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Oskara o supervivencia de cultura vasca en Teatro Cuyás
Imposible subsistir sólo como individuo, es la colectividad la que se encarga de dar continuidad a las vivencias compartidas. Y Marcos Morau nos presenta para ello una instalación que casi podría simular el ‘box’ abierto de un hospital, entre cortinas blancas que dan paso a los bailes de toda una vida. A sus canciones y a sus personajes más notables.
‘Kukai Dantza’ pero bajo la batuta del director de ‘La Veronal’. Juntos atesoran todo un año de éxitos cosechados, que los llevan de regreso a tierras vascas este próximo fin de semana. Pero antes los bailarines de Kukai pasarán por Barcelona con otro trabajo.
Y el Cuyás no fue una excepción. Cayó rendido. Fuertes aplausos envueltos en una calurosa ovación que se mantuvo en pie, entre los que se encontraba el presidente del Cabildo grancanario, Antonio Morales.
Nadie quedó indiferente. Morau, bien anclado en la raíz misma de las danzas folclóricas, sabe borrar su silueta para quedarse con la esencia y construir un movimiento que conmueva a todos por igual. Vascos o no.
Rompe moldes pero sin ofender lo más mínimo a la tradición. Fiel a cuanto le han contado, sabe impregnarse de la verdadera emoción de una identidad real, la vasca, que subsiste a base de lucha.
Trabaja en profundidad música, trajes y mitos locales de Euskadi como inspiración para relatar una obra propia. Nos transmite esa sensación de incierto fin, de advertencia casi apocalíptica para proteger cuanto atesoran… ¿Acaso en su sociedad? ¿En la humanidad en general, o en la identidad vasca, en realidad?
Seis intérpretes masculinos sobre un escenario blanco, inmaculado de injerencia ajenas a la cultura vasca. Los cinco bailarines de Kukai y el sobresaliente cantante Erramun Martikorena, integrado como un rol más en el espectáculo. Esencial, en verdad. Sin su voz cuesta imaginar que se creara ese clima tan especial de ‘Oskara’.
Erramun Martikorena, el ‘Luis Mariano de Iparralde’. El ‘Baigorriko Txoría’ o ‘Pájaro de Baigorri’. Inconmesurable ejemplo de riqueza vocal de la tradición y cultura vascas. Martikorena canta en la que fue la única lengua de su infancia hasta que fue escolarizado.
Y el sentimiento sale de su garganta de manera natural. Su capacidad para emocionar va más allá del significado de la letra de estas canciones populares. La imaginación de cualquiera liga bien con sus cuerdas vocales. Y al escucharlo, uno entiende que hay algo ancestral, ligado al nacimiento y a la vida.
Martikorena devuelve la fe. ‘Kaixarranka’ o baile de la caja, los ‘joaldunak’ o miembros de la comparsa de ‘Zanpantzar’, caballitos de traje o el campesino del museo. Y el ‘Ziripot’, claro, espantapájaros gordinflón vestido se sacos rellenos de paja, que uno imagina recorriendo sus calles en carnaval.
Tradiciones locales en este otro contexto de la mano de Marcos Morau (la Veronal) y Jon Maya (Kukai Dantza). Una realidad fragmentada inmersa en una instalación en movimiento, de frágil equilibrio, reconstruido sutilmente para susurrarnos cuánto hay que no perder.
El médico desviste quitando todas las adherencias de vida, todos esos retazos físicos del apego, todo lo vivido. Pero no puede arrebatar las vivencias porque ésas, más allá del individuo, pertenecen al inconsciente colectivo, a los recuerdos. Son la memoria de un pueblo y su seguro de pervivencia en el tiempo.
El joven supo y el viejo pudo. Pero quién era quién, pues la edad, como cualquier otro estado, no es más que una cuestión de tiempo.
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