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La danza de la vida

20 vecinas de Ermua practican la 'biodanza', que trabaja la música y el cuerpo para ayudar a liberar las emociones

Egilea
Ainhoa Lasuen
Komunikabidea
El Correo
Tokia
Ermua
Mota
Albistea
Data
2003/03/23

Se puede practicar en solitario, en pareja o en grupo. Según la profesora de este curso, Aurea, «lo que se consigue es integrar a la persona y sacar lo mejor de ella. De esa forma, por ejemplo alguien que esté acelerado o estresado se puede relajar; en el caso de tener depresión o estar baja, se potencian los ejercicios de vitalidad. Se recuerdan las ganas de vivir». No en vano se llama la danza de la vida o biodanza.



Durante 2 horas a la semana estas mujeres han repasado, por ejemplo, cómo caminan cada día, cómo vuelven a mirarse a los ojos, cómo vuelven a abrazarse. En definitiva, se intenta volver a sentir cosas que por una razón o por otra se han ido dejando de lado.



Las clases funcionan como un laboratorio en el que se experimenta lo que se puede hacer fuera. Es un espacio protegido en el que se permite todo, respetando a las demás. «Cuando sales de las clases, si cambia algo en ti, cambia alrededor, estás más cariñosa en casa, o más suave en el trabajo o caminas más relajada. Eres más consciente de tu movimiento y el cuerpo es una expresión de todo», manifiesta Aurea consciente de los beneficios que esta técnica aporta a sus alumnas.



Cada grupo de personas es diferente y requiere una técnica distinta. En particular, en las clases de Ermua, se ha jugado a rescatar la vitalidad ( con el 'juego de la niña'), también aprender a que a pesar de la edad se puede seguir siendo una mujer sexy, gustándose a una misma y a los demás y, algo muy importante, «por su educación de mujeres han sido enseñadas a dar mucho y deben aprender a recibir, algo que conseguimos a través del juego», explica la profesora.



Este tipo de trabajos de vínculo, de antiestrés y de comunicación son relativamente nuevos aquí. Aunque la biodanza fue ideada por un antropólogo chileno, se desarrolló mucho en Brasil. «Allí se trabaja mucho el volver a sentir, son más conscientes del cuerpo. Hay biodanza para taxistas o para cualquier gremio de trabajadores se usa como aquí el yoga o el aerobic. En Europa, lleva 10 años empezando por Italia y ahora se trata de traerla acá».



Algunos de los consejos que da esta profesora en sus clases es «caminar con el cuerpo más elástico más conscientes de nuestra armonía, soltar un poco el cuerpo y demostrar más el cariño o mirar a los ojos; disfrutar de comer, del sol y de la vida».



La alumnas están encantadas con la experiencia. «Ahora no vamos dobladas por la calle, caminamos con más armonía, también somos más amables con la gente que conocemos», aunque todavía les cuesta demostrar ese afecto con los de casa «pero por intentarlo que no quede, sin exagerar, porque no es cuestión de que se asusten», bromean.



Compartir espacios



El principal cambio que han experimentado con la biodanza es, señalan, el aprender a compartir el espacio. «Las mujeres estamos acostumbradas a dar cariño a nuestros hijos, al marido, etc. pero entre nosotras apenas nos tocamos, aquí quitas el sentido del ridículo. A qué punto hemos llegado si abrazarnos nos parece raro o al reírnos nos duele la mandíbula porque no lo hacemos hace tiempo».



Aurea confirma que sus alumnas han perdido esta clase de vergüenza. «Lo sé porque tengo una amiga que hizo un curso en Vitoria, pero por más que lo intentó no pudo lograr que participaran». Siguiendo el consejo de su profesora estas ermuarras se afanan en ser un poco más ellas mismas.

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