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Markitos expía los pecados colectivos
Markitos no escapa del triste final de la hoguera. Ésta es la crónica anunciada del mítico personaje de los carnavales rurales de Zalduondo, uno de los más famosos del territorio. El protagonista forzado es un muñeco que representa todos los males y penas. Hace ya 38 años que Zalduondo, el pueblo más pequeño de Álava, recuperó su carnaval rural, después de la prohibición de la dictadura. La concienzuda y rigurosa restauración de los etnógrafos Blas Arratíbel, Martiniano Martínez de Ordoñana y Joaquín Jiménez lo ha convertido en uno de los más completos y singulares del País Vasco.
En la cuna de Celedón, otro de los míticos personales locales, y donde cada Domingo de Carnaval se acercan cientos de personas a contemplar esta historia de máscaras, de muerte y de vida, todo gira en torno a Markitos, un muñeco grotesco de tamaño natural, embutido de paja y disfrazado con chaqueta negra y pantalón negro, como un señorito de ciudad, al que se le acusa de todos los males que sufre el pueblo y, por ello, debe pagar con su vida.
Un año más, a mediodía, tras la misa, el protagonista fue paseado por Zalduondo. Llevaba una gran txapela negra y un collar de cáscaras de huevos cocidos teñidas de rojo, verde y blanco. Como un condenado antiguo, fue llevado a la grupa de un burro y exhibido por las calles. Un mozo, con capa y sombrero, lo acompañó por su recorrido. A la altura del palacio de los Gizones o Lazarraga, Markitos fue desmontado y empalado en un largo mástil de en torno a cuatro metros al que llaman lata. Allí meditó durante unas horas sobre su culpa. Como todo rito de purificación, el carnaval de Zalduondo necesita un sacrificio simbólico y Markitos conoce su suerte: la hoguera que expíe los pecados colectivos.
Con el estómago lleno el pueblo clama justicia y todos se prepararon para el ajusticiamiento del protagonista de la fiesta. En torno a la lata todos gritaron y bailaron anunciando al mítico personaje su final bajo el intenso aguacero.
Acudieron todos hasta la lata, bajaron al muñeco y lo subieron a un carro tirado por un burro y que llevaba también una nasa, tejida con tallo de centeno y zarzas, que servía para guardar el pienso, donde le sentaron y le volvieron a pasear por el pueblo, entre imprecaciones de los presentes. El paseo lo realizó en compañía del juez que luego leería el sermón que justifica la condena. Detrás del carro, saltaban los personajes secundarios del carnaval de Zalduondo. El cenicero que lanza ceniza, la vieja que lleva sobre su chepa al viejo, los porreros, el oso o las ovejas también aportaron al desfile fantasía y colorido.
Tras el carruaje, sus padres -el personaje representado por el viejo y la vieja- lloraban su triste final en la hoguera. Este año, el intenso frío y el fuerte aguacero que caía en el momento del desfile obligaron a acortar el tradicional recorrido por las distintas calles del pueblo. Acompañado por sorgiñas, porreros o los zanpantzarris Markitos llegó al frontón donde el predicador leyó el discurso que sirvió de razonamiento jurídico para dar buena cuenta del personaje. El sermón del predicador es nuevo cada año y culpa al pobre muñeco de los distintos males que ha sufrido el pueblo a lo largo del año. Las muertes de los vecinos, los robos en casas y en la propia sociedad del pueblo, la crisis, el cierre de empresas cercanas donde trabajaban vecinos de la localidad o las riñas vecinales, entre otras, fueron algunas de las razones que han llevado este año al personaje a la hoguera. Antiguamente se le pegaba un tiro y un cartucho de dinamita lo descuartizaba. En la actualidad lo rocían de gasolina y le prenden fuego mientras los porreros danzan y cantan a sus despojos en el frontón y los presentes degustan vino caliente. Su vida ha sido fugaz, como el carnaval.
Dos personajes del desfile pelean en el suelo. (Foto: e.s.p.)
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