Aunque cada vez con menos asiduidad, por aquello de sus posibles aristas excluyentes, aún se sigue utilizando en el lenguaje parlamentario y periodístico la acepción político de raza (en contadas ocasiones política de raza ¿por qué será?), para referirse a aquellas personas que anteponen en todo momento y en cualquier caso el interés del bien común y la querencia por el servicio público por encima de consideraciones privativas y de índole personal. Batalladores y batalladoras incombustibles y vocacionales que buscan con ahínco y perseverancia la mejora continua de lo colectivo sin medrar en cálculos de riesgo y búsquedas de fáciles oportunidades.

Personas ideológicamente firmes que saben adaptar las ideas a los tiempos históricos, pero sin renunciar por vía de hecho a las mismas en busca del premio inmediato que ofrecen la adulación y el amenismo. Gentes que saben que la política es algo más, es mucho más que el desempeño de un cargo público en el que apoltronase de por vida al regazo de un jefe o jefa narcisista y henchido de sí mismo. Dirigentes que conocen el hondo sentido de la dimisión ligada a la responsabilidad o a la falta de ella y buenos líderes que, a diferencia de los malos que sólo se rodean de personas mediocres para que nadie les haga sombra, tienen como colaboradores a personas inteligentes con los que compartir excelentes logros.

Si hubo en nuestra tierra una generación que representó de manera genuina los valores de los políticos de raza, esa fue, en el campo del nacionalismo vasco, la que a partir de la proclamación de la Segunda República española, recorrió el camino del autogobierno y la justicia social que desembocó en la institucionalización de Euzkadi como concepto político y la que en la trágica Guerra Civil enarboló en todo momento la bandera de la democracia, la libertad y los derechos humanos sin reparar en circunstancias ni ideologías. Fue la generación de los José Antonio Agirre, Jesús María Leizaola, Francisco Javier Landaburu o Manuel Irujo. Y también la de otro gran político navarro que, a diferencia de los primeros, no tuvo siquiera oportunidad de vivir en el exilio.

Estoy hablando de don Fortunato Agirre Lukin, cuya vida personal y política voy a presentar el próximo 1 de febrero a las siete de la tarde en el Palacio John (Edificio de la Bolsa) del Casco Viejo de Bilbao, a iniciativa de la asociación abertzale Betiko Lagunak. Vida personal y política algunos de cuyos rasgos esbozo a continuación.

Fortunato Agirre Lukin nació en 1893 –el mismo año del movimiento de defensa foral navarro conocido como Gamazada– en la pequeña localidad de Arellano (Tierra Estella). Hijo de labradores, fue alumno de la Escuela Seráfica Capuchina de Estella, cuyo director era el Padre Evangelista Ibero, ha sido considerado por algunos autores como el primer gran teórico navarro del nacionalismo vasco. Graduado en Magisterio, Agirre Lukin impartió clase en el Colegio Huarte de Iruña, ciudad en la que en 1910 se asoció al Centro Vasco y entró en contacto con los abertzales de la primera generación.

Tras finalizar el servicio militar, su carácter dinámico y propositivo le llevó a participar en 1920 en la fundación del Club Atlético Osasuna, cuyo nombre parece deberse al que después sería militante de Acción Nacionalista Vasca (ANV), Eduardo Zilbeti.

En su etapa estellesa, viudo y casado en segundas nupcias con Elvira Aristizabal, se implicó estrechamente en la recuperación de la cultura vasca logrando rescatar de la decadencia el llamado Baile de la Era o Larrain Dantza, una especie de soka dantza muy apreciado también en otros lugares de Euskalerria. Y si ello fuera poco, puso en marcha en 1932 clases de euskera, e inauguró un año más tarde la primera ikastola de la comarca.

En el ámbito político, presidió la junta directiva de Euzko Etxea, participando en 1930, como representante de la Organización Municipal de Lizarra, en la asamblea de reunificación del nacionalismo vasco celebrada en Bergara que puso fin a la división entre PNV y Comunión Nacionalista Vasca (CNV).

Tampoco la labor sindical escapó a su influencia y determinación. En noviembre de 1931 se constituyó la agrupación estellesa de ELA y allí estaba Fortunato Agirre. En su tarea como sindicalista, reivindicó ante la Diputación Foral una mejora de las conexiones ferroviarias de Estella como vía para el desarrollo económico de la comarca, y abogó porque el proyecto de reforma agraria española reconociese el régimen singular navarro.

En las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que dieron al traste con el régimen monárquico de Alfonso XIII y alumbraron la Segunda República española, Agirre Lukin resultó elegido concejal, formando parte de la candidatura del PNV. Dos meses más tarde presidiría la Asamblea Nacional de alcaldes del País Vasco, donde se aprobó el primer proyecto autonómico para los cuatro territorios de Euskadi Sur.

Dos años después, y en el marco de las nuevas elecciones a Cortes del mes de noviembre, Fortunato Agirre fue uno de los principales actores del gran despliegue propagandístico diseñado por su partido en Navarra, participando como orador en numerosos mítines. Para entonces, el bravo abertzale ya se había convertido en alcalde porque, dada la parálisis institucional derivada de la incapacidad de gestión de la mayoría tradicionalista, el pleno lo nombró por unanimidad.

El mandato municipal de Agirre (1933-1936) fue enormemente fecundo para la Ciudad del Ega: dotó a Lizarra de nuevas infraestructuras (apertura de la calle de la Estación, puentes, variantes...) y, sobre todo, resolvió el problema del paro.

En 1934, su defensa de los conciertos económicos de los territorios del euskera y sus posiciones fueristas, le costaron su cargo. Como presidente de la Comisión de Alcaldes de Navarra mostró su solidaridad con los ediles represaliados de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, y tras los incidentes de la Asamblea de Municipios Vascos del 2 de septiembre en Zumarraga, presentó su dimisión junto a los restantes ediles jeltzales. Al no querer atender la orden del gobernador civil para reintegrarse a su puesto, fue inhabilitado por el juez de Instrucción.

Reincorporado a su puesto de alcalde tras la amnistía general de febrero de 1936, Agirre Lukin tendría que afrontar sus días más duros. En la primavera de 1936, el alcalde Agirre Lukin tuvo conocimiento de la organización de los tercios de requetés en prácticamente todos los valles de Estella. El 15 de julio, Agirre tuvo constancia de que el general Emilio Mola (el conocido como director de la rebelión) se hallaba reunido en Iratxe con otros militares y con cabecillas carlistas y falangistas. Trasladada la denuncia al gobernador, éste la remitió al ministro de la Guerra Sr. Casares Quiroga que la resolvió con una rotunda frase: “Mola es leal a la República”. Cuánto hubiera podido cambiar la historia si los requerimientos del alcalde de Lizarra hubieran sido atendidos. Pero no. Como ya se conoce (yo mismo escribí un artículo al respecto), Don Fortunato Agirre Lukin sería asesinado el 29 de septiembre de 1936 junto al cementerio de Tajonar. La historia de represión que sigue continúa siendo trágica, pero imposible de plasmar en tan pocas líneas. Fortunato Agirre Lukin, un político de raza.