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Udaleku made in USA
La trikitixa, el txistu, el pandero y mucho esfuerzo son los ingredientes que han servido para que un año más jóvenes estadounidenses se acerquen a sus orígenes vascos
En esta iniciativa han participado Nerea Soro y Saioa Sese, dos donostiarras de 17 y 16 años que en junio no dudaron en viajar hasta California (Estados Unidos) para ayudar como monitoras en el campamento que durante 12 días se desarrolló en Bakersfield. Estas colonias se organizan cada año en un estado distinto.
El alojamiento de los niños y los monitores que no vivían en Bakersfield corrió a cargo de las familias del lugar. Pero tanto visitantes como residentes trabajaban con un mismo fin: que los niños aprendieran muchas de las tradiciones vascas que sus abuelos o padres conocieron de pequeños y que no quieren enterrar en el olvido.
En pocos días, el udaleku se convirtió en una gran familia. Además de los 42 niños entre 10 y 15 años, este singular campamento contó con la activa colaboración de monitores, familias y organizadores. Las actividades, que empezaban desde por la mañana y se alargaban durante todo el día, se realizaban en la Casa Vasca en la que se impartían clases de euskara, pala, pilota, txistu, euskal dantza y mus. «Nosotras dos éramos las únicas monitoras autóctonas vascas y les enseñamos euskal-dantza. También ayudábamos enseñándoles a aprender euskara», comenta Nerea, que acababa de volver a San Sebastián.
Aunque enseñaron a sus alumnos lo más básico, dada la corta duración del campamento, todos pusieron mucho interés. «Era muy bonito ver que todos estaban motivados, mucho más que aquí. La cultura, el idioma y las tradiciones se aprecian mucho más allí, porque no las conocen. E incluso acabaron hablando algo de euskara», dice Nerea sonriente mientras recuerda el mes vivido en California.
Además del trato con los jóvenes, las dos donostiarras también tuvieron la oportunidad de establecer contacto con los más ancianos que han intentado mantener vivas sus raíces a pesar de la distancia. «Se imaginan que en el País Vasco nada ha cambiado, que no hemos evolucionado. Que la cultura y las tradiciones vascas, como la trikitixa o el txistu, son habituales en el día a día. Y cuando les hablábamos de los cambios les daba pena, y decidimos no decirles mucho más para no apenarlos», recuerda Nerea.
Pero el paso de las donostiarras por América no finalizó con el campamento. Los últimos 15 días los apuraron al máximo. Alojadas en casa de una familia que conocieron en el udaleku, aprovecharon el tiempo para conocer más a fondo la cultura estadounidense y dar a conocer la vasca. «Tuvimos trabajo en varios picnics e incluso participamos en una boda tocando la trikitixa y el pandero. Había muchos navarros, aunque el origen de la mayoría está en el territorio vasco-francés», cuenta la donostiarra.
Y así, el trabajo se convirtió en un sueño que, como todos, finalizó con buen sabor de boca. «Volvería a repetir experiencia ahora mismo», dice Nerea, cuyo trabajo ha servido para que los hijos de los emigrantes vascos sientan más cercano su origen. Parece que al otro lado del Atlántico se han quedado maravillados con las donostiarras, según se desprende de todas las dedicatorias que escribieron los alumnos a Nerea en su cuaderno de trabajo. Un curioso block en el que, además de partituras de canciones típicas vascas, se recogen textos sobre el origen de los vascos y decenas de páginas de vocabulario, que han ayudado a que los chavales ya sepan que one es bat, coman oilaskoa en vez de chicken y se despidan diciendo agur en vez de good bye.
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