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Tras los caldereros llega el carnaval
Sin embargo a veces nos encontramos con temas, o con parcelas de nuestro patrimonio, que pese a su escasa distancia en el tiempo, prácticamente no han quedado documentados. Es el caso de los carnavales; entiéndase que me refiero al carnaval rural de aires ancestrales, ese en el que se entremezclan las pieles, los cuernos, los cencerros, las danzas, o las máscaras. Y a la hora de hablar o de escribir sobre ellos es obligada una cierta prudencia, sabiendo además que nos movemos en el mar de las hipótesis, de las suposiciones, y de las elucubraciones; eso sí, siempre con buena voluntad, y siempre razonando desde la aparente lógica. No obstante, que nadie pretenda sentar cátedra, ni se nos hable de carnavales ancestrales. Debemos de distinguir entre carnavales ancestrales, y carnavales en los que se representan y escenifican ritos ancestrales. Hay que partir de la realidad de que únicamente conocemos el origen, la fecha de comienzo, de los carnavales que se han puesto en marcha en las últimas tres décadas. Del resto poco, o nada, sabemos.
una historia difusa Y es que el carnaval, por lo general, antaño no quedaba reflejado en documento alguno; y para historiarlos hay que recurrir a los bandos municipales que recogían y promulgaban el consabido "se prohíbe", o a las escasas referencias en la prensa escrita -generalmente a partir de 1860- en donde en aquél lejano siglo XIX raramente encontrábamos crónicas descriptivas, como mucho la noticia de que se iban a celebrar triduos y desagravios en reparación de los actos de mundanidad y de escándalo que traía consigo la celebración de las carnestolendas. Tan sólo, si acontecía algún suceso grave, los medios de comunicación se hacían eco de la existencia de ese carnaval, como es el caso de aquella niña que a finales del siglo XIX murió en Liédena al caer a un pozo cuando huía de los enmascarados.
Así pues, salvo pequeñísimas excepciones, la historia de los carnavales de nuestros pueblos es una historia difusa, que raramente va más allá del siglo XX. Personalmente el carnaval más antiguo que he podido llegar a documentar es el de Isaba, en el valle de Roncal, cuya existencia aparece documentada ya en la primera mitad del siglo XIX, y ello gracias a los abundantes testimonios orales recogidos casi un siglo después, no porque hayan quedado recogidos en documento alguno.
La candelaria El tiempo de carnaval queda encasillado y encorsetado entre dos tiempos litúrgicos: Navidad-Epifanía, y Cuaresma, concentrándose mayormente en la semana previa al miércoles de ceniza, que es el que marca el principio de la Cuaresma. Por lo tanto, desde el mismo día 6 de enero hasta el miércoles de ceniza se entiende que es tiempo de carnaval; allí están en Navarra, sin ir más lejos, las carnestolendas de Uitzi y de Eratsun, que son siempre las más madrugadoras, casi como una prolongación de las Navidades.
Y lo cierto es que todo se entremezcla, lo profano y lo religioso, y es muy difícil marcar los límites entre un aspecto y otro. Basta ver la noche de Reyes, la costumbre en algunos pueblos de hacer cencerradas, o de subir los niños a algún alto para hacer sonar sus eskilas y así guiar a los Reyes Magos. A esa noche se le conocía en Lumbier como la noche de los calderos . ¿Ha sido esta costumbre sucesora de otra más antigua y con fines más paganos?, pues
tal vez, pero no lo sabemos.
En otros tiempos fue creencia generalizada que la noche del 2 de febrero, día de la candelaria, el oso interrumpía su hibernación en la osera y salía al exterior para tantear si la primavera estaba próxima. Biológicamente esto tiene su base, pues es sabido que durante el invierno el oso no sólo no duerme -tan sólo en su organismo se reducen las constantes vitales-, sino que da pequeños paseos por las inmediaciones de la osera. El abandono definitivo de su madriguera viene a simbolizar la llegada de la primavera, y esto es algo que los hombres primitivos, buenos observadores de la naturaleza, conocían bien.
Aunque, aparentemente, nada tenga que ver con todo esto, otro hecho constatable y comprobable en la sociedad navarra, y en toda la cordillera pirenaica, es la llegada a nuestras tierras, antaño, y con el buen tiempo, de cuadrillas y familias de húngaros, de zíngaros, o de personas procedentes de los países del este europeo. Vendían y arreglaban calderos, se les llamaba caldereros; y con ellos viajaban en sus carromatos cargados de cacharrería algunas mujeres, pitonisas, que hacían ver y creer que tenían grandes cualidades para adivinar el futuro; y así, ellos con sus calderos, y ellas leyendo las manos, intentaban sacarles a los lugareños unos denarios. Y también, para garantizar el éxito económico de la expedición, teniendo en cuenta que venían de países excedentarios en osos, acostumbraban a traer un osezno amaestrado, atado con una cadena, al cual le hacían hacer todo tipo de gracias para distraer a la concurrencia.
Caldereros La biología y la etnografía nos han puesto en bandeja una fiesta previa al carnaval. Hemos visto cómo el carnaval, con todo su ruido, anuncia la llegada de un tiempo litúrgico riguroso, como lo es la cuaresma. En el lado inverso hemos visto cómo el invierno, con toda su rudeza, da paso a la primavera, eclosión de vida, de color y de sonidos, utilizando como hilo conductor y como intermediario a la figura del oso, a quien ya lo tenemos presente en los carnavales de Ituren, Zubieta, o en Arizkun. Y, finalmente, hemos visto como los caldereros con su presencia y con su oso amaestrado anunciaban que el invierno había pasado.
Métanse todos estos condimentos en un caldero, revuélvase bien, y al final lo que nos sale es una fiesta, la de caldereros, que sirve para anunciarnos la llegada inminente del carnaval. Esta fiesta aglutina a todos los elementos: zíngaros, oso, pitonisas, carro, cubas de ron, collares, avalorios variados, danzas, ruido, trikitixas, panderetas, faldas con lentejuelas, chalecos negros, sombreros, patillas, pócimas mágicas
, incluso juglares, trovadores y saltimbanquis. Es la fiesta de caldereros.
Tolosa y Donosti marcaron las pautas para anunciar con tan singular manera la llegada del carnaval; son los veteranos, y también referencia obligada para todos los demás.
Hasta la capital donostiarra acudió en 1979 una cuadrilla de Bera con el ánimo de observar qué y cómo se hacía esta fiesta en San Sebastián. Y es así como en 1980 los beratarras celebran por vez primera la fiesta de caldereros, haciéndolo desde entonces de forma initerrumpida, y de la mano de la sociedad Gure Txokoa. El ruidoso cortejo de zíngaros recorre las calles de la localidad, y en la plaza San Esteban se escenifica lo que se denomina unión de sangre , es decir, una boda zíngara en la que el patriarca, tras unir en matrimonio a los dos cónyuges, lanza al aire una cazuela de barro; al estrellarse la cazuela contra el suelo, si se rompe en muchos pedazos se interpreta que esa pareja va a gozar de tantos años de felicidad como trozos han quedado esparcidos, y si se rompe en pocos pedazos lo que se interpreta es que esa pareja va a tener tantos hijos como trozos de barro haya en el suelo. Todo ello acompañado musicalmente de varias coplas, como La marcha de los húngaros, Los caldereros llegan a su trabajo, Begi urdiñak , o el Canto de Hungría .
En Pamplona, allá por el año 1993, una cuadrilla de amigos del entorno del grupo de danzas Iruña Taldea, decidió salir el sábado anterior al carnaval a montar su propia juerga, y para ello se vistieron de caldereros. Aquella experiencia gustó, y mucho además, por lo que en 1994 volvieron a repetir la fiesta pero de una manera mucho más organizada. El éxito de esta convocatoria, en una ciudad que estaba demandando a gritos una fiesta de este estilo, dio pie a la creación ese año de la Asociación de Caldereros de Pamplona / Iruñeko kauterak, en la que el incombustible Koldo Monreal hacía de coordinador, de portavoz, y de todo lo que hiciese falta, rodeado siempre de un buen equipo de colaboradores que facilitaban la tarea. Mención especial merece Peio Otano, alma mater de todas las coreografías, o los hermanos Fraile y Javier Lacunza, gaiteros municipales, buenas personas, y a quienes tanto debe Pamplona, y Navarra entera. Espero ver algún día un reconocimiento público a este trío de gaiteros.
Gigantes de fuego La Asociación de Caldereros de Pamplona supo involucrar en esta fiesta a grupos folclóricos de toda la geografía de Navarra, desde Baigorri hasta Ablitas. Y, lo que es mejor, supo aprovechar la fiesta de caldereros, no para inventar cosas nuevas, sino para recuperar elementos ya desaparecidos de la vida pamplonesa; primero fueron los gigantes de fuego -como los que siglos atrás salían en la procesión del Corpus-, después fueron los ocho zaldikos -creados para la danza Animalien dantzak -, y finalmente la tarasca Sierpe de Aitatxarka , inspirados todos ellos en la tesis de Maite Pascual Bonis. Tampoco faltó la incorporación de otros elementos, como los timbales, los tambores de piel, o las txirimías.
Los gigantes de fuego representaban, y representan, a don Lancelot y a doña Graciosa de Arazuri; y comparten cortejo con los infanticos, con grupos de danzas, con el rey de armas, con el pregonero, con las cantineras, la sierpe, los zaldikos, con el oso Margarito , con gaiteros y con timbaleros, y con un numeroso cortejo de zíngaros y de pitonisas, todo ello en animada coreografía, con músicas inspiradas en marchas húngaras y rumanas a son de acordeones, txirulas, txanbelas, violines y bombardinos. Para el baile del oso Margarito se emplea el vals número 13 de Julián Romano Ugarte, gaitero estellés del siglo XIX, de quien se ha llegado a decir que para esta pieza pudo haberse inspirado en las visitas que a Estella hacían en su infancia algunas familias de caldereros.
PAMPLONA Y ESTELLA Lamentablemente la fiesta de caldereros, en Pamplona, no logró encontrar el suficiente apoyo de las instituciones municipales. La subvención que se recibía no se correspondía ni con el presupuesto de esta fiesta, ni con el éxito popular que tenía. Pero afortunadamente, cuando ya parecía que iba a desaparecer, este año un colectivo de personas -vinculadas con el grupo de danzas Iruña Taldea-, a última hora decidieron sacarlo adelante con el compromiso de darle continuidad.
La última población en incorporarse a la fiesta de caldereros, en 1999, fue la ciudad de Estella, en donde la Peña la Botalo mantiene vivo desde entonces de forma ininterrumpida. Con ellos compartí y protagonice el pasado día 20 su primer acto de carnaval, y pude ver que hay un buen equipo de trabajo, dispuestos a incorporar elementos nuevos, entre ellos las músicas de Julián Romano, que vendrían a complementar a las músicas de Raimundo Sarriegi, compuestas para los caldereros donostiarras, y que son las que se utilizan en Estella desde el primer año después de adaptar la letra.
Goza allí esta fiesta, también, de una nutrida participación popular, y creo que sería bueno que el Ayuntamiento estellés tomase conciencia de ello a la hora de elaborar sus presupuestos, porque lo cierto es que la Peña La Bota se ve forzada a hacer en Estella por muy poco dinero lo mismo que en otros sitios se hace con un presupuesto mucho más generoso, y al final se corre el riesgo de que quien le soluciona la papeleta al Ayuntamiento acabe cansándose. Tampoco en Estella falta el oso, aunque parece que algún año, y lo cuento a modo de chascarrillo, a los cinco minutos de iniciado el cortejo, tan feroz animal supo desaparecer en busca de nuevos ambientes, todo ello después de estar dos horas esperando metido en su disfraz a que saliese la comitiva, y un año entero anunciando con insistencia su participación. Esta es la gracia del carnaval.
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