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La zumaiarra etérea
Con apenas cinco años, la pequeña Lucía quería ser «una bailarina de
verdad», para lo que añadió el velo de novia de su ama a su primer
disfraz. De Mentxu Medel recibió las bases formativas y su pasión por
la danza. Con quince años, se traslada a Madrid para continuar su
aprendizaje con Víctor Ullate (1990-1994), quien le inculcó la
disciplina, el rigor y la seriedad, además de darle su primera
oportunidad profesional. En el Ballet Nacional de Marsella (1994-1997),
Lucía encontró a dos personas cruciales: Roland Petit, con quien
descubrió la experiencia de bailar con el alma, y Cyril Pierre, su
pareja artística y sentimental.
Convertida en Bailarina
Principal, Lucía inaugura su palmarés con los Premios Danza&Danza y
Positano (1995). La aventura americana les lleva al San Francisco
Ballet (1997-2002), época en la que el Premio Nijinsky (2002)
-considerado el oscar de la danza- le consagra como 'la Mejor Bailarina
del Mundo'. Un nuevo giro de su carrera les conduce al Ballet de la
Ópera de Munich, en 2002. La zumaiarra obtiene el prestigioso Premio
Benois de la Danse (2003) y el reconocimiento estatal con el Premio
Nacional de Danza (2005).
Su participación en el Concierto de
Año Nuevo (2007) convirtió al Danubio Azul en su actuación más vista en
el mundo. Aunque considera que el aplauso del público es el mejor
galardón, la etérea Lucía recoge con ilusión y emoción el cariño de los
suyos, plasmado en forma de medalla.
No está nada mal para quien sólo soñó con ser «el último cisne del cuerpo de ballet».
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