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Miguel Angel Sagaseta: “En realidad en Valcarlos no hay un grupo de danzas, es básicamente un pueblo que danza”

Este sábado, 15 de septiembre, Miguel Ángel Sagaseta recibirá la medalla de oro de EHTE en Urdiain. En este contexto Idoia y José Manuel Albéniz entrevistan al homenajeado. Una charla intensa y muy interesante que recogemos a continuación.
Komunikabidea
Txistulari
Mota
Elkarrizketa
Data
2018/09/12
Lotura
Txistulari

Don Miguel Angel Sagaseta pertenece, junto con el padre Donostia, Jose Miguel Barandiaran y otros, a esa generación de sacerdotes que han invertido tiempo, saber hacer y pasión en la labor de recopilar y conservar distintos aspectos de la cultura euskaldun. Muchos son los factores que han jugado a su favor. El primero de ellos que, como sacerdotes, han tenido siempre abiertas las puertas de las casas. El segundo, la motivación de querer legar al prójimo algo inmaterial e intangible pero tan imprescindible como es la música. Y por último, la “sensibilidad” necesaria para saber apreciar el valor de la cultura y la necesidad de imprimirla en partituras y escritos con el fin de salvaguardarla para la posteridad.

Con sus años, sabe tomar perspectiva de su vida y de su legado. Para contarnos sus impresiones de primera mano, nos reunimos con él en la casa parroquial de Etxarri-Aranaz.

¿Cómo recuerda su primer contacto con la música?

Los primeros contactos fueron en familia. Mi hermano Aurelio tocaba el txistu y los hermanos y hermanas bailábamos el zortziko en la era. Mi padre también se unía, porque en cuanto había música era el primero que se unía al corro. Conforme íbamos creciendo nos marcaba para que fuésemos puliesemos los pasos con más precisión. También entre los hermanos nos corregiamos los pasos unos a otros. Mi padre tenía gran amor por la danza, incluso mi padre y Jose María Barbenea enseñaban los pasos del zortziko en la casa parroquial de Ituren. Más adelante, de ese germen, se hizo un grupo de danzas llamado Mendaurko Artzaiak, donde yo tambíen colaboré algo aun siendo seminarista con Bizente Hernandorena, que era quien les enseñaba a bailar.

La gente antes mostraba su afición por la música de maneras muy particulares, como mi hermano que iba en bicicleta a Narbarte a aprender el txistu con Don Alberto Aguirre y junto a él iba Miguel Macuso, que al no tener bicicleta iba corriendo desde Auritz y esto le sirvió para ejercitar bien el pulmón. Al principio era negado para la música y torpe con los dedos pero tenía mucho ritmo y constancia. Estuvo ejerciendo de txistulari desde 1945 hasta 2015. Con el fondo físico que tenía podía tocar durante dos horas seguidas en los ensayos. Otro de los txistularis de antaño que tengo en mente es Lakarri, de la zona de Mauleón que tocaba de memoria sin partituras y era capaz de tocar dos txistus a la vez. En 1930 se presentó a un concurso de txistu de casualidad y ganó. Estaban hechos de otra pasta.

Se ve que su padre fue una gran influencia…

De las últimas veces que vi a mi padre bailar el zortziko fue en la primera misa que ofició mi hermano Aurelio. Fue todo un homenaje. En zortziko de Ituren es muy solemne y se usaba para empezar los eventos y que se bailaba sobretodo en el Corpus y en San Juan. Allá se baila de manera más pausada, lo que hace que lo pueda bailar también la gente mayor.

Te diré que mi padre tenía muy buen oído e iba a misa con un misal mitad en inglés y mitad en latín. Era su manera de mantener el inglés que aprendió en América. Era un hombre muy inteligente y a los 14 años el maestro del pueblo le dijo que no le podía enseñar ya nada más. Como no quería ejercer de tratante declinó sus derechos de primogenitura y marchó a América a probar fortuna. Así que además era un hombre decidido. Una vez recuerdo que estaba cortando hierba y se nos acercaron unos ingleses que venían con mochilas y mi padre fue con el único que pudieron hablar. Les dejó acampar y le dió de cenar. Tenía un gran corazón.

¿Cómo fue la etapa en el seminario, musicalmente hablando?

En el seminario también había un grupo en el que bailaba(mos) unos cuantos. Antes que yo formaba parte mi hermano Aurelio, que continuaba tocando el txistu. Bizente Hernandorena y Javier Oses, que luego sería obispo de Huesca, eran los dantzaris. Debía correr entonces el año 47.

El grupo Mendaurko Artzaiak de Ituren continuó actuando y yo me uní al grupo de danzas cuando ya estaba en el seminario. Para los bailes se necesitan 8 muchachos pero alguno se había ido soldado o estaban a otra cosa. Bizente se había comprometido a bailar el día de la Pilarica en su pueblo, Lekumberri, porque eran fiestas, pero en Ituren no había tres muchachos más… la solución fue enseñar a los tres estudiantes que estábamos en el seminario ya que pasábamos los veranos en el pueblo, desde el primer día del verano hasta el último nos tuvo a ensayo limpio todos los días. Bailábamos unos 18 números, banako, binako, launako, makil-dantza Bizkaia, txakarrankua, Ezpatadantza Gipuzkoa, sagi dantza de Goizueta… lo clásico. Finalmente bailamos el día de la Pilarica, sería el verano del 64 o 65 porque al poco tiempo ya cogí la sotana. A raíz de todo aquello, como manejabamos tanto aquellas danzas, comenzó a llamar mucho mi atención las notas que salían del txistu. Le pregunté a mi hermano Aurelio como se ponían los dedos y empecé, en privado, a ir tocando poco a poco. Lo hice de forma totalmente autodidacta y daba la tabarra a todo el mundo. Llegué a tocar más o menos. La práctica la cogí después, en Valcarlos, porque mi único bagaje hasta entonces eran dos años de piano.

Del grupo de dantzas del seminario hubo gente que enseñó a los de Oberena, allá por 1945.

¿Cómo empezó su labor en Valcarlos?

Te voy a contar una anécdota. El primer día que llegué a Valcarlos, el párroco me dijo que debía tocar misa, algo que yo no había hecho jamás pero mi predecesor en el puesto había cogido la costumbre de sentarse al órgano y tocar un par de notas aunque fuese usando solo un dedo para acompañar las oraciones. Él no tenía ni idea pero ya fue cogiendo y la gente estaba encantada porque solo querían un poco de acompañamiento para cantar, así que pensé que eso sí podía hacerlo yo. Estuve un rato ensayando para aprender algunos acordes más y por lo visto toqué más de lo acostumbrado y encima con las dos manos así que salí de aquella eucaristía con fama de gran organista.

La primera vez que estuve en Valcarlos recogí lo que pude encontrar en ese pueblo y en Garazi y fui ampliando alrededor pero no he vuelto a encontrar ninguna partitura nueva distinta. Después en el Bearn y Zuberoa, donde no había andado todavía, sí que localicé alguna cosa nueva. Guilcher, un gran músico del bajo París que a la sazón era un gran recopilador del folclore francés, fue conectando exactamente con las mismas personas con las que yo contacté para la recopilación de música. Incluso él se me adelantaba en muchas ocasiones, dado que estuvo 12 años realizando dicha labor. Sacó un libro llamado Arte y tradición vasca en el que hace un estudio muy exhaustivo. De hecho algunas de sus canciones tenían trozos que no aparecían en mis recopilaciones y me las envió desde París, dejando que yo las publicase también. Se ve que fuimos haciendo una labor paralela durante años.

Fundó una escuela de música en Valcarlos, así que lo de ser autodidacta no se le daría del todo mal.

Que va, yo hice como el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela.

Lo que sí me di cuenta en seguida es la gran afición que hay a las danzas en aquel lugar. Janzai Ausiak o Jautzis los suelen llamar. En el caserío de Tolosa como el abuelo que le hacía bailar al nieto y a los años, a aquel abuelo le había dado una angina de pecho y fuí de nuevo a verlos. El abuelo que estaba ya en cama estaba feliz porque ya le había transmitido al nietico como bailar y lo tenía bailando al lado del lecho. Antxonico se llamaba. No tenían juegos ni nada, lo suyo era bailar.

Para poder ensayar todas estas danzas empecé con dos chavalicos. Enseguida me di cuenta que lo importante de las dantzas es bailar con el espíritu, la autoexigencia y la transmisión de unos a otros. Y eso es lo que quise hacer en Valcarlos, dejarles sus propias danzas. Recuerdo que el invierno de 1970 a 1971 lo pasé transcribiendo los bailes y además cada uno llevaba su propia nomeclatura según la zona, si eran de Zuberoa, de Bearn, etc etc

Teníamos falta de medios y cuando no disponíamos de tocadiscos, los chavalicos cantaban mientras bailaban. Pero sí te puedo decir que en Valcarlos los mayores méritos son de las abuelas que cosen todos los trajes, las pecheras, los trenzados… y son las que les dan el lustre a los volantes. Mientras ellas estén, no hay de qué preocuparse.

En realidad en Valcarlos no hay un grupo de danzas, es básicamente un pueblo que danza. Lo han mamado desde casa y lo llevan en la sangre. En 1968 ó 1969 bailaron las chicas por primera vez pero no gustó demasiado a los del pueblo, sólo a la gente de fuera. Para los de la zona, bailar tiene un sentido mitológico y el integrar a las chicas no sentó demasiado bien.

¿Han cambiado mucho las dantzas con el pasar de los años?

Históricamente han ido cambiando, claro. Han ido perdiendo algunas cosas y ganado otras. En cierta manera se han universalizado y se han ido acomodando y adaptando a los nuevos escenarios mediante nuevas coreografías. Por ejemplo los ikutzis eran muy monótonos y ahora se les ha dado muchas más variedad y apertura. Antes se bailaba son marcar, con más libertad, sin que se les marcara el aire, cada uno llevaba el suyo. Por eso se legían los ikutzis más difíciles, para que los mozos se lucieran. Pero al hacerse en grupos más grandes era necesario marcarlos para seguir una coherencia todos. En cierta manera ahora es más espectáculo y menos dantza. Han perdido un poco el sentido de lo sacro y se han hecho más festivos.

El bailar vendrá en realidad de tiempos muy antiguos y remotos, cuando las dantzas se veían en casa, sin que se enseñasen y que se hacían como un acto mágico, no tanto de bailar si no como de estar realizando un ritual ancestral. Se jugaba incluso con la mirada. Lo más llamativo de todas estas dantzas es la majestuosidad y la concentración. No era un alarde gimnástico si no más bien lo contrario. Ahora son un espectáculo de cara afuera.

Los dantzaris antiguamente adquirían un cierto prestigio. En Zuberoa, los buenos dantzaris se han casado siempre en buenas casas porque además tenían la libertad de entrar en las casas donde estaban las mozas guapas.

Es curioso que mientras que los txistularis eran parias o agotes, los dantzaris eran considerados como gente bien, de buenas casas.

Después vino su etapa en Leiza…

Sí, no pude continuar con la labor de Valcarlos, porque al trasladarme ya no pude seguir recopilando y perdí bastante el contacto con quienes colaboraban conmigo. Las comunicaciones tampoco eran las de ahora.

En 1975 monté también una escuela de txistu en Leiza.Todas las tardes tenía 15 ó 20 que venían a aprender como Patxiku Perurena o Pilartxo Sagastibeltza. Posiblemente el espectáculo más bonito que he presenciado fue allí en la festividad de San Tiburcio. De pronto 400 personas se pusieron a bailar la jota espontáneamente. Lo hacían con mucha alegría y de manera muy acompasada además.

¿Le ha resultado muy difícil la labor de recopilar, dado lo minucioso que es usted?

Es que me he encontrado con mucha variedad. En algunos sitios sí tenían recogidas alguna jotas pero cuando iba por los pueblos solía coger las canciones y las transcribía de aquella manera, así que a veces la melodía no era fiable y tenía que compararlas con otros txistularis, partituras o las hacía repetir durante toda una tarde para ver si las había recogido bien.

Sobre el origen de los jautzis no hay ninguno que yo allá encontrado más allá del siglo XIX. Los más antiguos me vienen de un txistulari de Ituren que iba a Luzaide a tocar allá por 1870. En Donazarre sí había alguno anterior entorno a 1800 escritos en un cuaderno de tapas rojas que se habían transmitido de padre a hijo y que coinciden los las partituras de Faustin que recopilço en 1936. Debía estar emparentado en línea política con esta familia.

Además me pasaba mucho que encontraba el mismo baile con distinto nombre dependiendo del sitio de donde proviniesen. Quizás no era iguales pero estaba claro que tenían un mismo origen, como por ejemplo la sokadantza, la dantzakorda, la dantzalutze, la era de Estella o el zortziko de Urdiain… etc. Quizás varíen en que van por parejas con una cuerda, un pañuelo u otro elemento. En Luzaide teníamos el baile de la pera, la udaridantza, en el que el alcalde sacaba un palo con peras incrustadas y los demás iban detrás bailando.

Iztueta también recopiló dantzas muy similares en la zona de Vizcaya, parecidas a las mutildantzak y que de los siglos VXI and XVIII de debían de bailar por todas partes, desde el Bearn hasta Vizcaya. En algunos lugares fueron quedando casi en desuso a favor de los  pasodobles y chotis.

Como ya son las dos del mediodía, es mejor avisar a Don Miguel Angel que nos ha dado la hora de comer, porque está claro que con todo lo que sabe y lo que tiene que decir se nos haría, como mínimo, la hora de la cena. 

http://txistulari.eus/wp-content/uploads/2018/09/Sagasetaren-elkarrizketarako.jpg

Fotografía: baile del Zortziko de Ituren, en la imagen Aurelio Sagaseta al txistu (con sotana) y en primer termino en entre los dantzari su padre AURELIO SAGASETA

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