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Un baile en rojo y negro
El carnaval recorre la región de Soule, en los Pirineos de Francia
El literato francés Georges Hérelle (Pougy-sur-Aube, Champaña, 1848-Bayona, 1935), estudioso del teatro tradicional de Soule (Zuberoa en euskera), dejó escrito que "la condición esencial para que un pueblo organice las mascaradas es que exista en ese pueblo un número suficiente de buenos bailarines a los que les guste divertirse y dejarse ver". Este año, unos 40 jóvenes de la localidad de Ordiarp representan una pantomima protagonizada por dos grupos: los gorriak (rojos), elegantes, limpios y serios, y los beltzak (negros), ruidosos, desaliñados y desordenados. A unos y otros les acompañan los músicos.
Las mascaradas ya han pasado por varios municipios. Mañana desembarcarán en Aussurucq. El ritual es siempre similar, como relata el folclorista Juan Antonio Urbeltz. Los jóvenes llegan por la mañana a su destino y se enfundan los trajes de los personajes a los que dan vida. En el bando de los gorriak, la atención se centra en Zamalzain, quien lleva un armazón de madera que remeda a un caballo de cabeza desproporcionadamente pequeña. Entre los beltzak están el jefe de los gitanos y su tribu.
La fiesta arranca con lo que se conoce como barricadas. Tras traspasar un parapeto -tradicionalmente, unos grandes envases de vino-, los figurantes van bailando de caserío en caserío -antiguamente pasaban por las casas de los nobles del pueblo-, donde son recibidos con comida y bebida. Una vez que llegan a la plaza, es el turno de un bello baile en cadena llamado branle. Los gorriak y los beltzak danzan acompañados de Jauna, un señor vestido con un frac, y Laboraria, que representa a un labrador.
Le siguen los oficios, una mezcla de pantomima y danza en la que los manitxalak, nombre sin traducción que reciben otros de los personajes de las mascaradas, bailan junto a Zamalzain para ponerle las herraduras; los afiladores afilan la espada de Jauna; los ruidosos caldereros arreglan viejos cacharros... El punto final lo pone un baile en el que toman parte todos los personajes y el público que contempla el espectáculo.
El ritual se repetirá los próximos domingos en Larrau, Musculdy, Roquiague, Idaux, Hoquy, Barcus y Alçay, y acabará el 30 de abril en Esquiule. Urbeltz defiende la hipótesis de que Zamalzain, en cuya vestimenta domina el rojo, representa las plagas de langosta que tanto han temido los campesinos en tiempo de poda. Y los caldereros, siempre personajes gitanos, personifican las consecuencias de las plagas: las indomesticables moscas y los mosquitos.
Las mascaradas son una buena excusa para visitar este rincón desconocido al sur del departamento de los Pirineos Atlánticos. La gran plaza-frontón de Mauléon es un punto perfecto para iniciar el recorrido. Alrededor hay edificios importantes, como el elegante Ayuntamiento, del siglo XVIII, que en su día albergó el hotel Montreal, o el palacio de Andurain-Mayte, del siglo XVII, uno de los más bonitos de la región. El visitante puede atravesar luego el río Uhaitzandi por el puente de Pasteur y subir hasta la plaza del Mercado, justo en medio de la ciudad medieval, dominada por la iglesia trinitaria de Santa María. La iglesia se encuentra muy cerca del castillo, cuya estructura data de los siglos XIV y XV. A pocos kilómetros de Mauléon está la iglesia del hospital de Saint-Blaise, del siglo XII, con arquitectura de influencias románicas y moriscas.
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