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Lantz a escala reducida
EL repunte de la natalidad se hace evidente también en el carnaval de Lantz, donde, el domingo, los niños se adueñan de las calles.
Este municipio, cruce de caminos entre los valles de Anué y Ultzama suma unos 120 vecinos en su padrón. De ellos, una docena escasa son niños en edad escolar. La cifra es la más alta de las últimas décadas. Buen ejemplo es Ander Esain. Tiene 16 años y es el único representante de su generación en el pueblo. "Quien le sigue por arriba tiene ya 24 años y, entre los niños, el mayor ronda los 9", explica Luis Mariñelarena Saralegui. Es uno de los jóvenes que ha decidido fijar su residencia y criar a sus hijos en el pueblo y confía en que eso contribuya a mantener el carnaval infantil. En todo caso, precisa que, en Lantz, siempre han echado mano de primos y amigos para completar el desfile infantil, de manera que nunca ha faltado a su cita.
Tampoco ayer. Y precisamente Ander Esain encarnó a Ziripot, el gordito bonachón hostigado una y otra vez por el zaldiko y los herreros (arotzak), seguido por el bandido Miel Otxin. Medio centenar de txatxos trataron de amedrentar a todos los que se encontraron en su camino. Que fueron muchos. Como siempre, el carnaval de Lantz congregó a cientos de personas, apostadas junto a la puerta de la posada, base de operaciones de la fiesta. Allí se come, se bebe, se canta y se baila. Pero, además, las paredes de su añejo desván son el camerino en el que los vecinos se transforman sin complejos, ante la mirada de decenas de curiosos. Responden pacientes a las preguntas y son objetivo de flashes y cámaras, ávidos de retratar una de las fiestas tradicionales más conocidas de Navarra, recuperadas de la mano de los hermanos Julio y Pío Caro Baroja.
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