Dokumentuaren akzioak
La reina está sola
Crítica, Elizabeth I, El último Baile
La mirada de Lindsay Kemp sobre la figura de esta reina
y mujer parece teñida sobre todo de recuerdos que transcurren ante ella
como una película a cámara lenta. Ella es el centro de todo, pero
parece imposibilitada para decidir sobre su propia vida. Y cuando lo
hace, como esas firmas de sentencias de muerte para María Estuardo y
para su amado conde de Essex, parece que otra fuerza externa dirige su
mano.
Sin duda esa imagen de la mujer atrapada en su propia vida, ausente y presente; poderosa e inerme, es lo más interesante del espectáculo. La atractiva presencia escénica que sigue teniendo Kemp consigue dotar en algunos momentos a Elizabeth de un cierto halo que sería exagerado denominar como mágico, pero que sí se transforma en una atractiva imagen de la soledad que el poder muchas veces trae de compañera.
Pero las miradas, por muy particulares que sean, han de ir acompañadas de algo más para convertirse en un espectáculo poderoso. Y eso no sucede con este montaje que parece confiar demasiado en la fuerza de su protagonista, que a estas alturas de su carrera tampoco es ni mucho menos la de antes.
Todo resulta no sé si demasiado ingenuo en su planteamiento teatral o demasiado pobre en elementos tan necesarios como la interpretación, la dirección y, sobre todo, la capacidad de contar, de narrar de una forma que, como por desgracia ocurre, no sea tan ortopédica. El resultado son bastantes minutos en los que poco de lo que allí arriba sucede tiene interés. Hay chispazos aquí y allá, pero pronto regresa ese ritmo de tierras movedizas y ese aire tan antiguo. Al final vuelven la reina y la mujer desnuda y con ellas un poco de vida.
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