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"Me dolió más el corazón que el pie cuando no pude bailar en la inauguración del Euskalduna"
Igor Yebra Bailarín
Se ha formado desde niño en la disciplina y ese es
su esfuerzo diario porque su meta, alcanzar la belleza a través de la
danza, tiene tanto de arte como de sudor y trabajo. A los 13 años
cuando empezó a bailar en Bilbao, Igor Yebra tuvo un momento de
indecisión. Le gustaba tanto el ballet como el fútbol.
Cuando
eligió el camino del arte, se graduó en el Conservatorio de Danza de
Madrid con Matrícula de Honor y casi sin tiempo a pensárselo, debutó en
el escenario del Arriaga, siendo un chaval. Hoy tiene 34 años y está a
punto de quitarse una "espina clavada": bailar por fin aquel concierto
inaugural del Euskalduna que se celebró sin ballet, a causa de una
lesión muscular.
En aquel momento confesó que le dolía más el corazón que el pie...
Me
sentí fatal. Venía arrastrando una lesión desde hacía algún tiempo,
aunque confiaba en que manteniendo la tensión muscular y con la gran
ilusión que tenía, al final podría bailar. Pero no pudo ser. Me dolió
más el corazón que el pie.
Se le hizo un nudo en la garganta cuando lo anunció...
¡Me hacía tanta ilusión! El maestro Granero había hecho para esa ocasión una coreografía especial de la segunda suite de Daphnis et Chloé
de Ravel. Además yo, entonces, era muy joven y para mí era un orgullo
que se hubiera apostado por mí para protagonizar la gala de
inauguración del Palacio Euskalduna.
Ahora tiene la segunda oportunidad.
Cuando
me lo propusieron, me sorprendió mucho. Han pasado tantas cosas en
estos años... Pero no dejo de reconocer que me encanta la idea. Como
entonces, participarán también la Orquesta Sinfónica de Bilbao y la
Coral de Bilbao. Además, habrá sorpresa. Voy a bailar también La muerte del cisne, acompañado del violonchelista Asier Polo, como lo hice en diciembre de 1999 en el Euskalduna.
¿Y qué ha quedado de aquel Igor Yebra?
Somos
muy diferentes, pero hay algo en común entre aquel joven y el Igor de
la actualidad. Conservo la misma pasión por la danza que cuando me subí
por primera vez al escenario.
¿Cuántas veces en estos años ha pensado que quería colgar las zapatillas?
Algunas...
A veces es complicado, pero es mi vida. Estoy haciendo lo que me gusta,
lo que amo. Tiene algunos inconvenientes como la disciplina, pero para
mí esto no es una profesión. Es una forma de vida y un arte que reúne
un poco el resto de las artes: lo escultórico, la poesía, la música...
Siempre buscando la belleza.
Exactamente. El baile me ha dado muchos momentos de belleza.
¿Cuántas horas baila al día?
Un
mínimo de cuatro horas diarias no me lo quita nadie. Todo depende de
las funciones que tengo que hacer, de la obra... Pero menos de cuatro
horas, nunca. Cuando se acerca la función, los ensayos duran más de
diez horas.
Una vez confesó que mentalmente está siempre bailando...
Bailo
mentalmente en todos los sitios. Hay algunos que dicen que son
bailarines cuatro horas al día, yo lo soy las 24 horas. Estoy viendo un
espectáculo, leyendo un libro o viendo un partido y pienso en cómo se
podría bailar eso. Es una necesidad vital.
Si
le hubieran dicho que iba a cosechar tantos éxitos entre públicos tan
exigentes como los de los teatros Mariinsky, Bolshoi o el Kremlin, ¿se
lo habría creído?
La verdad es que nunca he
tenido una meta. No me gusta marcarme objetivos. Pero siempre se sueña
con lo más alto. Yo no me puedo quejar en absoluto. En estos momentos
viajo por todo el mundo. Y el hecho de ser bailarín estrella en la
Ópera de Burdeos es un gran honor para mí. Ahora estoy preparando una
nueva versión de Romeo y Julieta que bailaré en marzo en Burdeos.
Será
la sexta versión del ballet basado en la tragedia de Shakespeare y con
música de Sergei Prokófiev que Igor Yebra baila. ¿Es su personaje
preferido?
En realidad no tengo un personaje
preferido. Disfruto mucho con Romeo, pero también con Espartaco y con
Ivan el Terrible, papel que interpreté en Moscú con versión de
Grigoróvich. Se da una importancia fundamental en sus valores, en todo,
al hombre.
Hace poco se quejaba de que había grandes bailarines vascos que no han podido actuar en su tierra.
Y
siguen sin poder. Por eso uno de los pasos que he realizado para
cambiar esta realidad es la creación de una escuela de baile. Yo tuve
que irme fuera, nunca fue una elección, sino una obligación. Siempre he
dicho que hay que hacer esfuerzos para que existan escuelas en mi casa
y de esta forma quiero implicarme yo mismo en ello.
A los vascos siempre nos ha gustado cantar y bailar.
El
canto está de sobra superado, con la ABAO pero el baile aún está un
poco pendiente. Ojalá lleguemos a parecernos a ellos, pero vamos poco a
poco.
Y como profesor, ¿es muy duro?
Más que duro soy muy exigente. Este mundo es bello, pero duro.
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