Los mil y un pasos de una bailarina

A los catorce dio el salto a Madrid, a la escuela de Víctor Ullate y allí coincidió con figuras ahora consagradas como Ángel Corella, María Giménez o Tamara Rojo. A los quince compaginaba su formación con su trabajo profesional en la compañía de Ullate. Con dieciocho años cambió Madrid por Marsella y de estar a las órdenes de Ullate, que casi «enfermó con su marcha» según ha dicho, pasó a formarse con Roland Petit, al que considera un «genio» y uno de los mejores coreógrafos. Con Petit trabajó durante otros tres años antes de viajar a San Francisco y convertirse en la primera bailarina del ballet de la ciudad, el más prestigioso en Estados Unidos.



En septiembre pasado se incorporó a la Ópera de Munich aunque combina este trabajo con actuaciones como invitada en otras compañías y escenarios mundiales. En diciembre pasado, recibió de manos del Príncipe Alberto de Mónaco el premio Nijinski a la mejor bailarina del mundo. 150 periodistas y 60 expertos de la danza la eligieron tras analizar su trayectoria de 2001. En la votación también contó el respaldo popular a través de internet, en el que se notó el empuje que dieron sus paisanos de Zumaia.