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Preparados para ser «trabajadores del arte»
Miryam Villanueva dedicaba todas las tardes, «de cinco a nueve», al ballet, y siempre era ella quien organizaba los bailes del colegio. «Los profesores me decían ¡qué artista!, pero yo lo veía como un hobby», cuenta esta joven getxotarra de 22 años, que desde los quince da clases de danza a niños. Se matriculó en Comunicación Audiovisual, pero solo tardó tres meses en cambiar el paso. Ahora que está a punto de obtener el título oficial sueña con abrir su propia escuela para transmitir lo que lleva aprendiendo toda la vida, «a evadirte, a ser consciente de tu cuerpo, a cuidar la salud...». La danza puede ser también «un instrumento de resolución de conflictos», como plantea su compañera Elene Carreto en el trabajo de fin de grado. Ha creado una pieza para «trabajar la empatía» pensando «en las emociones que deben sentir los refugiados».
Si algo ha aprendido la primera promoción de la Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de Euskadi, Dantzerti, es a «abrir la mirada» para buscar oportunidades. Nunca ha sido fácil, pero estos 17 jóvenes (11 chicas y 6 chicos) son los primeros que no han tenido que salir de Euskadi para conseguir un título universitario en artes escénicas. Eran unos niños cuando, en 2005, se constituyó una plataforma de guionistas, actores, técnicos, bailarines y productores para reclamar una escuela oficial que permitiera retener talento, esas palabras mágicas que hoy no dejan de repetir los expertos en cualquier campo. Pasaron veinte años y varios bandazos hasta que el proyecto se hizo realidad.
LAS FRASES
- Jon Ander Urrutia 4º de Arte Dramático
- «Lo importante es saber de qué quieres hablar, hacer un teatro con sentido y no sea simple parafernalia»
- Elene Carreto 4º de Danza
- «La danza nos ayuda a trabajar la empatía y puede ser un instrumento para resolver conflictos»
10% de talento para empezar
Tiene algo de simbólico esta promoción que el director de la escuela, Igor Razquin, describe como «crítica y rebelde dentro del compromiso con el oficio». Gran parte de la profesión ha pasado en los últimos días por el centro Harrobia de Otxarkoaga para ver 'Bajo la piel / Eskamak kentzen', el espectáculo de los titulados en Arte Dramático. El dramaturgo Borja Ortiz de Gondra, que pasó dos meses con ellos en un taller para escribir el texto cree que «su identidad es menos conflictiva de lo que fue la nuestra, no hacen un drama existencial sobre lo vasco». Combinan con naturalidad los dos idiomas y los lenguajes con los que han crecido, «audiovisual, performativo, realista...».
Lo que no ha cambiado, en su opinión, es la necesidad de pulir sin descanso «ese 10% de talento que hay que traer de casa. Por tener un título no te van a llamar del Arriaga, hay que moverse y currar muchísimo», asegura. Les han formado como «actores creativos» porque deberán implicarse en los proyectos más allá de interpretar un papel. Como dice Jon Ander Urresti, de Bermeo, que hacía teatro en la UPV mientras estudiaba Filosofía, «lo importante es saber de qué quieres hablar, hacer algo que tenga sentido y no simple parafernalia».
En las nuevas generaciones se mantiene algo tan teatral como las sagas. Haizea Baiges nunca ha pensado en otra cosa «que en subir a un escenario». Sus padres son profesores de la Escuela de Teatro de Getxo y su hermano también ha heredado la vocación. La tolosarra Ziggy Docherty, hija y sobrina de actrices, ha trabajado en cinco temporadas de 'Goenkale'. «En casa me animan muchísimo, aunque no es nada fácil vivir de ello. Además de teatro mi madre hace un monólogo de clown, cuentacuentos...». Fue viéndola actuar cuando pensó «'yo quiero transmitir eso', aunque nunca se lo he dicho. Me da vergüenza».
Más que una carrera han emprendido «un proyecto de vida. Entre clases, ensayos y ver espectáculos, mi familia dice que somos como una secta...», cuenta Xanti Aguirrezabala, también guipuzcoano. Algunos compaginan esta pasión con el trabajo. Sandra Martín ejerce de camarera los fines de semana y Raquel Olmos da clases de teatro y dirige el taller de la Universidad de Deusto. Hace casi veinte años que se dedica a esto, pero «quería rellenar lagunas y tener una titulación oficial».
Ya les inspire Shakespeare o los musicales, el verso o la performance, han puesto en forma el cuerpo y la voz con clases de canto «y mucho teatro físico». Los alumnos de arte dramático y danza hicieron un espectáculo conjunto con la OSE y coinciden en algunas asignaturas, al igual que en los escenarios cada vez se diluyen más las fronteras entre ambas disciplinas. A Beñat Urrutia le dejó huella la semana que pasaron en Madrid con la Compañía Nacional de Danza, «una gran oportunidad». Le interesan los bailes tradicionales vascos «pero no por el lado romántico de la txapela», sino como objeto de investigación. «Quiero reinterpretarlos y actualizarlos, porque nos nutrimos de ellos. La danza es quizá la única manifestación cultural que comparten todas las civilizaciones». Estos «trabajadores del arte», como le gusta decir a Beñat, avanzarán en varias direcciones. A Unai Álvarez y Elene Carretero les mueven las coreografías contemporáneas, a Miryam Villanueva la vertiente pedadógica, Pilar Blanco quiere abrir camino en la crítica de danza. Y ya saben, recuerden sus nombres.
Una escuela con mucha vocación y poco espacio
No fue fácil encontrar un emplazamiento para Dantzerti. Inicialmente se pensó en La Alhóndiga, luego en el entorno de San Mamés. Los locales que comparte con el Conservatorio en Ibarrekolanda tampoco cubren las necesidades de espacio, como se ha puesto de manifiesto este año al coindidir los cuatro cursos. «Hemos habilitado un aula de danza en el garaje y las clases de acrobacia se dan en Zirkozaurre», explica Montse Royo, jefa de estudios de danza. Asegura que es «urgente» ampliar las instalaciones para unos estudios «con gran potencial. Hay mucho por hacer y a los alumnos no les va a faltar trabajo», asegura.
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