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Urbeltz indaga en el relato perdido de las danzas y propone teorías sobre su significación
«Ibamos mi mujer y yo paseando por una calle donostiarra relató ayer Juan Antonio Urbeltz durante la presentación de su libro "Danza vasca" ayer en el Koldo Mitxelena y nos paramos a mirar una exposición retrospectiva de fotos de los años 20, en la que habían colocado entre otras muchas imágenes una secuencia de danzas de Gran Bretaña, como si fueran dantzaris nuestros. Al parecer, el Museo Vasco de Baiona había realizado un intercambio con un museo inglés y los ''moor men'' ingleses habían venido a Donostia. Los organizadores los habían confundido con la ''mairu dantza'' y la confusión es posible porque existe un mundo ritual y simbólico relativamente homogéneo en toda Europa».
El libro de Juan Antonio Urbeltz, que constituye el tomo quinto de la colección "Euskal Herria emblemática", de la editorial Etor-Ostoa, arranca con una tesis general que entiende la cultura europea como una cultura que se crea en el Neolítico, «una cultura en evolución permanente de las sociedades agrícolas y pastoriles que hace 10.000 años comienzan la colonización de Europa». Pero la parte histórica no es más que una corta introducción, puesto que a lo largo de la obra, que el autor definió síntesis de trabajos anteriores, avanza una serie de tesis e hipótesis que suponen un giro en la interpretación de las danzas tradicionales.
«Lo que pretendo en el libro es dar la vuelta a las teorías que se han vertido sobre las danzas. Creo que las culturas populares han sido vistas en Europa desde el prisma de la Ilustración, con una visión optimista y positiva de la evolución de la humanidad que hace que a cualquier actividad campesina se le ponga la etiqueta de ritual de fertilidad. Pero yo creo, por el contrario, que lo que los campesinos manifiestan en sus danzas son sus preocupaciones que eran muy otras. La fertilidad se daba por hecha y lo que quieren es erradicar el mal, conjurar el mal», dijo Urbeltz.
Los cuatro jinetes
Según el folklorista donostiarra, las sociedades campesinas se han debatido siempre en el filo de la navaja de la supervivencia. «Los cuatro jinetes de la Apocalipsis, el hambre, la peste, la guerra y la muerte han cabalgado entre ellos, diezmándolos y destrozándolos prosiguió Urbeltz. El problema está en que esta cultura popular se mueve en el campo de la metáfora y la metáfora se esconde siempre. Cuando vemos una espada, es un arma. Un baile de armas es un baile de guerra. Pero cuando resulta que la palabra espada en el caso del euskara significa también mosca de caballo o tábano y los bailarines toman la espada como si fuera un aguijón y la melodía nos recuerda el vuelo de una mosca y su coreografía es exactamente igual, se nos plantea una serie de interrogantes», dijo Urbeltz. El investigador abundó en este tipo de ejemplos, pasó a analizar los carnavales suletinos y dijo que los caballitos de carnaval que aparecen en toda Europa no son caballos sino langostas, «porque la plaga de la langosta era una amenaza temible. Miel Oxin es, por citar otro ejemplo, la representación del hambre. Todo nuestro imaginario está lleno de símbolos», prosiguió y pasó a ofrecer una interpretación personal de la tamborrada: «Las flechas del santo no son fechas. Es un capitán romano que está metafóricamente acribillado por los mosquitos. Por eso es patrón de una ciudad que ha estado rodeada de juncales donde era imposible vivir. Los alardes militares no están relacionados con batallas históricas. La guerra está en la tamborrada, pero como amenaza e inmediatamente detrás viene el hambre simbolizado en el cocinero. La tamborrada, por lo tanto, enlaza la causa y el efecto», dijo Urbeltz.
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