfrutar, como Claire, que pertenece al Joven Ballet de Aquitania.
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