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Hemen zaude: Hasiera Hemeroteka "La dureza de la danza es parte de su belleza"

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"La dureza de la danza es parte de su belleza"

Lucía Lacarra

Vive para la danza pero sin olvidar si vida privada: su marido, y sobre todo su madre, la mujer que la dejó volar en sueños cuando era una niña que demostraba talento pero que tenía que marcharse de casa para poder llegar a una formación de excelencia en el baile. Su meta estaba a kilómetros de su pueblo, Zumaia, pero según avanzaba en la danza, también se ampliaban las distancias con los suyos.
Egilea
Rosana Lakunza
Komunikabidea
ON - Grupo Noticias
Mota
Elkarrizketa
Data
2013/10/05

Bailar, bailar, bailar... Es el verbo que más ha conjugado Lucía Lacarra desde los nueve años. No era una obsesión, pero sí una pasión. Se recuerda a los tres años diciendo que quería ser bailarina. Comenzó en su pueblo y dice que el primer día que se agarró a la barra en la academia de baile de Zumaia sintió que su sueño empezaba a ser realidad, y que aquello que llevaba dentro sin saber por qué, iba a ser su profesión. Perdió a su padre con dos años y era la niña de la casa, aunque su madre, que hoy se emociona cuando asiste a un espectáculo de su hija, sabía que cada paso de ballet que la niña daba era una alejamiento. Lucía se emociona cuando habla de ella y de cómo venciendo cualquier atisbo de egoísmo le dejó poner tierra por medio para que tuviera la mejor de las formaciones en el mundo de la danza. Es una mujer seria, que pone el alma en lo que hace, pero que busca el equilibrio en su vida privada, en su familia.

Muchos años con las zapatillas puestas, ¿no?

Profesionalmente, veintitrés años, desde los quince. No empecé a bailar hasta los nueve años, porque vivía en un pueblo pequeño y hasta entonces no había academia de danza.

¿Qué es lo que le llevó a bailar?

Un deseo interior; me nació dentro. En Zumaia, el pueblo donde vivía, no había tradición de danza y en mi familia nadie se dedicaba a bailar; pero desde que tenía tres años decía que iba a ser bailarina. Hay niñas que cambian de opinión sobre lo que quieren hacer, pero yo era constante: quería ser bailarina e iba a ser bailarina.

¡Qué rotundidad!

Era lo que pensaba de niña y soy bailarina. Ni yo sé exactamente por qué sentía esa pasión.

Da las sensación de que no le podemos preguntar qué hubiera sido de no ser bailarina...

No. No ha habido ni un segundo en mi vida en el que yo me haya hecho esa pregunta. Tenía claro mi futuro: iba a ser bailarina y era lo único en lo que pensaba.

Bailar limita otras muchas actividades, sobre todo a una niña.

Bailar era una vocación total, no una actividad más. Si una niña de trece años está dispuesta a dejar a su familia por poder bailar, lo de no patinar, no esquiar o no salir los fines de semana porque tienes espectáculo son efectos secundarios de una vida que has elegido tú y que no suponen un gran sacrificio. Al menos yo nunca lo he vivido así.

¿Se ha arrepentido alguna vez de haber escogido una profesión tan exigente?

Al contrario. Me siento afortunada, porque no ha habido ni un solo segundo en todos estos años en el que me haya arrepentido de lo que hago.

Dejó a su familia a los trece años, ¿cómo fue su experiencia?

Eso fue lo más duro. Estaba tan apasionada con la idea de bailar, de hacer más, de avanzar, que seguía adelante con la idea de progresar y progresar. Me di cuenta de lo que era estar sola el primer día que me encontré en San Sebastián para estudiar. Esa primera noche que pasé en San Sebastián me di cuenta de que para poder bailar iba a tener que estar sola, y que no iba a poder vivir más con mi familia. Fue un momento difícil que duró un día, una noche, pero que todavía lo recuerdo porque es cuando me fijé en lo que me iba a exigir la danza. Después de esa noche me encontré con que iba a un colegio nuevo, con gente nueva, y que esa iba a ser mi vida.

¿Y qué sacó de esa experiencia?

Saber que mi vida iba a ser así, saber que aún era una niña pero que estaba obligada a madurar y a valerme por mí misma. Me obligó a independizarme, pero a la vez me dio fuerza para asumir esa dedicación y esas ganas de darlo todo por bailar.

Esa es su parte de la historia, pero ¿cómo la vivió la otra parte, su familia?

Fue algo muy duro. Yo perdí a mi padre cuando tenía dos años. Era la niña de la casa, la cariñosa, y al morir mi padre siendo yo tan pequeña era el apoyo de mi madre. Era la típica niña de la que se podía decir: Está en las faldas de su madre y no irá nunca a ningún sitio. Mi madre sabía que en el nivel de Zumaia para bailar no era gran cosa, y cuando le iban convenciendo de que yo tenía mucho talento, me llevó a Tarragona a un cursillo de danza.

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Le fue abriendo puertas ¿no?

Ja, ja, ja... Ne llevó con la idea de que me diera cuenta de que el nivel que tenía no era nivel de verdad, sino que era un nivel de pueblo, pero la que se llevó la sorpresa fue ella, porque todo el mundo se volcó en mí y le dijeron que podía ser una gran bailarina, aunque que si ella no me ayudaba, no llegaría a ningún sitio. Para mi madre eso fue durísimo. Siempre suele decir que ese fue el verano más deprimente de su vida, porque fue cuando se dio cuenta de que me iba a perder. Comprendió que para cumplir con lo que yo quería me tenía que dejar ir. Fue difícil y duro para ella.

¿Has sentido la dureza de la danza?

La dureza de la danza forma parte de su belleza. Para poder hacer una espectáculo donde todo parezca bello, maravilloso y etéreo, trabajamos horas eternas y sufrimos muchísimo físicamente. Tenemos estrés, no disponemos de fines de semana como las personas normales, y trabajamos semanas y semanas sin tener un día libre. Nunca tenemos unas vacaciones que podamos disfrutar. Esta es una vida muy, muy dura, pero es un carrera corta, y cuando decides ir a por ella, debes ir a fondo. El cuerpo es una máquina que tiene que estar engrasada, y no hay otra forma de hacerlo.

Algún descanso tendrá...

No un descanso prolongado; te tomas unos días aquí, otros allí... No puedes parar mucho, porque luego cuesta poner en marcha la maquinaria. Torturas tu cuerpo para ponerlo en un punto donde esté siempre en forma, para así seguir trabajando siempre a un nivel muy alto.

¿Una vida muy corta profesionalmente?

Comparándola con cualquier otra profesión, sí. La gente sale de la universidad a los veintitantos y puede seguir trabajando hasta los sesenta y tantos. Yo empecé a los quince años, pero en la danza todo el tiempo que bailas a partir de los cuarenta es como un bono, un plus especial. Hoy en día la gente con cuarenta años es joven, pero a nosotros los bailarines, se nos termina nuestra carrera, esa carrera por la que hemos trabajado toda la vida.

Supongo que también se sacrifican relaciones de pareja, de amistad...

Creo que eso es algo personal y que no es exclusivo de la danza. Hoy en día, las mujeres no somos como antes, cuando te educaban para casarte y tener hijos. Ahora las mujeres estudian, son profesionales, tienen carreras y tienen trabajo. Creo que es tan difícil compaginar el trabajo de una mujer que está en un banco o en una empresa y su vida familiar, como el de nosotras que estamos en una compañía de ballet. Yo estoy casada y tengo una vida privada igual que la de cualquier otra mujer.

¿Bailarina las 24 horas del día?

No. Es mi trabajo, es lo que siempre he querido hacer y es mi pasión, pero soy una persona normal y corriente que necesita tener una vida normal y corriente, porque es muy importante para poder guardar un equilibrio.

¿La maternidad?

Eso es mucho más difícil. Cuando el reloj biológico empieza a sonar es una edad donde nosotras estamos en plena carrera. Es muy difícil elegir un momento idóneo para poder quedarte embarazada y disfrutar de la maternidad de la forma en que tiene que hacerse. Entre los veinticinco y los treinta y cinco años una bailarina está en su mejor momento, y es muy difícil poder hacer las dos cosas.

¿Hay que elegir?

Claro. Cuando empiezas a pensar en la maternidad es complicado encontrar el momento. Tienes contratos que te llegan, tienes un calendario repleto y es difícil decir que lo anulas todo y paras, pero cada vez hay más bailarinas que consiguen compaginarlo bien. Imposible no es.

¿Cuantas horas baila al día?

Muchísimas. Como puedes comprobar tú misma, ahora tengo una semana en la que no encuentra ni tiempo para una entrevista, ni tiempo para una llamada de teléfono... Estamos preparando dos ballets, Romeo y Julieta y El sueño de una noche de verano y comienzo a ensayar ahora, cuando son las 12.30, y no paro hasta las ocho y media de la tarde, con solo media hora de pausa.

Sacrificio, lejanía familiar, pero un sueño cumplido. ¿Cree que su madre se ha sentido recompensada en sus sacrificios por los éxitos que ha conseguido su hija?

Para mí no hay nada más satisfactorio que ver a mi madre emocionada cuando vienen a verme bailar. He estado en Zaragoza, porque estaba bailando en un aniversario de la compañía de Víctor Ullate, y allí estaba ella. Va a venir a verme en los espectáculos de Romero y Julieta y se quedará para El sueño de una noche de verano. Para mí ha sido muy importante hacerle viajar y venir a Munich, ya que yo no puedo ir a casa todo lo que me gustaría. Para una mujer como yo, que lleva tantos años fuera de casa, no hay espectáculo más especial que aquel donde está mi madre sentada.

¿Recuerda el primer aplauso?

No se olvida nunca. Nunca se puede elegir el espectáculo más especial; hay muchos por muchos motivos: el lugar, la persona con la que bailas, el espectáculo en sí mismo... El primer aplauso lo recibí en Zumaia, en un espectáculo de fin de curso, cuando tendría unos diez años. No sería gran cosa, pero para mí sí que lo es y lo llevo dentro. El primer día que me cogí a la barra en la academia de mi pueblo ya me sentí bailarina.

¿Siempre se lo ha tomado todo tan en serio?

Sí. Recuerdo que estaba ya en Madrid, a donde iba dos veces por semana, y montamos un espectáculo para los padres. Hicimos una barra de calentamiento y cuando terminé, mi madre vino y me dijo: ¿No me has visto? Estaba sentada delante de ti. Le dije que sí, que la había visto y ella me contestó: Pues no lo entiendo, las otras niñas estaban saludando a sus padres y sonreían. Yo miré a mi madre -entonces tenía once años- y le dije: Ama, que estaba trabajando. Me lo tomaba muy en serio. Me consideraba una bailarina profesional por el hecho de estar haciendo una barra y tener a unas personas mirándome. No sé por qué me lo tomaba así, pero lo mío era dedicación total.

Los espectadores vascos van a tener la oportunidad de verla en Bilbao en la gala Los vascos y la danza.

Sí, el día 18 de este mes estaré en el palacio Euskalduna. Para mí es un placer y un honor que me inviten a la gala Los vascos y la danza. Estoy feliz y es importante actuar en Euskadi. Cuando sales de tu casa tan joven y dejas tu pueblo, a tu familia y a tu gente, poder volver es muy bonito. Me junto con ellos y estoy en un espectáculo precioso. Ya estuve hace tres años también y tengo unas ganas enormes.

¿Tiene añoranzas?

Sobre todo de mi gente, de mi familia, de mi madre. Euskadi es mi tierra y es donde me siento yo misma. Desde muy jovencita me convencí de que iba a vivir donde estuviera mi trabajo, y ha sido así. He vivido en lugares maravillosos, he viajado por todo el mundo, y quizá lo que echo en falta no es el lugar en sí, pero lo que echaré siempre en falta es a mi familia. Es curioso, cuando uno tiene a la familia al lado no la valora como lo hace cuando no está a su lado. Amo mi profesión, es mi vida, pero a la familia la he añorado tanto, tanto, que siempre voy y vengo para estar en contacto.

¿Qué tal se vive en Munich?

Muy bien, es una ciudad maravillosa. Es Alemania, pero es una ciudad diferente a otras, está en el sur y hay gente de distintos sitios. Llevo allí once años y veo una ciudad cambiada, menos cerrada. Se ha abierto la mentalidad. Tenemos un teatro maravilloso con un repertorio increíble, y eso para un bailarín es un tesoro. Tengo la posibilidad de bailar ballets maravillosos, estamos en el centro de Europa y viajar es muy fácil y confortable: hay vuelos directos a todos los lados.

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PERSONAL

Edad: 38 años.

Lugar de nacimiento: Zumaia (Gipuzkoa).

Trayectoria: Su interés por la danza lo mostró desde una edad muy temprana, a los tres años decía que quería ser bailarina, y a los 9 años comenzó a tomar clases en su Zumaia natal.A los 13, Lucía Lacarra ya se encontraba en Donostia, en la Academia Thalia de Mentxu Medel, y un año después llegaría a Madrid para ingresar en la Escuela de Víctor Ullate. Fue en esta prestigiosa escuela, de donde han salido otras estrellas de su generación como Tamara Rojo, Igor Yebra o María Giménez, en la que Lucía Lacarra comenzó a perfilarse como futura promesa de la danza. El Ballet Nacional de Roland Petit, donde pudo interpretar todo el repertorio del prestigioso creador, el Ballet San Francisco y el Ballet de la Ópera de Munich, en el que figura como solista desde que ingresara en 2002, conforman la carrera artística de esta bailarina, galardonada con el Premio Nacional de Danza en la modalidad de Interpretación, 2005. Un premio que se suma a otros en su haber, como el Premio Nijinsky 2002 y el Benois de la Danza 2003.

 

[Texto: Rosana Lakunza. Fotografía: Antonio Prudente. Editor: Bernard Werkmeister & Juliane Kahl. Asistente: Philipp Meichsner. Grooming: Renata Traupe]

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