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La vida es danza
Crítica
E todas las galas de danza a las que he asistido -y ya son varias-, la combinación ofrecida últimamente por el Teatro Gayarre me parece una de las más atractivas; porque, junto a las espectaculares arias de los grandes nombres de la danza clásica, ha ofrecido cuadros de danza contemporánea, con argumentos cerrados y compactos, lejos de la inevitable fragmentación que siempre supone el asomarse al Cascanueces o Don Quijote. Los bellísimos retazos de estos ballets en bailarines de primera fila, siempre saben a poco.
Junto a estrellas rutilantes de la danza, dos bailarinas pamplonesas, B. Uhalte y M. Sainz, que se abren paso en ese firmamento, fueron las encargadas de abrir las dos partes de la velada, respectivamente. Ambas, con coreografía propia, con dignidad, corrección y cierta poética que, sin embargo, no parecen llenar del todo las posibilidades de su técnica dancística. Lucía Lacarra y Cyril Pierre, en el Cascanueces, son la perfección de la danza clásica, y de la perfección no cabe decir nada, sino disfrutarla.
En la segunda parte, con Light Rain abordan lo clásico desde la modernidad, o viceversa. Lucía Lacarra y Cyril Pierre bordan una coreografía de Gerald Alpino basada en la precisión de ajuste con la música. La estética es más brusca, pero en ella conviven las puntas con nuevas figuras corpóreas, como la arquitectura neogótica y luminosa de Calatrava. En esta misma dirección se movieron Rut Miró y Carlos López. Rut, con Musa, de V. Ullate, se apodera de la tradicional barra de baile y la supera, liberándose de ella, pero a la vez atada a su clasicismo. Carlos López, con Jaleos, también de V. Ullate, demuestra una fortaleza y dominio corporales espléndidos; también su danza nueva y poderosa está llena de pasos clásicos. Y es que no hay nada más bello que abordar lo moderno con el bagaje bien asimilado de lo clásico. Ambos bailaron el Don Quijote, coreografiado por Petipa, con un vigor admirable, aportando una visión estética propia. Helena Lizari y Marc de Pablo rompieron la gala con una original y genialmente interpretada coreografía de la primera sobre el tedio de la convivencia y la ruptura del aburrimiento. Dis-Position I y II con coreografías llenas de humor y fantasía realista que hacen pensar y emocionan, sobre todo en su realización; el virtuosismo exhibido por Marc de Pablo se sale de lo corriente.
Otro mundo aparte, y cerrado también en sí mismo, es el flamenco. Ya nadie duda de que el flamenco es baile grande y ha de estar a la misma altura que los grandes clásicos. Beatriz Martín destiló, en el corto tiempo del espectáculo, la esencia del ambiente profundo y pasional del flamenco: taconeo y manos en un cuerpo expresivo y lleno de elegancia.
Cerró la gala, como broche de oro, la famosa coreografía de los fundadores de la compañía 10 & 10 Danza, Anyway, una visión de la vida, la muerte, la soledad, el amor..., en definitiva, de lo que atañe al hombre, que mezcla la magia de Lindsay Kempf, la disciplina de lo clásico, el riesgo y una imaginación portentosa capaz de hacer fuegos artificiales de los polvos de talco. Su versión dancística del adagio de Samuel Barber es una de las más sobrecogedoras que he visto. Ovación de gala del público, de esas acompañadas de bravos.
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