Dokumentuaren akzioak
Los últimos pasos de una bailarina hacia su despedida
La Royal Opera House de Londres se viene abajo cuando el Royal Ballet termina 'Winter's Tale', de Christopher Wheeldon. Pero los aplausos se intensifican cuando una menuda bailarina hace una reverencia al público que clama fervorosamente. Allí, en el escenario que le ha visto brillar durante trece años, recoge las flores que le dan tras una de sus últimas funciones. Hay vítores y más vítores. Itziar Mendizábal (Fuenterrabía, 1981), primera solista del Royal Ballet, en su trance final como bailarina después de una larga carrera, se despide a sus 42 años de Polaina, uno de sus roles favoritos, delante de un público que le ha visto crecer, entre ellos, su madre, su hermana y su sobrina.
«Poner fin a una carrera es complicado. Es más sencillo si tienes otra vía que recorrer, en mi caso la docencia. Cuando eres maestro el foco tiene que estar sobre otros y no en ti. Hasta ahora sentía que el foco estaba conmigo, pero ahora me siento preparada. No quiero ser el centro», cuenta Itziar horas antes de ese aplauso mientras toma una pieza de fruta en una de las salas laterales al palco real. A pocos metros está situado el escenario sobre el que esta noche se despedirá de uno de los ballets que más alegrías le ha dado. Poner un punto y final en una carrera como bailarín es ir contra natura. Mientras que el resto de los mortales se retiran al jubilarse, los bailarines tienen que elegir el momento de mayor madurez y al mismo tiempo de brillantez para que el público no sea consciente de su declive. «Gran parte de tu identidad es ser bailarina y no sabes cómo vas a reaccionar después de bajarte de los escenarios, todo el mundo es reemplazable, pero es cierto que no es fácil». Aunque aún le queda al menos una temporada por delante, ir despidiéndose de sus roles es complicado.
El Covent Garden es un laberinto lleno de pasadizos que llevan a distintas salas. Itziar se dirige a la quinta planta, a la sala Fonteyn. Allí va a tomar la primera clase de la mañana, algo completamente sagrado para los bailarines y que aprendió desde bien pequeña. «No recuerdo mi primera clase, pero sí que tenía claro que quería ser bailarina. No había plan B». La carrera de un bailarín es exigente desde el primer día que entra en un aula, lo aprendió de su primera maestra Elvira Ubierna. Y Mendizábal sabía que si quería dedicarse a ello, tenía que salir de su tierra, de Fuenterrabía, en Guipúzcoa.
Con 14 años llegó a la escuela de Víctor Ullate, y entró más tarde en su compañía. De allí saltó al Ballet de Zúrich como solista. En 2006 se incorporó al Ballet de Leipzig en ese mismo puesto, y allí se convirtió, más tarde, en primera bailarina. Mendizábal creía estar ya en la cumbre de su carrera cuando le llegó la posibilidad de audicionar para el Royal Ballet. Es complicado que bailarinas ya formadas entren en la compañía en un puesto relevante, pero Mónica Mason, entonces directora del Royal Ballet, le invitó a una audición. Meses más tarde Itziar Mendizábal era primera solista de la compañía. «A veces me tengo que pellizcar para creerme que sigo aquí aunque lleve trece años», explica antes de la clase. Comienzan a entrar los bailarines al aula. Se respira respeto. Los más benjamines ceden los primeros puestos en la clase a los más veteranos. Y así comienza cada día su jornada haya o no haya función esa noche. Itziar ejecuta la clase, pero sin forzar demasiado el cuerpo para estar bien para la función. Después de la barra, pasan al centro para hacer grandes saltos, piruetas y puntas.
Los bailarines se vuelven a enfundar calentadores, chaquetas y pantalones de chándal porque el calor del cuerpo debe aguantar y no enfriarse para la función. Itziar sale a buscar sus puntas en una sala que cuenta con cientos de cajones con los nombres de cada una de las bailarinas. Se las hacen a medida y en ese pequeño habitáculo diseñan y mimetizan la zapatilla al traje en aquellos ballets donde es necesario como 'Alicia en el País de las Maravillas'. La relación del bailarín con su cuerpo es compleja ya solo por el hecho de pasar más de seis horas al día delante de un espejo desde bien joven. «Siempre fui delgada y comí bien, pero mis compañeras de la escuela me hicieron cuestionarme lo que comía. Empecé a pensar que iba a engordar y decidí comer menos. Al adelgazar, mis padres me dijeron que volviera a casa y Víctor Ullate me dijo que o ganaba peso o no bailaba. Es curioso porque no empezó de mí y eso es un peligro. Es algo muchas veces contagioso y además en una época en la que eres muy vulnerable», reconoce. Su familia salió al rescate y su padre fue tajante. «Sé que me odiarás toda la vida porque te quito lo que más te gusta, pero lo primero es tu salud. Prefiero que estés bien aunque me odies», le dijo seriamente. «Al día siguiente comí muy bien», asegura Itziar entre risas.
Estar en el camerino de un bailarín es adentrarse en la más estricta intimidad de su existencia. Los espejos de la sala están divididos por pequeños carteles con los nombres de las primeras solistas. Itziar está en la esquina y aunque cuenta con un espejo gigante no tiene tanto hueco para mirarse porque muchos recuerdos han invadido el espacio. Sobre todo habita Julen. «Mi mayor sueño no era bailar, era ser madre, y Julen es el mayor regalo de la vida», reconoce emocionada. Aunque algunos crean que un hijo puede desestabilizar la vida de un bailarín, en el caso de Itziar, Julen llegó cuando la vida estaba más arraigada que nunca, y su carrera ha brillado aún más. La bailarina está sentada frente al espejo maquillándose mientras una de las peluqueras le va haciendo el moño trenzado. Quedan pocas horas para la función y se va preparando para ello.
La jornada de un bailarín es intensa y son muchas horas dentro del teatro cada día. Es algo que llevan integrado desde bien jóvenes, pero en ocasiones, es bueno intentar desconectar. «Siempre he tenido amigos fuera del ballet en los países que he estado. Es saludable hablar de otras cosas, esto a veces es una burbuja. Ayuda a valorar los sueños de los demás, que son igual de importantes que los tuyos, aunque lo nuestro parezca más vistoso». Mientras terminan de prepararle el pelo, Itziar señala una de las fotografías de su hijo Julen.
Del camerino pasa a otra de las salas para calentar antes de la función. A su lado está Sarah Lamb, primera bailarina, y juntas se preparan minutos antes de la tragedia de William Shakespeare. Al mismo tiempo, el patio de butacas de Covent Garden comienza a llenarse. Mientras Sir Antonio Pappano, director titular de la Royal Opera House, firma libros en la entrada. Las luces se apagan y comienza la función. Enfundada en un traje azul, encarna a Paulina, que llora la muerte de Hermione y el pequeño Mamilio, y sostiene al marido de Hermione, sumido en el remordimiento tras dejarlos morir por celos. Paulina no es la protagonista, pero el tercer acto lo hace suyo al afrontar la reconciliación de un hombre devastado y arrepentido con su pasado y uniendo la muerte, la vida y el perdón en un mismo escenario. A través de la dramática coreografía de Wheelon, Itziar se desplaza sobre las puntas con los brazos curvados, como si se tratara de un ángel, y trata de controlar su propio dolor y el resentimiento de la pérdida a través de su cuerpo. «Bailar me ha ayudado a canalizar muchas emociones. La danza me ha salvado en los momentos más complicados».
Con el público aplaudiendo y flores a sus pies, Itziar saluda elegantemente a los espectadores, aún seria tras haber interpretado uno de los roles más profundos de su carrera, pero con la satisfacción de haber hecho una gran interpretación. Cuando vuelve a los camerinos con flores en los brazos trata de desvestirse lo más rápido posible, ducharse y quitarse el maquillaje. Toda una jornada en torno a una función, y en diez minutos nada queda del rol de Paulina, solo Itziar. Tras vestirse de nuevo, sale con su abrigo y sus flores por la puerta de los artistas y allí le esperan varios seguidores que le regalan más flores y le piden autógrafos. No es fácil tener los pies en la tierra cuando vives rodeado de elogios y aplausos. «Mi familia y mi cuadrilla son quiénes me mantienen en la tierra. Nunca se me ha tratado como a alguien importante. La humildad de mi entorno me hace ser humilde. Mi padre siempre decía que el ballet no lo es todo y es bueno que se te recuerde esto».
Acaba de comenzar la temporada de la compañía y la bailarina se encuentra en un momento crucial de su carrera, en la que además puede escoger qué roles quiere asumir y cuáles no. Hace unos meses se despidió de otro de sus grandes papeles, la amante de Lescaut en 'Manon'. «Hay cosas que ni siquiera he pensado, como el cambio de mi cuerpo tras dejar la danza. Pero bueno, si vienen algunos kilitos de más, bienvenidos serán», asegura riendo. Itziar Mendizábal es primera solista del Royal Ballet, pero también forma parte de una familia que le espera cada noche en casa para abrazarla. «Hay gente para los que esto es todo y les es muy difícil pensar una vida sin la danza, pero poco a poco voy dejando ir todo esto y es más fácil porque tengo una familia. Es un privilegio seguir bailando, pero aún más tenerlos a ellos», recuerda mientras señala a su familia. Itziar alza el vuelo en su última etapa como primera solista de una de las mejores compañías del mundo. El telón bajará, pero la vida continúa porque el bailarín se reinventa e Itziar tiene por delante un nuevo camino acompañada siempre por los suyos.
Dokumentuaren akzioak