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Un romance a prueba de siglos... y del mal tiempo

Tradición y personajes de época. Las iñudes y los artzainas bailaron en la plaza de la Constitución, donde hubo también 'lluvia' de muñecos. En el desfile no faltaron antiguos guardias municipales o vehículos centenarios
Egilea
Elena Viñas
Komunikabidea
Diario Vasco
Mota
Albistea
Data
2019/02/03
Lotura
Diario Vasco

Con la lluvia cayendo sin cesar y el mercurio sin lograr ascender de los seis grados. La climatología no parecía dispuesta a aliarse con los integrantes de Kresala cuando apenas faltaban diez minutos para las doce del mediodía, el momento en el que debían dar comienzo a su tradicional desfile de iñudes y artzainas por la Parte Vieja donostiarra.

«Señor obispo, por favor, eche a las nubes», le decía una tamborrera al personaje vestido con atuendo carmesí. «Ya he tenido una bronca esta mañana con Dios», bromeaba el representante de la iglesia, al que da vida desde hace varios años Jaime. «Llevo 32 años saliendo en la comparsa y, menos bailar, en este tiempo me ha tocado hacer de todo», señalaba, mientras se metía en su papel para bendecir a cuantos encontraba a su paso «Totus tuus. Totus tuus», repetía.

Un romance a prueba de siglos... y del mal tiempo

 

«Vamos a salir igualmente, aunque nos mojemos», aseguraba José Mari Lizaso, ataviado por sexto año consecutivo como un sereno idéntico a los que antaño recorrían las calles de la capital guipuzcoana. «Es lo bonito de esta experiencia, que mantenemos cosas antiguas que la gente joven no ha conocido», explicaba ilusionado por cumplir con una labor «didáctica» cuando le preguntaban por su oficio.

No menos emocionados se mostraba el más de medio centenar de niños que aguardaban para desfilar abriendo la marcha. Ellos, vestidos de mikeletes. Ellas, como las nodrizas eternamente jóvenes encargadas de cuidar en su regazo a los bebés de rostro angelical. «Lo que más me gusta es llevar mi muñeca, aunque es un poco difícil cogerla cuando la tengo que tirar al aire», confesaba la pequeña Izpi Aranburu.

Sus pasos se disponían a inaugurar una nueva edición de la fiesta que anuncia el Carnaval, cuando las precipitaciones decidían conceder por sorpresa una tregua. «Menos mal que ha parado», suspiraba aliviado Antxon, ansioso por subirse al biciclo y dar las primeras pedaladas recordando a la persona cuyo recuerdo le llevaba a unirse este año por vez primera a la multitudinaria comparsa.

El desfile de iñudes y artzainas de Gros se aplaza al domingo

Las previsiones meteorológicas obligaron a los responsables de la comparsa de iñudes y artzainas de Gros a tomar la víspera la decisión de aplazar el desfile que debiera haberse celebrado a mediodía de este pasado domingo. «El nuestro es un barrio en el que no hay donde meterse si llueve y hemos preferido dejarlo para el próximo domingo, para salir con más seguridad», explicaba su portavoz, Joserra Arruti.

La agrupación popular, en la que toman parte cerca de 200 personas, lleva dieciocho años bailando al son de las melodías de Sarriegi. Sus integrantes parten, a las 11.15 horas, de la calle Txofre, para representar las ya tradicionales escenas, hacia las 12.30, en la plaza Cataluña, finalizando su actuación, a partir de las 14.00, en Nafarroha Behera.

Instantes antes se entrega el denominado Memorial Aitona, un reconocimiento creado en recuerdo del primer presidente de la comparsa, Eduardo Gazpio. «Se lo entregamos a alguna persona o entidad que de alguna forma destaque por su aportación al barrio», señala Arruti, quien añade que este año la distinción será para la Ikastola Zurriola.

«Además de cumplir 50 años en funcionamiento, siempre nos ayuda cediéndonos su patio de recreo y sus locales para que podamos ensayar los grupos del barrio que lo necesitemos. Este año también vamos a tener un pequeño detalle con la tamborrada de Txofreko Lagunak, que conmemora sus bodas de plata», concluye.

La emoción marcaba los primeros compases de la jornada. «Empezamos», gritó alguien. Los rataplanes silenciaron las voces, abriéndose paso de la calle Euskal Herria a Aldamar para desembocar en un Boulevard lleno de espectadores. Los más pequeños de la casa acaparaban la atención, seguidos de tambores y barriles. Al son de la txaranga Joselontxo's, las parejas de dan-tzaris interpretaban las primeras coreografías, esquivando los charcos que se formaban en el asfalto y lanzando por encima de sus cabezas a los recién nacidos para, de inmediato, cogerlos al vuelo.

Tras ellos llegaba un séquito de personajes de época. Desde el cura y los monaguillos a elegantes damas de alta alcurnia, pasando por el alcalde y su mujer, las chicas de la Cruz Roja, varias monjas, el fotógrafo, niños en patinetes y hasta una cuadrilla de chiquiteros vaso en mano. «Estamos en época de matrícula. Es importante que os apuntéis», anunciaba un sacerdote, repartiendo un folleto del Colegio Los Ángeles. «Más información, hablando con el hermano Julián Isidoro Otaegui», se escribía en la publicidad, que iba acompañada de tablas de aritmética que los alumnos habrían de memorizar en las aulas de ese centro que se erigía en la calle San Juan, 6. 

«Lo bonito es que mantenemos cosas antiguas que la gente joven no ha conocido»

«Hemos salido con todo tipo de tiempo, excepto con las inundaciones de hace cinco años»

Un grupo de bañistas desplazaba su caseta de playa, al mismo tiempo que dos señoras pedían con carteles reivindicativos el voto para las mujeres y una tercera sacaba del bolso de mano el móvil para leer un mensaje. Turistas asiáticos inmortalizaban con sus cámaras fotográficas la escena, en la que realidad y ficción jugaban a confundirse. El gris volvió a apoderarse del cielo y veinte minutos después de dar comienzo al desfile, cuando sus componentes recorrían las calles próximas al puerto, la climatología volvía a jugar en contra.

Más de 40 años de historia

La plaza de la Constitución se convirtió ya para entonces en un mar de paraguas, a cuyo cobijo aguardaba ansioso el público. Al abrigo de los arcos trataban de no mojarse los niños, cuyos disfraces se escondían bajo impermeables transparentes. La lluvia transformó el suelo que se extiende a los pies del viejo ayuntamiento en un espejo sobre el que alpargatas y zapatos de tacón bailaban desafiando al mal tiempo.

«Nuestro amor está por encima de todo. También de la lluvia», prometía un pastor a la joven a la que pretendía. Y de las palabras pasaba a los hechos representando, como el resto de dantzaris, los pasos propios del galanteo, la visita al médico y el resto de las tradicionales escenas. Aunque los trajes pesaban cada vez más a consecuencia del agua, sus movimientos no delataban mayor esfuerzo.

«Estamos acostumbrados», aseguraba Joxe Murua, quien añadía que el desfile, creado en 1885, únicamente se ha suspendido en una ocasión desde que Kresala lo recuperó en 1977. «Hemos salido con todo tipo de tiempo, excepto con las inundaciones que se registraron hace cinco años. Hoy todo el mundo nos preguntaba si íbamos a salir o no y la verdad es que nos han tocado días peores», manifestaba. Murua ponía el acento en la alta participación registrada esta vez, con más de 250 personas, a las que había que sumar la txaranga.

Iñudes y artzainas renovaban su romance, ganando el pulso que mantenían con la meteorología. El sol salía cuando la comparsa llegaba a las puertas de Kresala para finalizar su actuación y disfrutar de un caldo caliente. El amor volvía a imponerse.

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