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La revista 'Txistulari' dedica un número especial al Baztan
Entrevista a los txistularis de la saga Larralde y ofrece sendos estudios extensos sobre las sagar dantzas y soka dantzas del valle
La revista abre con una entrevista a Javier y Patxi Larralde, txistularis de Arizkun, uno nacido en 1927 y el otro en 1966. «El txistulari es la memoria musical del pueblo», reza el titular. El hijo, Patxi, cuenta que la afición a la música proviene de la abuela paterna. La madre de su padre Javier, tenía un padre txistulari, llamado Juan León Ustaritz, que era del barrio de Bozate en Arizkun, del barrio de los agotes. «Yo diría que los agotes eran gente txistulari, y que los dantzaris solían ser hijos de las casas importantes del pueblo», comenta Patxi.
Javier comenzó a tocar el txistu cuando contaba ocho años. El txistu se lo regaló el cura del pueblo, Irigarai. Entonces el txistulari del pueblo era Antonio Elizalde, quien era originario de Aniz, vivió en Amaiur y luego se trasladó a a vivir a Arizkun.
En la entrevista, el hijo, Patxi Larralde, relaciona siempre el txistu con el baile: «Para cuando comencé a dominar las mutil dantzas con el txistu ya me las sabía, habiéndolas oído una y otra vez. Es más sencillo así. Primero hemos sido danztaris y luego txistularis. Las mutil dantzas no son como el resto de danzas. La memoria es fundamental. Si te equivocas al bailar, no pasa nada, pero al tocar... ¡Y entonces no había partituras! No son danzas difíciles, pero es fácil despistarse. Si mientras tocas las bailas mentalmente, costará que te confundas. Tienes que tocar y, a la vez, bailar en tu interior. Si los dantzaris las repiten en los ensayos, nosotros aún más. Por eso, el txistulari es la memoria musical del pueblo».
«Doña Vergüenza»
Javier conoció tensiones con el cura del pueblo en la década de los 50. «En aquella época comenzaron las disputas, a cuenta del baile al agarrado. En la víspera de San Juan se le pedía al cura la llave del campanario para tocar la campana y lanzar unos cohetes. El permiso para bailar llegaba de Pamplona. Estábamos tranquilos con el permiso y fuimos donde el cura, a por la llave, y nos soltó: 'De tocar, habría que tocar campanas de muerto, ¡porque ha muerto la señora doña Vergüenza!'».
Posteriormente hay sendos trabajos extensos -a cargo de Patxi Larralde- sobre las sagar dantzas y las soka dantzas del valle de Baztan. En los artículos se hacen referencias continuas a las labores de recuperación de las mismas, en las que Patxi fue uno de los principales protagonistas. Hay que tener en cuenta que en los 80 Patxi y su padre Javier recorrieron varios pueblos del valle entrevistando a personas de edad, a veces con resultados infructuosos, pues no recordaban excesivos detalles. Décadas de abandono habían hecho mella. Estos dos trabajos quedan clausurados con unas reflexiones al respecto, a cargo de Jose Ignazio Ansorena.
La revista cuenta también con semblanzas de dos txistularis que han dejado con su fallecimiento honda huella: el zarauztarra Manolo Urbieta y el zegamarra Javier Otaegi. Este último falleció de forma dramática, cuando dirigía un concierto en la iglesia de su pueblo.
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