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Madera de joaldunak
Son los protagonistas del carnaval rural de Ituren y Zubieta. Soportan catorce kilos sobre sus riñones y recorren los cuatro kilómetros que les separan
Cuando se llega a Ituren y se ve a esos extraños seres del carnaval que son los joaldunak, nadie piensa en su esfuerzo, en su sacrificio físico. Pero se les mira con otros ojos cuando, antes de que se inicie la comitiva, se les ha visto las caras, los gestos contraídos, en el momento en el que les ciñen las pieles y los joares, los cencerros. Todo se sujeta con cuerdas y es necesario apretarlas en torno a los riñones como si se tratara de un corsé, para que nada se mueva en toda la mañana.
La cita en Ituren es al mediodía en el desván de la Casa Consistorial. Todos los participantes se reúnen en torno a un almuerzo para coger fuerzas y después, llega la hora de vestirse. En Zubieta, entretanto, la escena se repite. Camisa de cuadros, (blanca los zubitarras), pantalón azul, zapiñas, abarcas y las enaguas. Para lo demás necesitan ayuda. Ayuda y fuerza, mucha fuerza. «No aprietes más, creo que así ya es bastante», se oye en varias ocasiones. Sobre las enaguas se coloca una piel de oveja en torno a los riñones que se ciñe con cuerda. Pero la cuerda importante es la otra, la que sujeta los joares. Los dos grandes cencerros de cobre tienen una capacidad de diez litros cada uno y para que todo vaya bien no deben moverse. Cada joaldun necesita para vestirse la ayuda de otras dos personas y el trabajo es duro. «Nadie se imagina lo que aprieta esto». La verdad, es que todo el que ha visto cómo les colocan el pie sobre los riñones para continuar ajustando más, mientras se dice: «aguanta todo lo que se pueda soportar», tiene una ligera idea de lo que se debe sentir. Tras un par de respiraciones el trabajo continúa. Los de Ituren llevan encima de la camisa otra piel y dos cencerros pequeños de adorno. El pañuelo del cuello es de colores para los de Ituren, y de cuadros para los zubitarras. Al bajar a la plaza se colocan el ttuntturro, un gorro cónico adornado con cintas de colores y coronado con plumas de ave, y en la mano sujetan el hisopo hecho con crin de caballo. Con 14 kilos encima, ya están listos para comenzar.
Tras dar dos vueltas a la Plaza y recorrer las calles de su pueblo, los joaldunak de Ituren recogen a sus vecinos del barrio de Aurtiz. Todos juntos, a su vez, se reúnen con los zubitarras y se van acercando de nuevo a su pueblo. Sobre las tres de la tarde el sonido de unos 80 cencerros retumba en todo el Valle. Ya en la Plaza, la imagen parece de otro mundo.
El hartza, el oso, y su cuidador, no faltan en la comitiva. Se colocan en el centro de la Plaza y a los lados, dos hileras de joaldunak que siguen marcando el paso, para que el sonido sea uno. Diferente, dicen, según la climatología porque el cobre suena distinto según la humedad que haya. En torno a ellos, otros personajes del carnaval rural, los mozorros que azuzan y asustan a los vecinos y visitantes. Todo vale, máscaras de animales, pieles, pañuelos, telas de colores, vestidos salidos de algún arcón...
Con ellos la Plaza se transforma: paja, serrín, verduras, frutos secos, vuelan por los aires mientras el hartza persigue a todo el que muestra miedo.
Los joares han dejado de sonar. Les ha llegado el descanso al menos, hasta hoy que el ritual se repite pero a la inversa. Hoy los de Ituren acuden a Zubieta. Volverá el esfuerzo, las caras de dolor, pero para los joaldunak el carnaval merece la pena. Es el despertar de la naturaleza.
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