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La belleza exultante de Mariana Pineda

Crítica, Sara Baras: Mariana Pineda

Egilea
Ana Remiro
Komunikabidea
Diario Vasco
Mota
Kritika
Data
2003/12/18

El Mariana Pineda de Sara Baras, que el público donostiarra pudo presenciar en el auditorio Kursaal en representación única, es una auténtica joya artística. Una obra de arte sublime en todos y cada uno de los aspectos artísticos que la componen. La danza, la música, la escenografía, la iluminación, el vestuario...



Todas ellas fueron piezas perfectas de un todo armonioso, penetrante, poderoso y perfecto, pero, sobretodo, bello. El sentido estético durante toda la obra alcanza cotas superlativas. La medida de las proporciones, de las intensidades, de los colores, de los ritmos y de los espacios cutivaban por sí mismas como elementos de un gran contenido artístico propio. La sensibilidad extrema, las presencias rotundas al tiempo que delicadas, la precisión y exactitud absolutas fueron, además, rasgos que compartieron bailarines, músicos y cantaores constituyéndose en fuentes de enorme inspiración artística a nivel individual y colectivo.



Una enorme celosía árabe



Desde el primer momento el espectador se vió impresionado por una impactacte escenografía. Una enorme celosía árabe cubría el espacio escénico y sobre ella, situada en una elevada plataforma, la orquesta proyectaba una sugerente imagen en semipenumbra. Las magistrales evoluciones de los bailores se deslizaban delante y detrás de la celosía jugando con puertas y con un fondo, a veces espejo, a veces cristal, con el que desarrollaban sorprendentes operaciones de desdoblamientos de imágenes y personajes.



El blanco y el negro fueron los colores reinantes desplegados en un elegantísmo vestuario de bellas líneas y maravillosa caída. La iluminación, absolutamente excepcional, bañó las escenas de colores intensos y puros. El blanco, el ambar, el plateado, el rosa... Monjas y soldados, figuras de capa y sombrero, Mariana y sus tres hombres, zapateaban en arriesgadísimas combinaciones y soberbios unísonos mientras los asistentes disfrutaban de un sonido espectacular. Sus brazos y sus torsos desplegaban infinitas espirales arrogantes, vigorosas y tiernas.



La obra se desarrolló siempre en un tono armónico, sin estridencias y sin ningún drama. Fue una intensa y sublime estilización de la historia y de sus presonajes.



El púbico, que abarrotaba el Kursaal, se rindió completamente ante este magistral trabajo y apludió con furia y devoción el genio de estos maravillosos artistas.

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