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Una gran noche de danza

Crítica, Ballet Nacional de Cuba

Komunikabidea
Diario de Noticias
Mota
Kritika
Data
2005/02/16

EL ballet Don Quijote se inspira en la obra de Cervantes, tomando uno de los episodios del segundo libro, en el que el autor narra las peripecias de Quinteria y Basilio, enamorados que quieren casarse contra la voluntad del padre de ella, que a su vez la quiere casar con un noble de la ciudad. Don Quijote y Sancho hacen de mediadores de la pareja. Alicia Alonso, la legendaria dama del ballet, envuelve esta trama en un ambiente de estética goyesca que cae en todos los tópicos de toreros y bailarinas y en la iconografía tradicional quijotesca de Durero. Personalmente, yo hubiera despejado el escenario de telones rancios y de evidentes alusiones a lo que ya todo el mundo conoce; pero eso es lo de menos; lo importante es que la Compañía Nacional Cubana nos devolvió al acontecimiento dancístico de las grandes divas de la danza, con una Viengsay Valdés absolutamente magistral, y un Joel Carreño de planta y fortaleza clásicas que desarrolla unas variaciones en la línea de los grandes. Pero, con ser fundamental la actuación de estos dos grandes bailarines, lo que realmente impresiona de este conjunto es la altísima preparación técnica y de escuela de todo el cuerpo de baile, y la calidad de los semisolistas, que tanto en solo, parejas, dobles parejas o grupos de cámara, dan muestra de la categoría de la compañía.



Que estamos ante una compañía excepcional lo notamos desde el modo de tomar las medidas al escenario; pequeño, sí, pero tan bien ceñido cada bailarín a su espacio que el baile, con sus giros, elevaciones, danzas de carácter, etcétera, no sufre; al contrario, esa incomodidad que seguro que sufren los bailarines no se transmite al público, y lo solventan con una simetría dórica, unos pasos estudiados y rotundos y un movimiento siempre dentro de los cánones. La coreografía es histórica, llevando al bailarín a la más extrema dificultad en los pasos, asimilando estupendamente bailes folclóricos -como la jota- y enriqueciéndolos hasta su elevación al clasicismo. Hay momentos de gran contraste, como la ensoñación de Don Quijote con Dulcinea que nos plantea todo un Lago de los Cisnes en medio de la Mancha, con excusa, por cierto, para que brillen los tules. Habría que citar a todos los bailarines que en determinados momentos saltaron al corro a hacer su solo; pero como muestra sorprendió el gitano joven de Taras Domitro; presisamente por su juventud y lo que significa de continuidad de la escuela.



La señora Viengsay Valdés nos devolvió a los tiempos de gloria de la danza. No cabe más emoción -al final, lo más importante en el arte-. No se sabe qué admirar más de esta bailarina, si cómo guarda la vertical, la extraordinaria seguridad en el virtuosismo de puntas, o simplemente la luz que irradia su cara. Toda su intervención fue extraordinaria, pero si hemos de buscar una cima, ésta estuvo en el sobrecogedor plante sobre un pie en punta, con unos segundos infinitos -dos compases de silencio- que cortaban la respiración del público. También la parada en la elevación que le hace Carreño es de las de escalofrío. Y, claro, al final las 32 fouettés que, aunque son posteriores a la coreografía original, han quedado ya como el do de pecho no escrito de algunas óperas. Joel Carreño es de una elegancia suprema, de una fortaleza fundamental para hacer los emportés a la bailarina, y de una seguridad pasmosa en sus elevados saltos.

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