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«En el instituto se reían cuando decía que quería ser bailarina»
Itziar Mendizabal, Bailarina
Dicen que los sueños, sueños son, pero en su caso...
En mi caso se han transformado en realidad.
Se inició cuando era una niña.
Cuando
veía espectáculos de danza me quedaba bloqueada delante de la tele. Con
tan sólo cuatro años le dice a ama, que quería ser bailarina.
Eso sí que es vocacional.
Pues,
sí, la verdad. No sé de dónde surgió esa pasión, pero lo tuvo claro
desde el principio. Recuerdo que algunas chicas de mi clase hacían
ballet, y yo quería ser como ellas.
Mujer segura.
Siempre
lo he sido. Va en mi carácter. Cuando preguntaban en el instituto:
‘‘¿Qué carrera vais a estudiar?’’. Respondía: ‘‘Yo, bailarina’’.
Y, ¿qué le decían?
Mis
compañeros se reían, pero a mí me daba igual. Lo tenía claro. De mayor
quería dedicarme a la danza. El profesor me decía que ser bailarina no
era ninguna carrera.
Hombre, carrera, carrera universitaria no, pero...
Pero es una carrera y hay que trabajar muchísimo.
Mucho sacrificio, ¿verdad?
Enorme.
Es una profesión que requiere de un enorme sacrificio, pero es lo que
siempre he querido ser. Así soy feliz. El esfuerzo no es sólo físico,
si no psicológico también.
¿Las bailarines tienen bajones?
Por supuesto. Somos humanos y hay días muy duros.
Y, un día de bajón, ¿qué hace Itziar?
Con
los lagrimones en los ojos, intentar acabar el día lo mejor posible. El
día que estoy de bajón me digo a mí misma: ‘‘Venga, Itziar, mañana será
mejor día’’.
Desde hace un año es bailarina solista del Ballet de Leipzig. ¿Cómo se lleva un trabajo de esa responsabilidad siendo tan joven?
Estoy
feliz, porque estoy bailando mucho. Es lo que me gusta. Ingresar en el
Ballet de Leipzig ha supuesto un salto importante en mi carrera. Es una
compañía con un nivel muy alto, una base clásica muy fuerte. He tenido
la oportunidad de hacer ‘‘La fierecilla domada’’ y ‘‘El lago de los
cisnes’’.
Era lo que deseaba, ¿no?
Sí, era lo que quería desde pequeña. Pero reconozco que ha llegado antes de lo que yo esperaba.
Se le ve feliz.
Es que no sé cómo explicar lo contenta que me siento.
¿Se considera una mujer afortunada?
Muchísimo. Soy lo que quiero ser.
¿Se marca metas?
No,
no pienso en el futuro. Ahora, por el momento sólo quiero disfrutar con
lo que estoy viviendo. Para mí es lo más importante. He encontrado un
sitio en el que tengo un buen ambiente de trabajo, donde siempre
encuentro una sonrisa en esta profesión en la que muchas veces nos
sentimos tan solos. Por eso, ahora, lo que voy a hacer es aprovecharlo
mucho y aprender.
Siempre hay algo que aprender.
Siempre. Se aprende del primero al último de los bailarines de una compañía. Todo el mundo te aporta cosas interesantes.
Imagino que lo peor es estar fuera de casa, ¿no?
Se
hace muy duro. Con catorce años me fui a Madrid para ingresar en la
Escuela de Baile de Víctor Ullate. Aquel año fue muy duro, porque me
sentí muy sola. Alejada de mi familia y de mis amigos. La vida me
cambió totalmente. Dejé Hondarribia y me fui a la gran ciudad.
Es esa la parte dura del artista.
Es una de las partes más duras, sin duda. No tienes a tus amigas para quedar los fines de semana.
Pero, ¿acaso tiene fines de semana libres?
Ja,
ja. Tienes razón. Ni siquiera tienes fines de semana libres. Ha habido
épocas en las que he trabajado mes y medio seguido sin un día de
fiesta. Siempre no es así, pero hay meses que se complican.
Cuando libre tampoco tendrá ganas de hacer muchas cosas, ¿no?
Sólo tumbarme en el sofá y descansar. Generalmente, los solistas sólo tenemos un día libre a la semana.
Después
de debutar como bailarina profesional en la compañía de Víctor Ullate,
estuvo tres años en Zuritz, y ahora en Leipzig. ¿Los bailarines están
obligados a moverse o cambian de país por voluntad propia?
Ambas
cosas. Por un lado, tienes que salir fuera para aprender, trabajar con
distintos coreógrafos, buscar la línea, el estilo de compañía que te
gusta. Por otro, te ves obligada a salir porque hay pocas compañías de
ballet en nuestro entorno más próximo, así que es muy difícil bailar.
El Ballet de Leipzig tiene un repertorio de coreografías clásicas, ¿no?
Es un ballet con repertorio de coreografías clásicas y neoclásicas.
¿Qué estilo prefiere?
Los
dos me gustan, aunque el clásico es el más exigente, es el más puro y
lo tienes que hacer cuando eres joven. El neoclásico te da otra
sensación, otra libertad.
¿Se ha hecho a vivir en Alemania?
Bueno,
tengo poco tiempo. Los ensayos comienzan a las diez de la mañana y
terminan a las seis de la tarde. Leipzig es una ciudad universitaria
llena de gente joven con mucha vida. Los amigos nos juntamos y hacemos
cenas en las casas.
¿Qué tal se defiende con el alemán?
Lo
chapurreo, pero el idioma que utilizamos es el inglés. En el Ballet hay
40 bailarines de 20 países distintos. Es una compañía multicultural.
Cuando llegan las vacaciones estará deseando volver a su pueblo natal.
Me encanta. Disfrutar del mar, de la comida...
¿Sus principales fans?
Mi familia. Cuando la pasada semana actué en Gasteiz vinieron a verme. Fue muy emocionante.
¿Tiene alguna manía antes de salir al escenario?
Envio un beso al cielo y otro al escenario.
¿El beso que lanza al cielo tiene un destinatario especial?
Va dirigido a personas muy queridas, que me cuidan y sé que están conmigo.
¿Qué pensarán aquellos compañeros de instituto que se reían cuando decía que quería ser bailarina?
Mis verdaderas amigas han estado siempre conmigo. Los demás, me da igual lo que piensen.
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