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Un, dos, tres, cuatro, demi plié
Los niños y niñas que optan por formarse como bailarines obtienen muchas satisfacciones porque aman la danza y todo lo que significa. Pero el camino es duro, largo y repleto de trabas. Bien lo saben los alumnos de la Academia de la Danza Igor Yebra
Estas niñas forman parte de uno de los grupos de la Academia de Danza Igor Yebra. Son una pequeña muestra de los cerca de 150 chicos y chicas que acuden a este centro de Bilbao para destrozar sus zapatillas a base de hacer ejercicios de barra, puntas, saltos y piruetas. El proceso es lento y duro, pero ellos han elegido este camino, porque aman la danza. Aquí acuden alumnos procedentes, incluso, de Cantabria, Vitoria o Burgos.
Igor Yebra abrió este centro con el objetivo de crear cantera en esta profesión, y Mila Iglesias, su madre, lo regenta con la firmeza de quien ha pasado su vida saboreando las mieles y las hieles de esta disciplina artística.
El ballet no es cosa de elites. No hace falta ser un experto para disfrutar de él. Ésta es una idea en la que Mila reincide una y otra vez, y se lamenta de que en nuestro entorno no acabe de asentarse el mundo del ballet. "Hay padres con unas miras muy abiertas, que ven que la danza, aparte de que pueda ser la futura profesión de sus hijos, supone un enriquecimiento como persona", apunta la maestra.
En esta academia, chiquitines de tres añitos apenas sueltan el sonajero y ya comienzan a introducirse casi como un juego en este mundo. "A los seis o siete años ya se empieza a ver que algunos tienen duende, que tienen algo distinto", explica Mila. "Algunos tardan más en decantarse y lo hacen a los 12 ó 13 años, mientras que otros, abandonan porque llega un momento en el que nosotros empezamos a exigirles muchísimo más y lo dejan", añade.
PROFESIONALIZACIÓN
Lejos de casa
Si ya de por sí esta formación es dura, los jóvenes bailarines se
encuentran además con importantes trabas que dificultan su aprendizaje.
"Un inconveniente es que, como no están los estudios integrados dentro
de la danza, los niños van al colegio, y aprovechan para aprender
ballet desde que salen de clase hasta la noche, lo cual supone un gran
esfuerzo para ellos", afirma Mila.
Y es que, paradójicamente, en el Bilbao cultural de hoy en día los estudiantes de ballet tienen que acercarse a la estación de autobuses y poner kilómetros de por medio para continuar su formación lejos de casa.
Mila recuerda que fue eso lo que le sucedió a Igor Yebra. "Llegó un momento en el que aquí aprendió todo lo que tenía que aprender y con 14 años ya estaba viviendo en Madrid. Tenía que ir donde hubiera academias más grandes, buenos maestros, donde hubiera más chicos que hicieran ballet… Fue muy duro" cuenta. Es por eso que Yebra tiene como objetivo que los jóvenes bailarines puedan llevar a cabo aquí su formación. "Igor dice que hay que apostar por ello, para que puedan seguir estudiando sin desarraigarse del entorno familiar, tan necesario en lo formativo como en lo personal. Es una edad clave" explica.
ADULTOS EN CUERPO DE NIÑOS
Decisiones tempranas
Aquí no valen las medias tintas. Una formación de calidad, impecable,
es imprescindible para lograr hacerse un sitio en un mundo de gran
competencia, y en donde los bailarines son cada vez más jóvenes. Por
otro lado, la carencia de ayudas institucionales que sufre la danza
encarece estos estudios.
En esta carrera no hay tiempo. Los bailarines se plantan las zapatillas muy pronto, y siendo unos niños deben decidir lo que quieren. Así, de tres a seis añitos acuden a clases de iniciación, donde aprenden de manera más lúdica. Se trabaja para que mantengan la flexibilidad, aprendan conceptos y, en definitiva, se les prepara para lo que va a venir luego. Es en pre-danza, a partir de los seis años, cuando se les empieza a exigir y trabajan la elasticidad en el suelo, ejercicios en barra con dos manos, para que no se desequilibren... "Nueve años es la barrera, el niño debe superar el nivel de exigencia en esta edad" explica Mila. Con 13 ó 14 años, la cosa ya va en serio...
Ajenas a estas demandas propias del mundo de los mayores, las niñas que danzan en clase, "¡uno, dos, tres!", se esfuerzan por colocar su brazo en segunda posición correctamente. Allí, entre espejos y melodías, trabajan siete bailarinas, una maestra y un duende...
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