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Lucía Lacarra: "A los tres años decidí que tenía que dedicarme a bailar y si no hubiera podido, no habría sido feliz"

Cuando apenas tenía tres años, Lucía Lacarra (Zumaia, 1975) ya decía que quería ser bailarina. "Si no hubiera podido bailar, no habría sido feliz", confiesa. La primera bailarina de la Ópera de Múnich volverá a bailar "en casa" el 29 de mayo, en la V Gala

Egilea
Maite Redondo
Komunikabidea
Deia - Noticias de Bizkaia
Tokia
Bilbao
Mota
Elkarrizketa
Data
2010/04/04

La primera figura del Ballet del Estado de Baviera confiesa que nunca ha querido ser otra cosa. "No es algo que me guste, es algo que necesito". El próximo día 29 de mayo el público vasco tendrá la oportunidad de verla bailar sobre el escenario del Palacio Euskalduna de Bilbao, en una gala, organizada por la Asociación Bilbao Ballet Elkartea, acompañada por otros bailarines vascos que triunfan en Europa.

Llevaba mucho tiempo sin bailar en Euskadi.

La última vez cambié las zapatillas por el micrófono para presentar una gala en Euskalduna. Estuve de baja de enero a julio de 2009. Me rompí los ligamentos de la rodilla. Fue la primera lesión que he tenido en mi vida, no me puedo quejar en ese sentido. Pero, como lesión es la peor. Se sufre muchísimo. Pero, al mismo tiempo, tuve suerte, he podido contar con médicos y terapeutas maravillosos y me he recuperado en poco tiempo.

Va a bailar un paso a dos de "La Bayadere", "La Dama de las Camelias" y "Thais". ¿Por qué ha elegido estas piezas?

Son muy diferentes, La bayadere no se suele ver tanto en una gala. Es muy lírica, muy elegante y, al mismo tiempo, muy suave. Luego quería hacer dos piezas de dos coreógrafos a los que admiro mucho, John Neumeier, que es muy dramático, muy intenso. Y de Roland Petit, con el que ha trabajado muchos años.

¿Le hace ilusión bailar en casa?

Siempre me hace ilusión bailar en casa y me hace también mucha ilusión bailar con compañeros que han pasado lo que yo he pasado, que han seguido prácticamente el mismo proceso que el mío, se han preparado para conseguir una beca, han buscado una compañía y están bailando y triunfando en compañías europeas.

¿Lucía Lacarra siempre tuvo claro que quería bailar?

Desde que tenía 3 años decidí que me tenía que dedicar a ello. En aquella época, ni siquiera daban espectáculos de ballet en la televisión. Mi madre tenía una caja de música con una bailarina que daba vueltas. Me pasaba horas delante de aquel joyero. Muchas veces me he preguntado si aquello me influyó. No lo sé, creo que ya lo llevaba dentro. Pero, no pude empezar hasta que tuve 9 años. En aquella época, en Zumaia no había escuelas de ballet. Era bastante complicado. Yo le decía a mi madre que me llevara a San Sebastián a clase, pero, al principio, no me tomaban en serio.

¿Recuerda sus primeras zapatillas?

La primera vez que me puse puntas tenía once años. Pero las zapatillas me las compraron mucho antes. Fui tan pesada que mi madre me las tuvo que comprar, aunque no sabía ni cómo utilizarlas.

¿Y sus primeras heridas en los pies?

Recuerdo un verano que me fui a Madrid de cursillo con Menchu Medel, era la primera vez que trabajaba en puntas de verdad y tenía los pies destrozados, con una ampolla en cada dedo. No podía ponerme ni zapatos, iba con chancletas y cada día me pisaba alguien en la calle. Tenía los pies ensangrentados, pero me sentía tan bien... ¡Estaba haciendo puntas!

¿Y cuando planteó en casa que quería dedicarse a bailar?

Creo que mi madre se dio cuenta desde el primer día de que no me lo tomaba como hobby. Era pasión total. Mi profesora de Zumaia le recomendó que me llevara a Tarragona. Tenía 11 años y los profesores ya le dijeron que había que ayudarme para que me pudiera dedicar al baile. Mi madre estaba convencida de que se me iría un poco de la cabeza, pero enseguida se dio cuenta de que valía y que me tendría que ir de Zumaia. Un mes más tarde, empecé a tomar clases en San Sebastián. Creo que Menchu la terminó de convencer de que tenía lo que hacía falta para dedicarme al mundo de la danza.

Sería una decisión difícil para su familia...

Fue muy dura. Era la niña de la casa y si quería seguir bailando, me tenía que ir fuera. Con 13 años ya me quedaba en San Sebastián para tomar clases todos los días y poder presentarme a una beca y con 14 años, me fui a Madrid.

Tu primer gran salto fue llegar a la escuela de Víctor Ullate.

Víctor Ullate fue la primera persona que me dio un voto de confianza y me permitió estar encima de un escenario. Empecé con 14 años en la escuela y a los 15, me incorporó a su ballet como meritoria. Fue un profesor maravilloso que me dio una base, que es lo que dura para siempre. Además, me hizo creer en mí misma y encontrar ese talento artístico que ni siquiera sabía en aquella época que existía.

El gran maestro de la danza contemporánea, Roland Petit, creó para usted un ballet, "El guepardo". ¿Qué le supuso a usted esta época?

Me cambió muchísimo. Después de tres años bailando con Víctor, me di cuenta de que lo que me atraía era interpretar, que me dieran un papel, algo que me permitiera sumergirme en otro personaje. Cuando llegué a Marsella y tuve el primer contacto con Roland me encontré con un verdadero genio de la danza. Me dio la oportunidad de sentir en escena.

¿Y qué queda de aquella Lucía Lacarra?

Me siento igual que me sentía hace 15 años. Los premios los he agradecido muchísimo. Pero cada mañana, cuando me pongo a bailar, no pienso en los premios ni en el éxito del espectáculo de la noche anterior, ni en la gala que tengo que hacer la semana que viene. Pongo mi mente a cero y soy la misma que cuando me ponía delante de una barra en el estudio de Merche Medel. Hago este trabajo porque me apasiona, no buscando éxito ni reconocimiento.

¿Por qué hay tantos bailarines vascos como estrellas en grandes compañías europeas?

Una niña que nace en París, lo tiene más fácil, la meten en una escuela de la ópera, pasa a la compañía y su carrera está ya hecha. Esa misma niña, con las mimas cualidades, nace en un pueblo del País vasco y lo tiene mucho más difícil. Al final, se ve esa garra, ese esfuerzo, ese tesón que has tenido hasta llegar. Todo el mundo debería tener derecho a bailar en su propio país y no tener que irse por fuerza mayor.

Tanto trabajo y renuncias como exige ser bailarina, ¿merecen la pena?

Sí. Diez segundos en el escenario valen por todo el esfuerzo.

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