El ballet es una de esas disciplinas artísticas que todavía entraña enigmas para buena parte de la sociedad, fruto del desconocimiento hacia este tipo de danza que, durante décadas, se ha asociado a un entorno elitista. Una idea que Amaia Leiza, profesora al frente de la academia Basque Ballerina de Hondarribia rechaza, al tiempo que aboga por que el sector continúe trabajando “mucho” para “acercar a todo el público el ballet”, desechar viejos prejuicios y así democratizar el conocimiento de este “arte de alto rendimiento”. Algo que toma especial relevancia en abril, proclamado como el Mes de la Danza; una época en la que el territorio se llena de eventos y actividades para acercarse y conectar con la ciudadanía.
Leiza recibe a NOTICIAS DE GIPUZKOA en su academia, Basque Ballerina, inaugurada a comienzos de este curso. Pero el amor de esta navarra por el ballet comienzó mucho antes, a los tres o cuatro años, en su localidad natal, Bera. “Era una niña muy tímida” relata; “en la ikastola veían que, cuando me ponía disfraces, me transformaba, traía el personaje, me olvidaba de las vergüenzas y me relacionaba con todo el mundo. Entonces, a mi madre se le ocurrió probar con el ballet y fue un flechazo desde la primera clase”.
Tras esos primeros pasos en Bera, llegarían otros en Irun, hasta que “di el salto a Donostia”, donde se preparó con Mentxu Medel, en su estudio de danza Thalia. Pero su vida dio un giro de 180 grados cuando, a los 15 años, recibió una beca del Gobierno de Navarra y se trasladó a Madrid para continuar con su formación artística. Aquella fue una etapa de jornadas maratonianas, que comenzaban a las ocho de la mañana y finalizaban a las nueve y media de la noche, en las que compaginaba las clases de baile del conservatorio con las del instituto. “Es verdad que, visto desde fuera, ves que el sacrificio es bastante grande”, reconoce Leiza, pero es un precio que quienes se quieren dedicar a ello están dispuestas a pagar.
Con el comienzo en la universidad, también continuó la preparación en el ballet, pero una lesión de tobillo, por la que “pasé por tres operaciones” truncó su sueño de ser bailarina. Sin embargo, le abrió las puertas hacia el otro lado, el de la enseñanza; un universo que no se había planteado hasta el momento y que, “cuando empecé, me di cuenta de que me llenaba muchísimo”. “Ahora, bailo a través de mis alumnas”, señala Leiza.
Nuevo proyecto: Basque Ballerina
Así, tras siete años dando clases de ballet, Leiza sintió que era hora de dar un paso más y montar su propia escuela de danza. Así surgió Basque Ballerina, que abrió sus puertas el 19 de septiembre del año pasado en Honarribia. “Todo surgió de la necesidad de decir quiero seguir creciendo, quiero seguir llegando a sitios muy grandes y quiero ayudarles en este camino a las alumnas”, sostiene.
Y parece que su idea ha sido un éxito, ya que en su primer curso en marcha cuenta con algo más de 230 alumnas (200 de ellas en edad escolar y tres son niños), repartidas en seis grupos de alumnado menor de edad y dos de personas adultas. Además, las clases que ofrecen son de lo más variadas: ballet, iniciación a puntas, puntas, elasticidad y repertorio clásico para las más pequeñas; y la disciplina barré para las mayores, “una especialidad de fitness muy inspirada en el ballet”, detalla.
Verano con destino a Londres y París
Esos cursos estivales traen consigo la oportunidad de formarse en algunas de las escuelas de ballet más prestigiosas a nivel mundial, lo que puede ser una buena carta de presentación para comenzar una carrera profesional en la danza. En la lista de jóvenes que han conseguido plaza este año se encuentran varias alumnas de Basque Ballerina: cuatro de ellas realizarán una estancia en la Royal Ballet School de Londres (y otras dos se hallan en lista de espera) y dos hacen doblete, porque también se formarán con la Ópera de París. Pero estas chicas no han conseguido un puesto por ganar una competición: tuvieron que presentar una solicitud a principios de curso, que incluía fotografías “en unas posiciones que ellos piden específicamente”, así como grabaciones en vídeo.
Las cuatro afortunadas, de entre 12 y 16 años de edad, que en algunos casos repiten experiencia, vivirán la misma “experiencia de los alumnos” de esos centros durante el año académico: un régimen interno en el que bailan mañana y tarde, con un descanso para comer, y duermen en la residencia del centro. Compartirán espacio con personas procedentes de todos los rincones del mundo, en “clases de un máximo de 20 personas”, por lo que se trata de “plazas muy, muy reducidas”, incide Leiza.
Pero desarrollar una carrera profesional en el ballet no es la única manera de formar parte de esta disciplina artística. La edad tampoco es un impedimento, siempre “dependiendo del objetivo que tengas”, puntualiza. Y, a pesar de que algunas características físicas, como el “rango articular”, la “rotación de cadera” o la “forma de pies” pueden ser determinantes, Leiza valora más “la preparación mental”. “Tienes que ser muy fuerte, muy, muy fuerte”, insiste; “muy perseverante, muy disciplinado y muy trabajador”. Así, ella da la bienvenida en su escuela a todo tipo de personas; “a mí me da igual quién llegue, mientras tenga ganas para trabajar”.
En cuanto al futuro, Leiza apunta que “estoy abierta a todo”. “Quiero seguir creciendo muchísimo; no sé hasta dónde, pero quiero seguir creciendo” y hacerlo “con los alumnos”. De momento, se encuentra enfrascada en implantar en su centro el programa de la Royal Ballet School, ya que hace unos meses consiguió la afiliación oficial. Es la primera profesora afiliada a esta entidad a nivel estatal, siendo ésta una titulación para la que ha tenido que pasar por “tres fases de selección”, incluyendo una estancia en Londres. Por tanto, durante los próximos años el plan es seguir por este camino “y ver qué viene de todo esto”.