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Robert, el espectador
Crítica cine, The company
Dice Altman, nuestro Robert Altman de Cookie´s Fortune, M.A.S.H, Kansas City, que él, antes de dirigir The Company, no sabía nada, absolutamente nada, sobre la danza. Nosotros pensamos lo mismo cuando nos dijeron que esta película era, nada más, nada menos, el poderoso sueño de Neve Campbell, la actriz de la saga terrorífica Scream que se empeñó en escribir la historia, producir el filme e interpretarlo porque había sido bailarina durante mucho tiempo. Nos preguntamos qué diablos haría Altman tan lejos de Vidas cruzadas, Nashville o Grosford Park e incluso temimos que se nos estuviera convirtiendo en este grotesco tipo de cineasta maduro que se dedica, en su vejez, a filmar relamidas películas de baile y música, toda estética, toda fotografía cuidadísima, todo fulgor.
Eso nos temimos. Pero Altman es mucho Altman. Y la Campbell, mucho más que la reina canadiense del grito horroroso en peli de miedo.Y Malcolm McDowell no ha perdido toda la furia de, cuando entre otras cosas, fue el fiero muchacho de La naranja mecánica. Y, claro está, el Joffrey Ballet de Chicago, no es, precisamente, una academia para señoritas bien.
Así pues, resulta que desde los mismísimos títulos de crédito The Company se vive como una película magnífica y como un soberbio festival de danza que no juega ni con la cámara ralentizada ni se le ocurre filmar primeros planos de pies, caras y manos. En The Company no hay cortes a detalles más o menos vitales, más o menos nimios. ¿Por qué? Muy sencillo: porque el viejo, sabio y diabólico director nunca se situó con sus cámaras sobre el escenario sino que siguió cada coreografía desde el patio de butacas, mirándolas y viéndolas como las mira y las ve el público que asiste a un espectáculo de baile. Se puede decir que en The Company se mueven quienes tienen que moverse y permanece quieta quien debe hacerlo. Es decir, los bailarines. Es escribir, la cámara. Y Robert Altman de mirón. De soberbio mirón. De mirón hasta cuando penetra en la vida personal de los bailarines. No, no hay grandes conflictos. La vida, tal que. La vida coreografiada mientras alguien recrea, bajo la lluvia un pas à deux contra el fondo de una canción divina, My Funny Valentine. Suave como el visón.
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