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Sin tregua en la danza
El mismo salón en el que desde hace cuarenta años multitud de niñas han hecho sus pinitos en la danza, sigue hoy en día sirviendo de lugar de ensayos para que otras muchas sigan conociendo este mundo. La impulsora de esta disciplina artística y fundadora del Ballet Eibarrés, Juanita Unzueta, fue homenajeada por el Ayuntamiento de Eibar y la Mesa de Mujer, dentro de los actos en conmemoración del Día Internacional de la Mujer.
Esta eibarresa y la que ha sido durante años entrenadora del Club de Gimnasia Rítmica Ipurúa y actual seleccionadora española de Gimnasia Rítmica Individual, Tania Nagornaya, recibieron sendas réplicas de la escultura Txopitea eta Pakea de Jorge Oteiza, tributo especial del consistorio a sus trayectorias.
Ambas mujeres no sólo tienen en común el formar parte de la historia de la localidad armera por sus logros en sus respectivas profesiones, sino el llevar en el corazón a Eibar y Rusia. El pasado de Juanita Unzueta está marcado por haber sido niña de la guerra . En 1937, en plena Guerra Civil española, Juanita, junto a su hermano pequeño y otro millar de niños, partió de Bilbao en el barco Habana destino Leningrado, escapando de las bombas y con la esperanza de regresar pronto. La estancia se alargó durante 20 años. «Mi segundo país es la Unión Soviética. Los rusos me han enseñado muchas cosas. Allí estudié y allí me educaron», expresa Juanita, quien de su conversación se denota su sentido amor por el pueblo ruso. «He pasado la revolución del 34, la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, pero hay una cosa buena y es que puedo contarlo».
Juanita Unzueta vivió junto a su familia hasta los doce años en un edificio de Bidebarrieta, no muy lejos de donde se encuentra el Ballet Eibarrés (Urtzaile). Un año después de comenzar la Guerra Civil, la familia de Juanita decidió abandonar Eibar, buscando una residencia más segura en Algorta. «Cuando comenzaron los bombardeos, yo me ponía como loca y decidieron mandarnos a mi hermano y a mí fuera, pensando que la guerra la íbamos a ganar nosotros y que sería cosa de meses», comenta. «Toda despedida entre padres e hijos es dura pero el recibimiento allí fue extraordinario. Nos cuidaron y nos dieron lo mejor, empezando por caviar, que a nosotros no nos gustaba nada», recuerda sin poder evitar una amplia carcajada.
Su primer destino en Rusia fue Pradda, a las afueras de Moscú, donde se habilitaron unos pabellones para medio millar de niños y niñas españoles. Allí recibió una completa educación, con profesores españoles y clases de ruso, y donde también comenzó a despuntar su afición por el baile, «aunque yo creo que me ha gustado desde que nací», comenta. «Por las mañanas teníamos clases y por la tarde nos dedicábamos a lo que llamábamos círculos ; danza, costura, piano...», expresa. Juanita recuerda con admiración a la persona que inició su trayectoria en la danza, un bailarín del Gran Teatro de Moscú, Vladimir Bieli, de quien aprendió ballet clásico, danzas de las diferente repúblicas soviéticas, «pero también bailábamos la jota vasca, sevillanas, bailes gallegos...», afirma la profesora. Juanita encontró en el baile una vía de escape a la situación en la que vivían, «aunque nosotros éramos muy niños y no profundizábamos todo lo que estaba ocurriendo», confiesa.
«La jota vasca se hizo famosa y casi todos los meses íbamos una ó dos veces a bailar a Moscú». Entre los pasajes que vivió la eibarresa en su primera etapa en Rusia, recuerda su participación junto a otro grupo de niñas en un festival para celebrar el aniversario de la Revolución Rusa, «con el Gobierno en pleno, Stalin, Grosilov...» «Salímos a bailar la jota vasca, que no habían visto, y la gente terminó de pie».
Guerra Mundial
Esta situación cambió cuando Alemania invadió la Unión Soviética en 1941, teniéndose que desplazar junto a otros niños a poblaciones más seguras. Tras finalizar la guerra, Juanita regresó a Moscú, donde se quedó en otra instalación habilitada para los niños españoles, a pesar de que ya había llegado a cumplir la veintena. La danza siguió siendo uno de sus motores y fue curiosamente lo que le permitió conocer a su marido. «Fuímos a un cuartel de españoles a bailar sevillanas y allí fue donde se me acercó un andaluz, quien se convertiría en mi marido».
Juanita Unzueta y su marido permanecieron en Rusia hasta 1957 cuando decidieron regresar a Eibar. Fue entonces cuando esta mujer perseverante decidió cumplir su sueño, «formar un grupo de danza». Juanita comenzó su vocación didáctica en la sala de su casa. En aquel pequeño espacio comenzó a dar clases de ballet a niñas, que como la sociedad de entonces apenas había tenido contacto con este arte. «Los primeros bailes que les enseñé fue un vals del Danubio Azul y una danza de Ucrania. Gracias al Orfeón Eibarrés, que actuaba en el teatro Amaia, presentamos estas danzas. Tengo que agradecer a aquellas madres que se volcaron para hacer los tutús, las zapatillas.... La actuación fue todo un impacto porque aquí no se conocían las danzas rusas», explica Juanita.
Pero donde comenzó a forjar su trayectoria del ballet en Eibar fue en la academia Ballet Eibarrés. Ha sido aquí, durante décadas, donde Juanita no ha descansado en su empeño de ofrecer a la sociedad eibarresa la posibilidad de practicar la danza.
Durante estos años, ha realizado multitud de actuaciones con sus niñas y a beneficio de diferentes causas. En estos años, son muchas las personas a las que Juanita quiere agradecer su colaboración como la Sociedad Femenina, su compañera de fatigas Lucía o quien ha tomado el relevo de formar a jóvenes en la danza, Pili, y por supuesto guarda en memoria a todas las niñas a las que ha dado la oportunidad de iniciar sus pasos en las danza.
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