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Un centenar de danzadores reciben el homenaje popular

El reconocimiento recayó sobre los que aún viven, pero en el acto subyacía el recuerdo hacia todos los que lo han sido

Egilea
Félix Domínguez
Komunikabidea
El Correo
Tokia
Anguiano
Mota
Albistea
Data
2003/08/24

Tras descubrirse sendas placas en la fachada de la iglesia, los ocho danzadores en ejercicio se lanzaron escaleras abajo y por la cuesta dedicada a ellos, sin parar de bailar y enfrascados en un girar frenético. Luego, un grupo de veteranos bailó un troqueao, replicado por los danzadores actuales y los homenajeados fueron recibiendo recuerdos de la jornada.



De entre los 103 danzadores que aún viven, sin contar los actuales, a los que se rindió sentido y sincero homenaje, Ambrosio Galo Hernáez es el más antiguo de todos. Él, a sus «82 años para 83», como dice, aún conserva una memoria razonablemente buena, que le lleva a relatar el por qué de su efímero paso por el grupo de danzadores, ya que solamente estuvo un año, «cuando tenía, no recuerdo muy bien si 19 ó 20 años».



«Teníamos un alcalde que igual le daba que habría danza que no la hubiese -comienza diciendo- y nosotros nos pusimos remotos en danzar, aunque a él igual le daba. Así fue, danzamos y no volvimos ninguno de nosotros al año siguiente, con lo que tuvieron que rehacer el grupo por completo», cuenta Ambrosio, a quien todo el mundo en Anguiano conoce más por su segundo nombre: Galo.



Confiesa que no todos los años ve las danzas. «Me ha gustado siempre verla, pero algún año no voy porque hay mucha gente y ya soy mayor para meterme en tanto jaleo de personal y también, en otros tiempos, me la he perdido porque he estado atareado con mi trabajo. Cosas que pasan en la vida...», señala con un cierto tono de resignación entremezclado con nostalgia.



Ambrosio Galo Hernáez ha sido agricultor y ganadero, siempre en su pueblo, «donde he nacido y he sido criado», apostilla con orgullo. Ahora el relevo familiar en la danza lo ha tomado su nieto Juan Mari López Hernáez, quien, a sus 17 años, es el danzador más joven del grupo actual.



El abuelo dice que no encuentra ninguna diferencia entre la danza de sus tiempos y la actual, y lo dice con tanta rotundidad como cuando instruyó a su nieto indicándole que «cuando empezase a danzar fuese bien derecho, sin mirar al suelo, porque si miras al suelo has de caerte. Lo cogió bien el consejo -añade-, porque hoy lo tienes que va derecho como una vela».



Además de ese mirar al horizonte, para el veterano danzador otra de las cuestiones de primordial importancia es el atado de los zancos: «Es muy importante atarlos bien, pero también no atarlos demasiado fuerte, porque entonces te hacen daño y ya no puedes danzar a gusto y pueden venir los accidentes».



Eso sí, la diferencia la encuentra en el tipo de gente que acude a ver lo que ya se ha convertido, además de en el sello de la villa, en un espectáculo de carácter casi universal. Para él, antes venían gentes de los pueblos «pero no los extranjeros que llegan ahora».

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