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Una heroína romántica
Crítica, Gala de la danza
Sale Boris Trailine, director artístico, excusándose amablemente por el error de conectar una música que no correspondía al bailarín ya listo para moverse en el escenario. «En el Teatro estas cosas pasan. Disculpen ustedes». Sí, lo sabemos pero una Gala de este tipo no merecía este descuido inicial. No, señor
Al margen de esto, hay que decir que la noche estuvo muy interesante porque tuvimos la posibilidad de ver actuar gentes con muy distintas sensibilidades y maneras de pensar la danza.
Nuestra querida Lucía Lacarra y Cyril Pierre bordaron su primer paso a dos, interpretando una coreografía de Gerald Alpino, llamada Light Rain, un ballet de estilo contemporáneo, repetitivo musicalmente, con muchas lanzadas de piernas y con ataques contundentes muy al estilo americano. Los dos actúan de solistas en el San Francisco Ballet, de EE UU. Elástica, precisa, brillante, moderna, me sorprendió ver a Lucía Lacarra en este otro registro, que no en el de romántica al que nos tenía habituados por estos lares.
Nos encantó el solo expresivo de Goyo Montero en Les Bourgeois con coreografía de Ben van Cauwenberg. Estuvo muy suelto, especialmente relajado y dominando los saltos, con giros potentes que ejecutó con gran brillantez, en la más perfecta tradición académica.
Rut Miró, una bailarina guapísima que da mucho en el escenario y que giró y giró sin parar como un torbellino sobre su perfecto centro, interpretando en compañía de Carlos López un muy aplaudido Don Quijote, cerró así la primera parte de la actuación.
El solo de la Severian en Non Je Ne Regrette Rien, visto el año pasado con el Ballet de Wiesbaden que actúo en la Quincena Musical, resultó otra vez espectacular por la nítida y precisa interpretación de la brasileña. Nos hubiera gustado mucho más que hubiera escogido algún extracto de la más fascinante y seductora Carmen-Bolero, donde se luce en todo su esplendor, expresando todo su poderío.
Como si se tratase de una heroína romántica del siglo XIX, Lucía Lacarra acompañada de su amado Cyril Pierre bailó un alucinante Adagio para cuerdas, con la preciosa melodía de Samuel Barber. Aquí, Lucía representa lo que los poetas románticos querían ver en la mujer: el símbolo de lo inmaterial, el ser ideal que encarna a un angel que se deja caer en los brazos del amor. Etérea, lánguida, abandonada, enamorada, bellísima y guiada por su hombre en la vida real, nos dejó a todos extasiados y boquiabiertos.
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