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Véronique Aniorte, Rosa Royo y Mikel Irurzun, el label vasco del Ballet Biarritz

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Gara
Tokia
Donostia
Mota
Erreportajea
Data
2004/04/24

La que más cerca tiene el lugar del trabajo de su familia es Véronique Aniorte, de Hendaia. Esta bailarina de 25 años lleva el apellido de su madre, que fue quien le transmitió la pasión por la danza. A los 20 años tuvo un hijo, que ahora tiene cuatro años y medio, y vivió un año que todavía recuerda con cierta angustia, ella en Madrid y su hijo en Hendaia. «Estuve un año sin bailar y me ofrecieron un contrato para trabajar con Víctor Ullate en Madrid. Fue un año horrible, viajando constantemente para poder estar con mi hijo. Estando en Madrid fui a ver el 'Homenaje a los Ballets Rusos', que recientemente había estrenado el Ballet Biarritz y que hemos vuelto a reponer en Donostia. Me impresionó mucho. Decidí contactar con ellos y tuve suerte. Tras una audición, me aceptaron», dice. Desde entonces compagina el trabajo con el cuidado de su hijo que, según ella, apunta maneras. «Es muy crío todavía, pero le gusta enredar en los camerinos, maquillarse y salir al escenario», prosigue.

Define su vocación por la danza como una pasión que a veces flaquea. «Sobre todo durante la adolescencia tenía muchos altibajos y había días que tenía ganas de dejarlo todo ­explica­. Con la edad ganas en estabilidad y en experiencia, llegas a conocer tus defectos y tus límites y haces una mejor utilización de las posibilidades», señala ahora.

Véronique es de aspecto frágil, de tez pálida y ojos azules. Da la sensación de que no puede ser otra cosa que bailarina. Y habla con una gesticulación estilizada. «Siempre he sido muy teatrera. Comencé con una hora semanal de baile en la escuela, pero me apuntaba a todas las representaciones que había», dice. Su hermano mayor es también bailarín. Está en la Compañía de Niza. Ella comenzó en serio a los seis años en un escuela de Biarritz, con Madame Arbo, y a los diez pasó un año en la Opera de París. «Sí que teníamos conciencia de ser diferentes, porque a los diez años teníamos un objetivo marcado», dice.

Pasó por el Ballet del Rhin y por el Ballet Lírico de Dijon antes de tener al niño. En "Homenaje a los Ballets Rusos" tiene el papel de las dos hermanas en "Pucinella", un papel que le encanta, «porque tiene mucho de comedia del arte y hay mucha pantomima, que a mí me va».

Hizo el bachillerato para dejar una puerta abierta para luego, «porque en esta profesión nunca se sabe», pero también se imagina bailando durante toda su vida, «porque en Holanda, por ejemplo, hay compañías formadas por ex profesionales jubilados». No sabe euskara, sólo algunas palabras, «pero tengo ganas de aprenderlo. Igual me apunto con Mikel», dice.

Mikel Irurzun del Castillo es de Donostia. Su padre fue dantzari del Goizaldi y hace ballet desde los diez años, lo mismo que su hermano y su hermana, también bailarines. Su aspecto es atlético, fuerte. De hecho, en el Ballet Biarritz no hay hombres aniñados, todos parecen salidos de un gimnasio. A los 15 años fue a Alemania, a la ciudad de Stuttgart, donde hizo tres cursos y al volver le contrataron en Zaragoza, hasta que hace cuatro recaló en Biarritz.

«Estamos tres bailarines belgas, tres italianos, Ana Ajenjo es de Madrid, hay dos franceses, tres vascos. En total somos catorce. Estas compañías pequeñas tienen la desventaja de que no puedes coger una baja. Bailamos todos. Por lo tanto, siempre tienes que estar a punto», señala. El Ballet Biarritz tiene tres programas por temporada. En invierno han estado girando con "Cascanueces" y ahora están alternando "Creation" y "Homenaje a los Ballets Rusos". En esta última coreografía Mikel hace un papel en "Pucinella" y otro en "Bolero".

Tienen clases de moderno, jazz y de ballet o de música. Es una profesión exigente. Son cinco días a la semana con una dedicación de unas seis horas al día, «pero tenemos muchas giras, algunas de ellas internacionales, en las que se acumulan los días trabajados que luego nos dan en verano», dice. Han visitado también Emiratos Arabes Unidos, Rusia y Estados Unidos. «Es una compañía que gira mucho».

Dentro del panorama del Estado francés, el Ballet Biarritz ha sido el último centro de los 19 que tiene creados el ministerio de Cultura. «Aparte de la programación normal tenemos una función didáctica con exhibiciones destinadas a los escolares y programas de sensibilización a la danza», explica. Es un trabajo estable. «Tenemos contratos de un año, pero con la seguridad de que nos van a renovar», prosigue.

Su hermano y su hermana están en el Ballet de Zaragoza y queda el cuarto hermano que no baila, «pero se apunta, siempre que puede, a los espectáculos», comenta.

La veterana del trío es Rosa Royo, de Bilbo, del barrio de San Ignacio, que tiene 35 años. Son tres hermanas y un hermano. Cada vez que sonaba la música en casa a Rosa le colocaban encima de la mesa de la cocina y comenzaba a bailar. Desde esa lejana edad no ha dejado de hacerlo. Entiende la danza como terapia, aunque utiliza también la palabra «pasión».

Comenzó con 14 años en el Joven Ballet de Bilbao, que luego fue de Euskadi. Con 17 años realizó su primer espectáculo profesional en el Arriaga. Estudió contemporáneo y bailó en una compañía pequeña de Bilbo, llamada sBuen Pie. Estuvo un año en Arteszena de Donostia, pasó a Madrid como solista principal de Ullate durante cinco años y estuvo en Canadá, en Montreal, en el Lalala Human Steps, hasta que aterrizó finalmente en Biarritz.

En "Homenaje a los Ballets Rusos" participa en "Bolero". «Bailamos doce bailarines, encerrados en una estructura que simboliza la sociedad. Intentamos salir en busca de la libertad, pero el grupo nos lo impide», explica. En "Creation" hace de Eva y en la "Muerte del cisne" baila un solo creado expresamente para ella por Thierry Malandain.

Rosa Royo ha hecho algunos pinitos en el campo de la creación, una coreografía a los 20 años para una escuela de Bilbo, otra para "Ganbaran bai" de ETB y otra para Ullate. «Ahora que lo recuerdo, también participé en el acto de protesta por el cierre de 'Egin' en la Feria de Muestras de Bilbo. Fue una coreografía que no pasará a la historia, pero tenía su sentido en aquel contexto», afirma.

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