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La utopía de Al-Andalus

Crítica,Tempomobile

Egilea
Teobaldos
Komunikabidea
Diario de Noticias
Mota
Kritika
Data
2004/05/06

CADA vez se ve como más utópico el que tres culturas -la cristiana, la árabe y la judía- convivieran en un mismo espacio y tiempo de paz, en una realidad física llamada Al Andalus. Hoy, desde luego, es más un deseo que una realidad medianamente alcanzable. Quizás sea también utópico tratar de concretar en un solo espectáculo de danza la inmensa riqueza que encierran esas tres culturas. Becky Siegel y sus bailarines lo intentan con un espectáculo más sugestivo en todo lo que rodea el movimiento corporal -luz, proyecciones, vestuario-, que en lo que la danza propiamente dicha expresa. Parte el espectáculo de una elección musical a priori interesante, con una envolvente y rica polifonía renacentista que representa la cultura cristiana. Le sigue una música rítmica de evocación árabe, y queda menos definida la aportación judía. En cualquier caso, todos estos mundos musicales tan caleidoscópicos y tan encontrados quedan sumidos en una especie de música placebo que todo lo iguala, y que sumergen a los bailarines en un espacio-tiempo bastante indeterminado, que da poco juego a la variedad dancística. A mi juicio, una vez superados los primeros quince minutos de belleza estética y luminosa, de ambiente colorista en proyecciones y vestuario, el espectáculo se estanca con la propia música y no sale de un adagio interminable que dura una hora, de la hora y cuarto del total del espectáculo. Y para mantener la tensión de un adagio de esas proporciones, los pasos y la originalidad coréutica tienen que ser novedosos y sublimes. Bien es cierto que la interpretación musical, en directo -una gran virtud de este ballet-, fue impecable, tanto en el dominio y variedad instrumental de Paxariño con sus flautas y saxello, como en el teclado multiplicador de sonidos de Sánchez. Pero la música estaba lejos de crear tensión y evocar mundos tan ricos, y, lo que es más importante, de proporcionar a los bailarines argumentos que cuadraran sus pasos, los cerraran en gestos más concretos o los sublimaran. La tónica general del ambiente sonoro es la de dejar los movimientos abocetados y sin definir, en un soltura poco comprometida y poco bailada. Excepción a esta tónica general fue el paso a dos precioso de los bailarines en el suelo, en una amalgama polifónica de los cuerpos francamente admirable, de una belleza en algunas poses de gran ballet, y no exenta de riesgo. Fue, sin duda, la cumbre de la tarde. Muy bien estuvo, así mismo, la ambientación fílmica del espacio, desde el gótico proyecto en el suelo, hasta las explícitas cerámicas, pasando por cuadros de color sugerente para la escena. El vestuario, así mismo, fue un avance con respecto a otros mensajes. Y a gran altura, también, algunas aportaciones individuales de las bailarinas de gran delicadeza y del bailarín con gestos cercanos al mimo, que enriquecían una presencia muy poderosa en todas las intervenciones.



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