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"Hago recapacitar al público para que asuma que estamos de paso y viva intensamente lo bueno"

Víctor Ullate, coreógrafo

Egilea
Ruth Pérez de Anucita
Komunikabidea
Noticias de Gipuzkoa
Tokia
Donostia
Mota
Elkarrizketa
Data
2007/03/31

Víctor Ullate, bailarín, coreógrafo y maestro de bailarines, desarrolla su sensibilidad sobre los escenarios desde hace 40 años. Concibió Samsara en memoria de un amiga que falleció el pasado verano, después de ocho años de lucha contra el cáncer. "Era una mujer a la que yo admiré y quise muchísimo. Pudo ver el baile antes de morir y se lo ofrecí".

Su director artístico, Eduardo Lao, dice que esa pieza es un resumen de todas sus creaciones. ¿Recoge 'Samsara' su trayectoria?
Samsara es un viaje a través del Oriente y hay países que he visitado siendo bailarín y conozco muy bien. Nepal fue mucho más tarde, hace seis años que estuve allí y en India. Y, sí, puede ser el resumen de la esencia de mi vida.

La obra se presenta como un viaje para que el público se sienta mejor consigo mismo. Desde su estreno, ¿qué sensaciones ha percibido entre los espectadores?
El mensaje de este ballet es muy especial, es un mensaje de amor hacia los demás, en el que hago alusión a las guerras, a la destrucción, al hambre, a todo lo que está ocurriendo hoy en día. Hago recapacitar un poco al público para que piense que todo no es eso, que en este mundo estamos de paso. El samsara representa el ciclo de la vida y la muerte. Naces, sufres, mueres. Quiero transmitir que esos momentos de vida que tienes para disfrutar tienes que vivirlos intensamente.

¿Cómo se traduce ese mensaje a la danza?
Es lo que he hecho toda mi vida y tengo esa parte creativa que me hace poder desahogar lo que siento a través del movimiento. Está muy logrado, porque la gente sale emocionadísima, muy tocada por lo que ha visto. Les hace efecto y, al mismo tiempo, se sienten bien. Es algo que todo el mundo tendría que ver.

¿Cómo ha trabajado con las bailarinas Ana Noya, Marta Rodríguez, Eri Nakamura...?
Ha sido un trabajo muy agradable, llevan mucho tiempo conmigo. También con Luca Vetere, que es maravilloso, con Yevgen Uzlenkov, Natalia Tapia... Son un conjunto de energías y es un placer tenerlos para poder plasmar un ballet. Ellos te dan de su arte y se produce algo estupendo entre el coreógrafo y el bailarín. El coreógrafo tiene que enamorarse, en el buen sentido, de sus bailarines. Porque es con ellos con los que está creando.

La danza era la disciplina artística en la que más se prolongaba la relación profesional entre artistas y compañías. ¿Sigue siendo así?
Hoy día, eso no existe apenas. La juventud cree que lo tiene que hacer todo rápido: cuanto antes mejor. No tiene paciencia. Por regla general, un bailarín está dos años en una compañía y se va a otra, a no ser que tengan muy buen sueldo y pertenezcan a un buen teatro como la Ópera de París, de Stuttgart o de Hamburgo, que son teatros con solidez, madurez y trayectoria. Ahí los bailarines se lo piensan. Alemania paga muy bien a sus artistas y muchos quieren estar por la seguridad que les da. Cuando un bailarín termina su carrera con 40 años, los gobiernos suelen darle una indemnización y la jubilación, que es lo lógico. En España no existe, y un bailarín no puede bailar hasta los 60 ó 65 años.

Usted ha sido una parte esencial en la formación de la zumaiarra Lucía Lacarra.
He tenido muchos bailarines vascos, desde Ygor Yebra a Lucía Lacarra, que es como mi hija. Es mi niña. Otra vasca, que es también hija mía, Itziar Mendizabal, a la que quiero mucho, está en Leizpig. Y tengo ahora dos vascos en la compañía, Leire y Javier. Estoy encantada de tener gente del país, porque tienen una fuerza y un arte muy especial.

En Euskadi se reclama una escuela de danza para que los jóvenes no tengan que estudiar fuera.
Es muy bueno que haya escuelas y compañías, porque eso quiere decir que hay interés por la danza y que va a haber más interés. Considero que son necesarias. Ahora, si quieren venir a Madrid a estudiar conmigo, encantado de la vida: quizá lo que yo pueda darles no pueden dárselo en otro sitio. Tengo fama de buen maestro. Cuantos más conocimientos pueda ampliar un bailarín, mucho mejor.

¿El magisterio compensa la nostalgia por la práctica de la danza?
Mi época como maestro y coreógrafo me llena de satisfacción. Cuando bailaba, estaba feliz porque quería bailar. Pero ahora no quisiera bailar, sino hacer lo que estoy haciendo. Para todo hay una edad, porque vas evolucionando de una forma distinta, afortunadamente. Las personas que han seguido bailando es porque no han tenido otra cosa o han querido seguir siendo estrellas y no quieren ver el paso del tiempo. Creo que hay que dejar paso a los nuevos valores; es una forma de generosidad e inteligencia.

¿Es más fácil convencer con un espectáculo de danza clásica que con una propuesta contemporánea?
La danza clásica hay que actualizarla. A un bailarín no le puedes tener haciendo siempre lo mismo, porque no evoluciona. El clásico es bonito si está muy bien bailado, si está muy bien hecho, si la producción es cara, si se hace en un teatro en el que se puede montar toda la parafernalia... El clásico es un cuento de hadas; está bien, pero hay que ver otras cosas. El problema es que en España gusta todo, esté bien o mal hecho. Casi todo lo que se trae de fuera está mal hecho y gusta; no entienden nada. Eso es lo patético. Hay muchas compañías que vienen del Este, y no tienen nivel artístico ni la calidad técnica ni nada. Te preguntas: ¿para qué me estoy matando luchando por la calidad artística si la gente lo mete todo en el mismo saco y le da igual?

¿Cree que no aprecian la diferencia?
No. A no ser que seas un entendido, no. La gente no valora. Para que sea un buen clásico tienen que venir grandes figuras, el Bolshoi o la Ópera de París, son tres o cuatro compañías las que lo pueden hacer a un nivel internacional. El neoclásico es la técnica clásica con una visión más actual de la danza, que es lo que yo hago. Pero el virtuosismo de lo clásico está ahí. Están sus giros y sus saltos, pero la concepción es distinta. No se trata de hablar de princesas, sino lo que le ocurre a un señor en una mesa de operaciones.

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