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La belleza exultante de Mariana Pineda
Crítica, Sara Baras: Mariana Pineda
El Mariana Pineda de Sara Baras, que el público donostiarra pudo presenciar en el auditorio Kursaal en representación única, es una auténtica joya artística. Una obra de arte sublime en todos y cada uno de los aspectos artísticos que la componen. La danza, la música, la escenografía, la iluminación, el vestuario...
Todas ellas fueron piezas perfectas de un todo armonioso, penetrante, poderoso y perfecto, pero, sobretodo, bello. El sentido estético durante toda la obra alcanza cotas superlativas. La medida de las proporciones, de las intensidades, de los colores, de los ritmos y de los espacios cutivaban por sí mismas como elementos de un gran contenido artístico propio. La sensibilidad extrema, las presencias rotundas al tiempo que delicadas, la precisión y exactitud absolutas fueron, además, rasgos que compartieron bailarines, músicos y cantaores constituyéndose en fuentes de enorme inspiración artística a nivel individual y colectivo.
Una enorme celosía árabe
Desde el primer momento el espectador se vió impresionado por una impactacte escenografía. Una enorme celosía árabe cubría el espacio escénico y sobre ella, situada en una elevada plataforma, la orquesta proyectaba una sugerente imagen en semipenumbra. Las magistrales evoluciones de los bailores se deslizaban delante y detrás de la celosía jugando con puertas y con un fondo, a veces espejo, a veces cristal, con el que desarrollaban sorprendentes operaciones de desdoblamientos de imágenes y personajes.
El blanco y el negro fueron los colores reinantes desplegados en un elegantísmo vestuario de bellas líneas y maravillosa caída. La iluminación, absolutamente excepcional, bañó las escenas de colores intensos y puros. El blanco, el ambar, el plateado, el rosa... Monjas y soldados, figuras de capa y sombrero, Mariana y sus tres hombres, zapateaban en arriesgadísimas combinaciones y soberbios unísonos mientras los asistentes disfrutaban de un sonido espectacular. Sus brazos y sus torsos desplegaban infinitas espirales arrogantes, vigorosas y tiernas.
La obra se desarrolló siempre en un tono armónico, sin estridencias y sin ningún drama. Fue una intensa y sublime estilización de la historia y de sus presonajes.
El púbico, que abarrotaba el Kursaal, se rindió completamente ante este magistral trabajo y apludió con furia y devoción el genio de estos maravillosos artistas.
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