Ballet de Catalunya

Leo Sorribes, director general. Elías García, dirección artística. Programa. Don Quijote; coreografía de M. Petipa (adaptada). Música de Minkus. Con Jukari Mizu, Adam Ashcroft, Elien Mäkelä, Mariane Francioli… al frente del reparto. Programación. Fundación Gayarre. 28 de abril de 2023. Público: casi lleno (18, 14, 8 euros).

Creo que el Ballet de Catalunya hacía su debut en el Gayarre. Por lo menos yo con este nombre no lo había visto. Es una compañía asociada a la escuela de danza de Terrasa, de ahí que el cuerpo de baile, y algunos solistas, sean muy jóvenes. El Don Quijote que han traído al Gayarre, lo estrenaron en 2018 pero, seguramente, con el parón de la pandemia, no han podido rodar la obra todo lo que hubieran querido. Por el propio espíritu de la compañía, nos ofrecen un Quijote pedagógico, acortado en su pantomima y en algunos episodios, pero con inclusión de los temas más importantes; o sea, lo centrado en las Bodas de Camacho, con sus protagonistas: Kitri, Basilio, Camacho, Cupido… Y sus correspondientes coreografías, basadas en Petipa, pero adaptadas a la composición de la compañía. Se intercala, además, un número flamenco. La música de Minkus se sirve en varias grabaciones, unas mejor que otras. Y hay un narrador que, a modo de introducción en cada uno de los dos actos, cuenta el argumento. En una valoración global, a mi juicio, lo mejor de la función fue la exhibición técnica de puntas en las bailarinas. Con una prodigiosa Yukari Mizu, como Kitri; pero, también, las soberbias solistas y demisolistas: Mäkelä, Francioli, Nunes, etc. El cuerpo de baile masculino –seis– se empleó con alegría, agilidad, fuerza y pasos de riesgo, pero aún son bastante bisoños, sobre todo en el ajuste de la simetría, y en alguna inestabilidad de los finales; pero da gusto ver que hay chicos interesados por el clásico, es la gran rémora de las escuelas de danza. El cuerpo de baile femenino, muy centrado, sin titubeos en puntas, y ocupando con elegancias y aplomo sus lugares, de hermosos y variados dibujos, delicados y etéreos todos los referidos al ballet blanco. El cuadro flamenco –con tres bailaoras– tuvo un éxito inusitado, me sorprendió, para bien, que entre un público tan joven y, la mayoría, de escuelas de clásico, gustara tanto. Desde luego está bien traído, pero me pareció un poco largo.

La producción, –si la comparamos con la magnífica hecha por la escuela de Almudena Lobón de esta misma obra– me pareció algo pobre y deslavazada; más que una obra unificada, pareció un recital de solos y sus variaciones.

La protagonista de la obra es Kitri, por libreto: por ser una mujer independiente y que se niega a casarse con la persona a la que no quiere, -(con todo lo que significaba en su época de estreno, 1869), y en este caso, por Jukari Mizu, que la encarna. Mizu –bailando sola– es impecable: segura, altiva, con eje rotundo en los giros, y desparpajo en puntas, con las que baila como si fuera su natural forma de andar: espectacular la diagonal delante del friso formado por los capotes de los toreros, las tan esperadas fouettes, o el plante sobre una punta, por poner tres ejemplos cumbres. En los pasos a dos, hubo algún momento que no se entendió con su partenaire, aunque las elevaciones finales se salvaron. El rol de Cupido y el de la Reina, a la altura de la protagonista. La exhibición de las tres (aquí, tambièn, Kitri), fue una delicia; así como el dúo de chicas. Excelente fraseo y madurez, en el paso de Camacho y su bailarina. Toda la compañía resulta colorista y muy gratificante en los pasajes populares, tanto en el baile de la jota, como en el jaleo de las bodas. El público se lo pasó muy bien y aplaudió durante la representación, con bravos al final.