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Verona flamenca
Crítica, Nuevo Ballet Español, Romeo y Julieta
ABORDAR la inmortal historia de Romeo y Julieta desde el flamenco nos trae a la memoria la inolvidable película de Carmen Amaya Los Tarantos. Pero el espectáculo presentado por este par de bailarines inquietos, a los que hemos seguido en su ya cuajada trayectoria, no pretende insertar a la pareja de Verona en el mundo gitano, sino que lo que hace es trasladar el baile flamenco y su fusión, con otros movimientos, a la plaza de Verona, con su vestuario, sus rivalidades y su historia principesca.
El lenguaje expresivo de danza toma como base lo que entendemos por ballet español, muy enraizado en el flamenco; pero muy fusionado en músicas y pasos con el neoclasicismo -sobre todo en giros-, y con el ballet contemporáneo, concretizado en el rol de fray Lorenzo que ensalza sobremanera Chevi Muraday.
La plantilla de diez bailarines y siete músicos en directo despliega una gran energía, y domina el taconeo con un virtuosismo apabullante. Ya desde el primer encuentro de Capuletos y Montescos es el taconeo feroz el que muestra la rivalidad. Va a ser ese taconeo -con diversos matices- el hilo conductor del baile. La ronda de bulerías que va presentando a los personajes resulta vistosa y espléndida en el Ama de Julieta, y todos los bailarines se dejan la piel en su cometido. Carlos Rodríguez compone un Romeo lírico, clásico, con poderosísimos giros. Mayte Bajo hace una Julieta de gran vuelo; excelente en su salto hacia su amado y elegante de movimientos. Angel Rojas desarrolla un Mercuccio más visceral y extravertido. El resto, a la misma altura que los protagonistas; todos con un dominio del tacón escalofriante, por ejemplo en la respuesta a la música del piano fusionada en jazz, de gran virtuosismo. Chevi Muraday hace un fray Lorenzo muy explicativo de la trama, casi espasmódico en algunos tramos. Utiliza un lenguaje coreútico totalmente distinto al resto, con un resultado espectacular. Detalles teatrales como el desdoblamiento de bailarinas en la muerte de Julieta, aportan más variedad de lenguajes a la propuesta. Y es que esta visión de la obra de Shakespeare utiliza la fusión de casi todo, tanto en música como en danza. Por esto la música se me hace un poco dispersa, con cambios bruscos de la cantaora, que canta mientras baila el más puro flamenco; a una flauta de música un tanto transitoria, para luego ir a un violonchelo que no siempre encaja. Creo que sólo el flamenco es capaz de competir con las rotundas músicas clásicas que se han otorgado a esta obra a través de la historia. La sucesión de varios estilos en el baile, se lleva mejor; aunque, a veces, da la impresión de que no se termina del todo la frase -salvo en la bulería, de clara personalidad-. Sigo prefiriendo un solo lenguaje, adornado e influenciado lo que se quiera, pero claro. Aunque defiendo la apertura a estas propuestas de unión de la danza clásica y contemporánea con el ballet flamenco y la danza española. Al público le gusta.
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