La Veronal, compañía de danza
Dirección: Marcos Morau. Programa: Sonoma. Coreografía: Marcos Morau e intérpretes. Bailarinas: Barral, Boix, Cambra, Durán, Montfort, Navarra, Nogal, Rodríguez y Ching Wong. Escenografía: Janzá y Pascual. Luces: Jansá. Vestuario: S. Delagneau. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: 3 de mayo de 2024. Público: Lleno el patio de butacas y primer palco (de 19 a 15 euros).
Me sigue admirando el conocimiento que Marcos Morau tiene del folclore, y las poderosas lecturas que hace para extraer sus esencias y plasmarlas en pasos de danza originales, citas inverosímiles que le sirven para contar historias igualmente poderosas. Su trayectoria, en este sentido, es admirable: nos deslumbró con la lectura del folclore vasco con Kukai Dantza, (2016); y del folclore ruso, con Tundra, (2019), En este caso, se sirve de su aguda visión de las tradiciones ancestrales de nuestros pueblos, para hacer un extraordinario recorrido por la influencia de la religión –con la delgada frontera entre lo sagrado y lo profano–, en nuestra historia; tema que ya tocó, también, en Voronia, (2020), y que siempre ha tenido mayor incidencia –todo hay que decirlo– en las mujeres. De ahí que el cuerpo de baile sea exclusivamente femenino. Sin llegar a la acumulación de diversas disciplinas artísticas de Firmamento (2023), sigue siendo marca del coreógrafo el poblar los alrededores de la danza con diversos artefactos de atrezo (cabezudos, cajones rodantes como ataúdes o cajas de Pandora –siempre hay varias lecturas–, un techo que oprime más que protege…), o mandar a sus bailarinas recitar o cantar. Siempre buscando el impacto visual y la sorpresa. “Sonoma” busca su origen en el sonido del cuerpo (del griego soma=cuerpo y del latín sonum=sonido), tanto desde la voz, como desde la caída o diversos contactos del propio cuerpo. La proclamación de las Bienaventuranzas (ampliadas a bondades profanas, ecológicas, etc.), una pesada cruz que aplasta a la mujer, el ambiente, más bien tenebrista, de luz, y la atmósfera un tanto doliente, marcan el comienzo del espectáculo. Desde ahí, hasta el atisbo de cierto paraíso, al final, más iluminado, y la rabiosa y reivindicativa Rompida de Calanda que hacen las bailarinas, asistimos a unas citas concretas de diversos mundos de danza, excelentemente bailados. Son impecables estas bailarinas cuando van a la simetría, su movimiento de brazos y manos configuran cuadros bellísimos, y asimilan a la perfección la esencia de los bailes populares, tanto las más cercanas, como los exóticos. Volvemos al siempre espectacular desfile de de los pies-patines con traje talar muy hermoso. El vestuario, también juega un papel muy importante: desde detalles de cofias del folclore francés (esta obra parte de una pieza para el ballet de Larraine), o, también, al estilo Amish, (esa comunidad tan sometida a la religión); hasta los elementales camisones blancos, pasando por el luto riguroso, o los velos como momias.
Hay momentos de un fulgor especial, por ejemplo el baile de la jota, destilada hasta casi la quietud, con un movimiento de brazos y manos que, sin embargo, muestran gran poderío. Su realización es perfecta. Otro paso que me sorprendió fue el sacado de la danza de los zancos de Aguiano (La Rioja): con una calculada asimilación de los giros por parte de las bailarinas. Y, por supuesto, todo lo referente a las danzas de trasfondo místico (algo de Derviches…), a guiños a las tareas de la mujer (fregar el suelo), incluso a la fertilidad: no es que aparezca el bautismo profano de los bebés que se hace en Castrillo de Murcia (Burgos), pero casi. Ciertamente, en las propuestas de Borau, a uno, también, se le despierta la imaginación.
La Veronal nunca decepciona. Su espectáculo te somete a recuerdos y, sobre todo, a preguntas. Aquí, además con el surrealismo de Buñuel como fondo de lo más críptico. El público aplaudió a rabiar puesto en pie.