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Pasos de baile para la integración
Verdini Dantza Taldea, formado por bailarines con síndrome de Down, actúa el martes en Biarritz
Isabel Verdini es la impulsora de este proyecto. Su sobrina Aizea, que ahora tiene 13 años, nació con síndrome de Down. Fue entonces cuando decidió organizar esta asociación para demostrar que los discapacitados tienen aptitudes artísticas. Su primera actuación ante el público tuvo lugar en el 2000 en el Kursaal durante la celebración de veinte aniversario de Atzegi. «Ahora, con el espectáculo de Biarritz he querido demostrar que es necesaria la integración, que nosotros les necesitamos tanto como ellos a nosotros, y recalcar que son personas. En este espectáculo incido en la realidad de la vida».
Jesús Murua, monitor deportivo, explica que «este proyecto se basa en la ayuda de personas desinteresadas porque cada niño necesita una atención especial, hay un técnico para cada dos alumnos, y un médico pedagogo para saber cuál es el camino adecuado que debemos seguir».
Trabajo lento y constante
El trabajo es lento, debe ser constante -«a veces parece que das un paso hacia adelante, y resulta que al día siguiente son dos hacia atrás»-, plagado de experiencias agradables y muy duras hasta que ahora «los chavales están preparados para realizar una actuación muy digna, incluso se sienten capaces de improvisar cuando se quedan en blanco, como nos puede pasar a cualquiera».
Esta actividad tiene un beneficio más que notable para las personas afectadas por el síndrome de Down. «Son niños hipotónicos, con un tono muscular muy bajo, también tienen dificultades de equilibrio. Nosotros incidimos en el trabajo psicomotriz e intelectual. Que levanten una pierna cuesta mucho, pero al final la levantan. Hacemos danza y se lo han currado mucho porque para ellos la lucha comienza desde que se ponen las mallas», comenta Isabel Verdini, quien reitera que «ante todo son bailarines, muy buenos por cierto, y que interpretan con mucha técnica».
La Asociación Verdini Dantza Taldea comienza a educar a los niños en el baile a partir de los dos años y medio. En estos diez años la compañía ha pasado de tener cinco miembros a veinte. «En un principio los padres no se creían que sus hijos iban a poder bailar, ahora están muy satisfechos porque aumentamos su autoestima», explica la profesora de danza. «Los chavales vienen muy contentos, de lo contrario no lo harían. Hay sábados que estamos hasta once horas y domingos con otras cinco de trabajo. Hay algunos que quieren ser profesores o bailarines profesionales».
En el camino se han encontrado una serie de problemas como el económico: «No hemos pedido un duro nunca a nadie, los espectáculos los sufragamos entre los padres y nosotros». También se han encontrado que no les facilitan espacios para actuar «porque son niños con síndrome de Down». Cuando han acudido a una institución «nos han mareado de un departamento a otro, de Cultura a Bienestar Social, etc». Por este motivo reclaman «que nos dejen un escenario para que vean nuestro trabajo y lo juzguen, pero no como una obra de caridad sino como un espectáculo como cualquier otro».
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