Dokumentuaren akzioak
La fiesta de San Juan
Cuentan,
a falta de documentos que lo certifiquen, que el ser humano siempre ha
buscado en los dioses justificación a lo que no entiende y así que, en
su estadio más primitivo, adoró la luz y la oscuridad, el sol y la
luna, y luego el calor y el frío, y dividió su vida en lo que llamamos
invierno y verano. Cuando pastoreó y se hizo agricultor dicen que
añadió nuevas estaciones: en primavera trabajaba la tierra, en verano
esperaba el fruto de lo sembrado, en otoño vendimiaba y en invierno
gastaba en fiestas lo ganado durante el año organizando bacanales y
carnavales.
Y, más allá de motivaciones políticas o de poder, que de todo hubo, creó dioses responsables de todas sus actividades y sentimientos hasta que fueron desapareciendo cuando entendió que la tierra no daba mejores frutos haciendo sacrificios a la diosa Ceres, sino cuando utilizaba buenos abonos, y que Thor, el dios del Trueno, no era el responsable de las tormentas sino que éstas se producían por fenómenos atmosféricos perfectamente estudiados.
La Iglesia Católica adaptó a su calendario muchas de las costumbres precristianas y celebró a San Juan durante el solsticio de verano y la llegada de la nueva luz, cuando el día comienza a ser más largo, fue el momento elegido para anunciar la llegada del Mesías, del Niño Jesús, de la Navidad...
Así es como encontramos mucha similitud en los rituales del 24 de junio y del 24 de diciembre. A la inversa que en Navidad, el 24 de junio comienza una época de penumbra... los días empezarán a ser más cortos, habrá oscuridad y deberá ahuyentarse al Diablo, a la Bruja, al Dragón... que reinarán los próximos meses, purificándose con ruido, agua y fuego.
Será llegado el momento de las hogueras, a las que se arrojará todo lo malo, de las aguas benditas, con las que nos lavaremos, y del ruido con el que nos protegeremos del Mal.
Era la plaza de la Constitución el lugar elegido en San Sebastián para proceder a este ritual. Cuentan viejos escritos que a dicha plaza tan solo debía acudirse la víspera de San Juan porque era cuando dejaba de ser gris y llorosa, pensativa y solitaria, para convertirse en lugar de alegría donde los danzarines la rejuvenecían al amparo del tamboril y el chisporrotear de las llamas.
Había tapices en los balcones, colgaduras de gala en la Casa Consistorial, gentío en los soportales y enorme silencio cuando por la calle Iñigo hacia su entrada la Cruz Parroquial de San Vicente. En el centro de la plaza un fresno -disfrazado de cerezo, porque se le colocaban muchas cerezas en las ramas que luego serían fruto del deseo de los chiquillos que las intentarían coger utilizando el árbol como cucaña- sería bendecido. Terminada la ceremonia religiosa era llegado el momento de que los niños y, en versión más moderna, los grupos de danzas bailaran la gizon-dantza o aurresku. Cuentan los cronistas que fueron los gascones quienes trajeron a San Sebastián este rito cristiano que ha perdurado hasta nuestros días, aunque, en la noche de San Juan, en la actualidad los chicos ya no están autorizados, como antaño lo estaban, para empujar a las chicas que llevaban cántaros de agua a sus casas. Ni las mujeres que quieren parir acuden la noche del 23 a pasear desnudas por los prados, ni se reúne la familia para hacer pócimas con el muérdago machacado que curará a los epilépticos.
Se ha perdido en el tiempo la época en la que se celebraban fiestas en la entonces oscura y tortuosa calle de San Juan, donde era venerada una efigie del santo, y tampoco encontramos personas dispuestas a trocear los árboles quemados en las hogueras del día 23 para que los trozos obtenidos, colocados junto al plato de cada comensal, presidan la cena de Nochebuena sin olvidar el trozo destinado a Dios.
Y a la inversa, nadie lanzará a la hoguera, como antes se hacía, el árbol que desde Navidad ha protegido los hogares de todo espíritu maligno.
En nuestra ciudad, la quema del árbol en la plaza de la Constitución se mantuvo hasta el año 1869, fecha en la que el acto fue suspendido al considerarse arriesgado por la proximidad de las casas. Se restableció en 1880 a petición de los amantes de la fiesta, pero en 1912, por 12 votos contra 8, el Ayuntamiento decidió no celebrarlo. En 1914 el entonces concejal José Elósegui quiso recuperar la fiesta, sin conseguirlo. Lo intentó en 1915 y por fin en 1916, por 16 votos contra 7, se acordó bendecir el árbol quemando simbólicamente su parte inferior. Al baile acudían niños de las escuelas y desde 1957 el grupo de danzas Goizaldi como sucesor del primitivo grupo creado por José Lorenzo Pujana, que lo venía haciendo desde 1927.
Una novedad se produjo el año 1980 cuando el Ayuntamiento en Corporación, presidido por Jesús María Alkain, acudió a la plaza ataviado 'a la antigua usanza'.
Quizá una de las más curiosas anécdotas de esta fiesta se produjo hace poco más de una década cuando, jubilado el encargo municipal de estos menesteres, al nuevo se le pasó encargar el árbol que debía bendecirse. Llegado el clero, banda y dantzaris a la plaza, se encontraron que no había nada que bendecir por lo que sacaron una maceta de un bar cercano y, colocándola en el centro, realizaron el acostumbrado ritual. Con el paso de los años, Goizaldi ha ido añadiendo al aurresku distintas melodías antiguas que se interpretaban a principios del XIX.
Y, más allá de motivaciones políticas o de poder, que de todo hubo, creó dioses responsables de todas sus actividades y sentimientos hasta que fueron desapareciendo cuando entendió que la tierra no daba mejores frutos haciendo sacrificios a la diosa Ceres, sino cuando utilizaba buenos abonos, y que Thor, el dios del Trueno, no era el responsable de las tormentas sino que éstas se producían por fenómenos atmosféricos perfectamente estudiados.
La Iglesia Católica adaptó a su calendario muchas de las costumbres precristianas y celebró a San Juan durante el solsticio de verano y la llegada de la nueva luz, cuando el día comienza a ser más largo, fue el momento elegido para anunciar la llegada del Mesías, del Niño Jesús, de la Navidad...
Así es como encontramos mucha similitud en los rituales del 24 de junio y del 24 de diciembre. A la inversa que en Navidad, el 24 de junio comienza una época de penumbra... los días empezarán a ser más cortos, habrá oscuridad y deberá ahuyentarse al Diablo, a la Bruja, al Dragón... que reinarán los próximos meses, purificándose con ruido, agua y fuego.
Será llegado el momento de las hogueras, a las que se arrojará todo lo malo, de las aguas benditas, con las que nos lavaremos, y del ruido con el que nos protegeremos del Mal.
Era la plaza de la Constitución el lugar elegido en San Sebastián para proceder a este ritual. Cuentan viejos escritos que a dicha plaza tan solo debía acudirse la víspera de San Juan porque era cuando dejaba de ser gris y llorosa, pensativa y solitaria, para convertirse en lugar de alegría donde los danzarines la rejuvenecían al amparo del tamboril y el chisporrotear de las llamas.
Había tapices en los balcones, colgaduras de gala en la Casa Consistorial, gentío en los soportales y enorme silencio cuando por la calle Iñigo hacia su entrada la Cruz Parroquial de San Vicente. En el centro de la plaza un fresno -disfrazado de cerezo, porque se le colocaban muchas cerezas en las ramas que luego serían fruto del deseo de los chiquillos que las intentarían coger utilizando el árbol como cucaña- sería bendecido. Terminada la ceremonia religiosa era llegado el momento de que los niños y, en versión más moderna, los grupos de danzas bailaran la gizon-dantza o aurresku. Cuentan los cronistas que fueron los gascones quienes trajeron a San Sebastián este rito cristiano que ha perdurado hasta nuestros días, aunque, en la noche de San Juan, en la actualidad los chicos ya no están autorizados, como antaño lo estaban, para empujar a las chicas que llevaban cántaros de agua a sus casas. Ni las mujeres que quieren parir acuden la noche del 23 a pasear desnudas por los prados, ni se reúne la familia para hacer pócimas con el muérdago machacado que curará a los epilépticos.
Se ha perdido en el tiempo la época en la que se celebraban fiestas en la entonces oscura y tortuosa calle de San Juan, donde era venerada una efigie del santo, y tampoco encontramos personas dispuestas a trocear los árboles quemados en las hogueras del día 23 para que los trozos obtenidos, colocados junto al plato de cada comensal, presidan la cena de Nochebuena sin olvidar el trozo destinado a Dios.
Y a la inversa, nadie lanzará a la hoguera, como antes se hacía, el árbol que desde Navidad ha protegido los hogares de todo espíritu maligno.
En nuestra ciudad, la quema del árbol en la plaza de la Constitución se mantuvo hasta el año 1869, fecha en la que el acto fue suspendido al considerarse arriesgado por la proximidad de las casas. Se restableció en 1880 a petición de los amantes de la fiesta, pero en 1912, por 12 votos contra 8, el Ayuntamiento decidió no celebrarlo. En 1914 el entonces concejal José Elósegui quiso recuperar la fiesta, sin conseguirlo. Lo intentó en 1915 y por fin en 1916, por 16 votos contra 7, se acordó bendecir el árbol quemando simbólicamente su parte inferior. Al baile acudían niños de las escuelas y desde 1957 el grupo de danzas Goizaldi como sucesor del primitivo grupo creado por José Lorenzo Pujana, que lo venía haciendo desde 1927.
Una novedad se produjo el año 1980 cuando el Ayuntamiento en Corporación, presidido por Jesús María Alkain, acudió a la plaza ataviado 'a la antigua usanza'.
Quizá una de las más curiosas anécdotas de esta fiesta se produjo hace poco más de una década cuando, jubilado el encargo municipal de estos menesteres, al nuevo se le pasó encargar el árbol que debía bendecirse. Llegado el clero, banda y dantzaris a la plaza, se encontraron que no había nada que bendecir por lo que sacaron una maceta de un bar cercano y, colocándola en el centro, realizaron el acostumbrado ritual. Con el paso de los años, Goizaldi ha ido añadiendo al aurresku distintas melodías antiguas que se interpretaban a principios del XIX.
Enlaces Patrocinados
Dokumentuaren akzioak