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Memorias de una 'prima ballerina'
Maya Plisétskaya recuerda como «un tormento» sus años al frente del Ballet Lírico Nacional
Se deshace en elogios
hacia España y equipara el premio Príncipe de Asturias al Nobel, pero
advierte que pondría «condiciones muy severas» para regresar aquí como
coreógrafa. Y es que la genial Reina del viento tiene una espinita
clavada en su alma: el nefasto recuerdo de los años que pasó como
directora del Ballet Lírico Nacional. «Fueron tiempos de intriga. Un
tormento», dice.
«No dejaron de ponerme trampas personas de mi
entorno más próximo; gentes que, a buen seguro, deseaban estar en mi
lugar. Se pusieron en mi boca cosas que no había dicho ni pensado. Fue
una situación difícil a la que contribuyó no conocer el idioma y que mi
capacidad organizativa sea mucho menor que mi capacidad como bailarina».
Unas
dificultades que no minaron el vigor y el optimismo recuperado de esta
gran mujer que ha hecho multitud de regates a la vida. Hija de un
ingeniero represaliado y fusilado por Stalin, su madre fue también
acusada de traicionar al pueblo ruso y condenada a trabajos forzados.
Ella misma fue señalada como «enemiga del pueblo», pero tuvo que bailar
ante Stalin años después y soportar como la autoridades soviéticas le
impedían salir del país cuando ya era la mayor estrella del Bolshoi.
Fueron los años más duros, oscuros y descorazonadores. Un tiempo sin
esperanza sobre el que la propia bailarina confiesa «que no pasaba un
sólo día sin que pensara en suicidarme». Tras largos años de veto,
consigue bailar en Estados Unidos, Francia, Reino Unido e Italia y se
la reconoce como una gran dama del ballet. El diario The New York Times
la bautizó como La Callas de la danza y se lanza internacionalmente su
carrera.
Legendaria
Así lo recordaba ayer su gran amigo y
especialista en ballet, Ricardo Cué, que se refirió en la presentación
del libro a Plisétskaya como «una leyenda, una diosa, una gran artista,
un genio y un ser maravilloso». Repasó Cué los momentos estelares y los
más duros de la vida de la coreógrafa reflejados con enorme detalle en
este libro gracias a los diarios que la propia Maya llevó hasta 1993.
Vecina
de Madrid algunos años, no logró Plisétskaya expresarse en español,
pero mantiene viva una «ilusión» por lo español que alimenta desde la
niñez. «El primer disco que oí en mi vida fue Carmen. Fue en un
rompehielos en el que viajaba con mi padre camino de una ramota isla.
Tenía 7 años y aún no bailaba. A los 10, me entusiasmó La jota española
que bailaba con gran placer en la escuela coreográfica. Más tarde bailé
Don Quijote o Fuenteovejuna, ballets clásicos sobre tema español, y mi
marido, a quien tanto debo, me escribió Imitación de Albéniz y Carmen
suite, páginas que hacían realidad el sueño español», explicó ayer
Plisétskay en la sede de la SGAE y en presencia de su esposo, el
pianista Rodión Shchedrín. COLPISA
La última vez que bailó sobre un escenario contaba 71 años. El año pasado, al cumplir 80, bailó flamenco con Joaquín Cortés en el Kremlin. A punto de cumplir 81, Maya Pliséstskaya luce palmito con orgullo y su cabeza está tan saludable como su cuerpo. ¿Cuál es el tuco? le pregunta una joven bailarina. «Cuidarse y hacer las cosas con amor y pasión», responde la octogenaria bailarina y coreógrafa, que al final de cada representación se cuidaba de las docenas y docenas de rosas arrojadas al escenario y de las que invadían su camerino. «Yo misma las llevaba a casa y las cuidaba. Cortaba los tallos y cambiaba el agua. Se abrían y lucían toda su belleza, hasta que acababan marchitándose. Perdían su fragancia, pero siempre había una que mantenía su aroma».
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