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Un baile ancestral
La pequeña localidad encartada desentierra sus raíces más profundas para celebrar la festividad de la Virgen de Las Nieves
Como cinco siglos atrás hicieron sus ancestros, a las
ocho en punto, Gorka Porres mete prisa a su madre en el pórtico
mientras ésta le termina de zurcir la faja y le retoca su camisa
blanca. Después, una mirada emocionada y un beso en la frente son
suficientes para desearle suerte. Es el primer año que participa en la
Danza de los Arcos Floridos, un tradicional baile que, cada 5 de
agosto, acompaña a la Virgen de las Nieves en su procesión por
Lanestosa.
Veinte metros calle abajo, la historia se repite. Aunque
a Joserra Fernández, con más de una década de experiencia, se le ha
olvidado la obligatoria pañoleta roja. Previsora, su abuela se la anuda
al cuello y despeja sus nervios con una caricia en la nuca. Como un
goteo, los quince danzantes parten de sus moradas para el último
ensayo. Nada puede fallar en su emotivo homenaje a la patrona de esta
pequeña localidad de 300 habitantes.
«Llevar hoy las albarcas de cáñamo y el uniforme blanco
con el pañuelo y el fajín rojo es un orgullo que pasa de generación en
generación», asegura Joserra, que sigue los pasos de su padre y su
abuelo. Todo nestosano porta esta tradición en la sangre, ya que sólo
puede participar en ella un varón nacido en Lanestosa o con ascendencia
familiar en el municipio.
Trenzado de madera
La escenificación del baile también se mantiene intacta
desde sus orígenes. Los mozos giran entre ellos para tejer un singular
trenzado de madera. Todos llevan un arco, de entre 2,5 y 3 metros de
longitud, que debe ser de zarzarraya -rosal de espino- o avellano
silvestre y estar recubierto de un adhesivo elaborado a base de harina
y agua. A su vez, la rama es revestida con cenefas de colores. Además,
la tradición manda que sea confeccionada por una mujer de la familia.
Al atardecer, la fiesta adopta un tono más entrañable.
Los mozos se pasean casa por casa cantando 'vivas' a todo pueblo. Los
danzantes brindan prosperidad a sus vecinos, a cambio de una limosna.
«Antaño las familias lanzaban queso y chorizo, ahora nos dan dinero que
repartimos para sufragar gastos», apunta Joserra. «Es aquí donde se
demuestra que, en Lanestosa, todos somos una misma familia».
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