Edukira salto egin | Salto egin nabigazioara

Tresna pertsonalak
Hemen zaude: Hasiera Hemeroteka Ligeras reflexiones en torno al carnaval

Dokumentuaren akzioak

Ligeras reflexiones en torno al carnaval

Pese a su actual falta de arraigo, la fiesta tuvo históricamente carácter popular en Pamplona

Egilea
Joxemiel Bidador
Komunikabidea
Diario de Noticias
Mota
Kronika
Data
2001/03/04

En un suplemento literario aparecido recientemente en un medio estatal en el que se encaraba el tema de la edición de obras literarias, el periodista nos hablaba de la superpoblación de escritos y libros existente en la actualidad. En España -seguía- se publican cada año sesenta mil libros, y claro, no solamente falta el sitio material para colocarlos, tanto en bibliotecas y librerías como en los hogares particulares, sino que también faltan los sacrificados lectores que los decodifiquen. Así pues, no es casual que en la actualidad sea el expurgo una de las palabras mágicas del mundo del libro: expurgo bibliotecario, expurgo editorial y expurgo distribucional. Recientemente ha habido que cantar el réquiem por la librería Axular de Vitoria-Gasteiz. ¿Quién lo iba a imaginar?

Se nos antoja que con el carnaval sucede, en gran medida, y al igual que con otras muchas de las fiestas populares que inundan el calendario, lo que con la literatura. Porque en líneas generales, la literatura con mayúscula ha sido prácticamente desplazada por el mercado literario. Y el carnaval, aunque también en otros parámetros, ya no es sino el mercado carnavalesco. Empieza ha haber demasiado donde elegir, y esto nos llevará en poco tiempo, sino nos ha llevado ya, a la necesidad del expurgo festivo, ante la falta de calidad, ante la falta de tiempo y espacio, y sin duda, ante la presión económica. Lo demás serán devaneos, también de largo aliento, y aunque legítimos, abocados al selecto divertimento minoritario, y por ende al consiguiente fracaso a más corto que medio plazo.

Claro ejemplo de lo que decimos es el carnaval de Pamplona, el cual para mucha gente y por los más diferentes motivos, ni siquiera existiría, y de existir, tendría su escenario por excelencia en el mes de julio y más modernamente la última noche del año. No hay duda de la veracidad del carnaval histórico pamplonés. Su presente arraigo sería otra cosa, pero ahí tenemos los numerosos testimonios que diferentes historiadores han ido exhumando en los archivos. Tal vez el más famoso sea aquel que citado por Jimeno Jurío nos habla de la edición de 1601, aquella en la que el sacerdote natural de Arguedas y residente en la ciudad Pedro Escudero fue procesado por salir el martes de antruejo disfrazado de cardenal, subido sobre una mula, mientras impartía bendiciones a diestro y siniestro y sus pajes procedían al reparto de unas cédulas o papeletas en las que se podía leer: Mientras doy la bendición / y de aquesta mula bajo / dirán con gran devoción / cinco o seis veces ¡carajo!.

Los intentos que por revitalizar esta antigua fiesta en la capital navarra en los últimos años se han venido sucediendo no pueden ser calificados siempre de rotundo éxito. Cierto es que los organizadores del actual programa carnavalesco del Casco Viejo no pretenden crear una fiesta para toda la ciudad, pero no es menos cierto que para una gran parte de los pamploneses lo viejo no es un barrio más, y lo que allí se hace nos resulta tan propio o más cercano que lo que en nuestros mismos barrios se anuncia, aunque no tengamos la suerte de vivir intramuros. En cualquier caso, y respetando la intimidad del carnaval de Mari Trapu, no se puede ignorar la larga serie de iniciativas que por parte de diversos colectivos se han llevado a cabo con objeto de recrear un modelo de carnaval característico de la ciudad. Generalmente estos intentos han partido de grupos folclóricos. En la actualidad es la fiesta que la Asociación de Caldereros de Pamplona realiza por lo general el fin de semana anterior al de carnaval el más ambicioso proyecto. La primera edición de la fiesta data de 1993, cuando miembros del grupo de danzas Iruña Taldea decidieron salir disfrazados de zíngaros, al más puro estilo de los caldereros donostiarras a pesar de su denominación más oriental de kauterak. Desde aquella primera salida son muchas las innovaciones que esta fiesta ha venido teniendo en estos ocho años. Se ha creado una asociación que rebasa aquel primer ámbito del grupo Iruña Taldea, se han introducido nuevos elementos que han alargado el programa como son las danzas de los zaldikos, los gigantes de fuego, la sierpe, el oso Margarito o las danzas de los seises que interpretan los niños de Uharte. Incluso este año ha participado la tarasca de los danzantes de San Lorenzo fuera de su escenario natural del día del Corpus Christi. Pero a pesar de lo completo del programa sigue habiendo quien no reconoce todas estas actividades como el carnaval propio de Pamplona. No hay duda de que las actividades realizadas por los caldereros tienen mucho de espectáculo, pero no se puede negar que también ofrecen un espacio para la participación popular en la sesión vespertina de los caldereros.

OTRAS iniciativas realizadas en la ciudad anteriormente han fracasado, sin duda, por el mínimo resquicio que ofrecían a la participación popular que permitiera una posterior identificación. Así, los diferentes espectáculos carnavalescos que a principios de la década de los 90 ofreció la agrupación folclórica Duguna -mascarada suletina, juicio farsa de Lanz, karroxa de Valcarlos, y montaje de bailes de carnaval-, aunque éxito de público, no ayudaron en modo alguno a la creación de un ambiente carnavalesco en la ciudad. No parece, en cambio, que esta formula haya sido descartada por el citado grupo, cuando este año ha vuelto a la carga colocando en su escaparate etnográfico la ronda del carnaval rural de Olite.

En esto de la recreación de espectáculos carnavalescos que sirvan como elemento identitario de una localidad parece que han tenido más éxito las pequeñas localidades. Las razones pueden resultar obvias, pero también es cierto que el ejemplo de localidades como Altsasu -momotxorroak-, Lesaka -zakuzarrak-, Bera -caldereros e iñude ta artzaiak-, Cascante -zarrapotes-, Cintruénigo -zarramuskeros-, Olite -ronda del carnaval rural-, Berriozar -Txolin-, Burlada -Martingala-, o Estella -palokiak-, entre otras, en las que se han recuperado/reinventado sus propios carnavales, pueden ser un buen ejemplo para Pamplona. Aún más claro puede ser el ejemplo dado por la ciudad de Tudela. En la capital ribera el carnaval goza en la actualidad de una magnífica salud. Muestra de ello es el bando que para esta edición hizo público el consistorio por medio del cual se quería frenar la violencia de cierto tipo de disfrazados. La repetición de la historia con tan castiza prohibición no muestra sino el total restablecimiento y naturalización de la fiesta. Para ello fue necesario que en su momento se creara una comisión de carnavales que recuperara el desaparecido cipotero, personaje ya descrito en 1842 por Yanguas y Miranda en un artículo aparecido en el madrileño Semanario Pintoresco Español de Mesonero Romanos. La recuperación del carnaval tudelano ha sido recientemente enriquecida, además, con la inclusión de la Polka del Carnaval Tudelano, nuevo baile basado en una partitura de ese nombre fechada en 1896.

HABRÁ quien eche de menos en todos estos nuevos carnavales la intimidad de la celebración ruralísima centrada en la puska-biltzea. Pero es el de la aglomeración uno de los elementos inherentes al carnaval desde siempre. Buena muestra de ello son los cuadros renacentistas de Brueghel. Es el tema de la aglomeración una de las más actuales discusiones en torno al desarrollo de los espectáculos carnavalescos. Casos como el de Arizkun son acaloradamente discutidos, pero sin duda, la normalización mediática también llegará allí en pocos años, si es que no ha llegado ya. Más paradigmático resulta aún si cabe el caso de Lantz.

En la actualidad se viene considerando que el carnaval de Lantz ya gozaba en su tiempo de merecida fama entre los pueblos circunvecinos. Prueba de ello sería la presencia de músicos de cierto renombre como los ttunttuneros baztaneses Elizalde e Iriarte. No obstante llegó a desaparecer por las conocidas razones que afectaron la celebración de la fiesta en la primera mitad del siglo XX. Personas afectas al nuevo régimen como lo eran José María Iribarren y José Esteban Uranga lograron una relajación para la villa de Lantz de la orden que prohibía los carnavales para 1944 con objeto de su posterior estudio etnográfico. Por idénticos motivos los hermanos Caro Baroja recibieron el permiso pertinente en 1964. Desde entonces la celebración de los carnavales en Lantz se viene celebrando ininterrumpidamente. Es esta una de las localidades en las que el espectáculo más se ha masificado. Infinidad de coches y autobuses obstaculizan el carretil de acceso a la villa, e incluso intimidades como la preparación de Ziripot en la ganbara de la posada lantzearra son anualmente holladas a los ojos del público sin el menor reparo de sus actores. Sin duda, es este de Lantz el rey de los carnavales navarros, y la fama que le precede augura su supervivencia a pesar de la falta de habitantes, que es subsanada puntualmente no sin algún que otro sofoco.

Dokumentuaren akzioak