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Sonidos ancestrales
Ituren revivió un año más su carnaval para despertar a la primavera, bajo la atenta mirada de cientos de visitantes que hoy volverán a Zubieta
Florencio, que hace 45 años fue un joaldun más, ayer comprobaba alegre que la fiesta continúa, que no ha cambiado. Desde hace 45 años no veía el carnaval de su pueblo. Su vida en California no le ha permitido venir en esta temporada del año y ahora, recién jubilado a sus 68 años, se toma la revancha con cinco meses en Ituren, y por supuesto, en carnaval. Natural de la casa Lopetzenea, cuenta que «cinco de los ocho hermanos hicieron las américas. Yo trabajé primero de pastor, luego ordeñando vacas, y finalmente de camionero, recogiendo leche».
Como el resto de personas que ayer se acercaron hasta Ituren para vivir el carnaval rural por excelencia, esperó pacientemente para, en torno a las dos de la tarde, ver y sobre todo, escuchar, el sonido de los joares. Un total de 42 joaldunak, 20 de Ituren, 8 del barrio de Aurtiz y 14 de Zubieta llegaban a esa hora a la plaza de la localidad, acompañados por una comparsa de mozorros, personajes con máscaras, pieles, y por supuesto, dos hartzas con sus cuidadores, que parecían haber bajado del monte Mendaur.
«Nada ha cambiado»
«Nada ha cambiado, el verde más precioso sigue estando aquí». Florencio recuerda cómo eran los carnavales entonces. «No ha cambiado la vestimenta, aunque entonces las pieles de oveja eran mucho más pequeñas y por eso utilizábamos las de carnero. Ahora se nota que hay mejor ganado, o por lo menos ovejas que comen más que entonces». Las pieles de oveja son esenciales en la indumentaria de los joaldunak, especialmente en la de los de Ituren, que se cubren con ella toda la espalda y el pecho. Sobre ella llevan dos pequeños cencerros, justo encima de los más grandes.
Los de Zubieta en cambio, la llevan en torno a la cintura y sustituyen el resto por una camisa blanca. Los pañuelos que portan al cuello también se distinguen. Es rojo en el caso de Ituren y de cuadros en el de Zubieta. El resto no varía, todos llevan el ttuntturro o gorro cónico adornado con cintas de colores y coronado con plumas de ave, una enagua blanca sobre los pantalones azules, abarkas y zapiñas, un hisopo, hecho con crin de caballo y por supuesto, los dos grandes cencerros de cobre de una capacidad aproximada de diez litros cada uno. En total, unos catorce kilos con los que los de Zubieta recorrían ayer los cuatro kilómetros que les separan de sus vecinos, y que hoy los ituindarras recorrerán en sentido inverso para llegar a Zubieta en torno a la una.
Los joaldunak desfilan en dos hileras, con movimientos rítmicos y acompasados, logrando hacer sonar sus cencerros al unísono. Uno de los dos joaldun de la primera fila hace sonar intermitentemente un cuerno y lanza unos gritos que marcan el ritmo del desfile. Todo adquiere un aspecto ritual ligado íntimamente a la naturaleza.
Ayer, como siempre, el sonido tranquilo, pausado y profundo de los 84 joares tenía un fin: desperezar a la naturaleza. Que la primavera comience a despertar y mientras, en su recorrido de cuatro kilómetros, los malos espíritus se queden fuera. El sonido de los cencerros podría tener la función de ahuyentar las plagas y los maleficios, preservando el desarrollo de los pastos y sembrados. El hisopo que el joaldun porta en su mano derecha durante su danza tendría una función similar.
Ayer, a Florencio, se le acabó el carrete de fotos, pero hoy, tiene otra oportunidad de volver a revivir el carnaval, como todos, en Zubieta.
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