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Un pueblo que baila al pie... del infierno.
Pocas actividades han tenido tan mala fama como el baile, y pocas han sido tan practicadas pese a las prohibiciones
Si hasta hace unos años el baile
era la principal forma de expansión festiva para la gente de toda edad
y condición, todavía hoy no se concibe una fiesta popular de verdad a
falta de una trikitixa o de un conjunto verbenero que anime a mover el
esqueleto. Y es que los vascos somos «un pueblo que baila al pie de los
Pirineos», según la famosa etiqueta que nos colgó Voltaire. Quizá por
eso mismo antaño, cuando las tensiones afloraban y el malestar de los
humildes amenazaba con estallar, las autoridades vascas recurrían «para
calmar los ánimos a organizar una danza y repartir vino, con lo que
casi siempre se lograba atemperar la excitación de la gente rústica»,
según se argumentaba desde el ayuntamiento de Bergara con motivo del
motín popular de 1718, la matxinada.
Ya para entonces, los
bailes tradicionales estaban en el punto de mira de las autoridades
eclesiásticas. En ese mismo siglo fueron abolidos los bailes en el
interior de los templos, tan comunes en toda nuestra Edad Media (en
Gipuzkoa sólo subsisten en La Antigua de Zumarraga y en San Miguel de
Oñati), y se empezaron a reprimir también en romerías y plazas en los
días de fiesta por ser incitadores a prácticas pecaminosas. Contra este
prejuicio terció el ilustrado jesuita andoaindarra Manuel de Larramendi
cuando definió las danzas de Gipuzkoa como una «diversión inocente y
honesta» carentes de «intención torcida, malvada, deshonesta».
Ya
en el siglo XX, la ofensiva se centró contra los bailes a lo agarrao,
expresión de «la más desenfrenada lujuria» según dijera un obispo
pamplonica al final de la Guerra civil. En aquella posguerra se inició
una furibunda campaña desde las prelaturas para desterrar el baile como
cosa indigna en la España de los vencedores: «Vosotros sois los que no
tenéis derecho a bailar el agarrado; los de la izquierda, sí; vosotros,
no». A resultas de esto, todas las personas pertenecientes a cofradías,
hermandades o asociaciones piadosas, como las Hijas de María, eran
expulsadas si se les sorprendía bailando en público.
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