A sus 78 años, Kepa Vales García sigue pegado al txistu y al tamboril. Tal vez sea esa su figura más conocida presente en las citas folklóricas y reivindicativas. En ellas aparece y se coloca a un lado del escenario y desde allí, despliega un repertorio de hasta cien temas forjado en un camino que emprendió hace décadas, como parte de su compromiso vital.

De Yékora (Rioja Alavesa) se trasladó a vivir a Navarra con sus padres. A Salinas primero y de ahí a Villava, donde transcurrió su adolescencia. A los 12 años se incorporó a la escuela pública con un maestro falangista, “autoritario y violento que nos pegaba mogollón”. Villava era feudo carlista, recuerda. “Eran carlistas para no ser falangistas”, añade. En ese contexto, sigue el relato,” un chico sacó a la calle un txistu viejo de su casa Con el tiempo, vimos que su sonido molestaba a los falangistas. Así comencé a decir no, a ellos y al fascismo. Era una forma de tocarles las pelotas. Lo odiaban porque estaba relacionado con el nacionalismo”.

A los 18 años entró en las JOC. Él y sus amigos iban abonando el terreno para el aprendizaje del instrumento. “No había escuelas de txistu, ni txistus en las tiendas de música. Aprendimos de un miembro de la Sociedad Amigos del País, y alguien nos facilitaba el txistu. En mi caso, seguramente, Sixto Iragi, Nos daba clases gratis. Inquebrantable, extraordinario”.

Las primeras salidas fueron en Villava, con media docena de pasacalles, para acompañar al grupo de dantzaris. Era femenino, vinculado al Beti Onak, a la sombra del Círculo Carlista. “Era muy bonito y entrañable el ambiente que se montaba con poco repertorio”, reconoce.

Cumplidos los 25, Vales se independizó y se instaló en Pamplona. Mecánico de profesión y empleado de Imenasa, su trayectoria laboral se remonta a 1965. Cuenta que, vinculado al núcleo más dinámico de CCOO, en el año 1971 participó en la huelga de 45 días. Por esta implicación sindical se vio obligado a huir a Francia en el otoño de 1972 hasta su regreso con la amnistía de 1976.

A partir de 1978, a raíz de la agresión sufrida en los Sanfermines de aquel año, destaca que hubo un reactivo social extraordinaria, la necesidad de impulsar elementos de la cultura vasca: “Aprendizaje de euskera de adultos , gau eskolak y txistu. Grupos de chicas y chicos comenzaron una andadura preciosa”, relata con emoción. El siguió dedicando al instrumento buena parte de su tiempo libre, prácticamente autodidacta, sin método. En la Txantrea consolidaron dos grupos: uno de txistu y otro de fanfarre. Con el tiempo “la chavalería de la Txan ya tenía gasolina propia” , subraya.

En la década siguiente, se incorpora a aprender música en la ikastola municipal. con Xanti Begiristain (maestro y músico). “Aprendimos de él en la Gau Eskola y en la Universidad de Verano. La juventud llegaba formada en el conservatorio y ya cansado y con falta de tiempo, Vales dejó pasó a las nuevas generaciones. El nivel me echó y me distanció de la enseñanza”, declara. Pasó, entonces, años 90, a configurar grupos festivos y de recitales, como Txarmangarriak y Basauntza.

Monte, folklore y memoria

En 2002 inicia Vales su aventura con el grupo de montaña de Lagunak y une en Isaba, donde se instala a temporadas, sus dos aficiones: txistu y montaña. Una mañana de fiestas, rememora,” cogí el txistu y el tamboril y me dediqué a recorrer solo las calles del pueblo”. Al tiempo llegó el contacto con un grupo de aficionados locales y convirtieron en conservatorio la casa de uno de ellos, Julio Beretens.

Entre las vecinas, destaca a Susana Garde. “Nos trasladó la idea de recuperar el desaparecido Ttun-Ttun de Isaba y ella misma lo enseñó a quien quiso aprender. El Ayuntamiento cedió la sala de los bomberos para ensayar. Susana intervino también, en la percusión de la Banda de Txistu con sus castañuelas muchísimas veces. Es una extraordinaria persona además de un imprescindible soporte en el proceso de la recuperación de las danzas en Isaba”.

Aunque ha formado parte de Mugarik Gabeko Txuntxuneroak, hoy Kepa Vales va por libre. “La disciplina ya no va conmigo. Tal vez son los años. No acudo a las salidas. Me voy a Roncal al monte”, afirma.

Sin embargo, está ligado a la fiesta, al folklore del Valle de Roncal y también a la Memoria Histórica. Participa con la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra en sus actos memorialistas. Ha adaptado al instrumento y a sus posibilidades, temas como Grándola Vila Morena, Los Coros de Nabuco, ha compuesto In Memoriam (por Aritz Equiza) Himno a la República, La Internacional, Eusko Gudari, La marcha fúnebre de Gernika( Sorozabal) Txakarrankua, Paloteado... Con su sistema de chuleta y compases es capaz de tocar 30 piezas seguidas.

Imprescindible, junto a su inseparable Xanti Begiristain, se le ve desde hace 20 años en el homenaje del Alto de Igal para recordar a los prisioneros del franquismo organizado por Memoriaren Bideak.

“El txistu fue en épocas peleonas una militancia y una respuesta festiva. Había que sacarlo a la calle, darle un espacio cultural y generar un respeto a lo que representaba culturalmente el instrumento. Yo soy muy de alpargata. Hay que buscar la forma de no perder la calle. Actualmente la militancia está en otros aforos, en conciertos de sala. Son distintos escenarios y diferentes niveles de música. Pero es nuestra obligación moral enganchar con la chavalería, ganar a la afición. El txistu es un instrumento particular de nuestra casa. Hay que cuidar la renovación generacional”.