CUANDO las palabras se van, llega la música y el baile, ese lenguaje ancestral de los pueblos con el que se cuenta maravillas. No hay que olvidar que aquella bailarina inmortal llamada Martha Graham nos lo advirtió tiempo atrás: nuestros brazos comienzan en la espalda porque una vez fueron alas. Con ellos se baila, con brazos y piernas; con los brazos se extraen de la cuerda y el viento las melodías que nos llevan y nos traen. En fiestas y romerías, en solemnes celebraciones, en kalejiras y en alegres biribilketas. “No quiero gente que quiera bailar, quiero gente que tenga que bailar”, dijo George Balanchine, aquel bailarín de San Petersburgo que se hizo leyenda en el Mariinski.
En imágenes: La necesidad de la dantza en las venas Borja Guerrero