Los protagonistas del libro que reseño son colectivos sociales y personajes singulares. Se trata de gentes nacidas o residentes mayoritariamente en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia caracterizados por un conjunto de peculiaridades que los distinguen de los demás. Son hombres y mujeres encasillados en roles sociales diferenciados. Estos sujetos historiográficos forman parte de una comunidad de origen extranjera, son considerados heterodoxos radicales en una sociedad dominada por el catolicismo, los hay perseguidos porque sus denunciadores les responsabilizaron de practicar orgías escandalosas y magia negra, y, finalmente, contamos con otros contemplados como personajes determinantes de las fiestas de algunas localidades.
El libro Historias vascas. Judíos, Judeoconversos, Herejes de Durango, Caza de Brujas, Emperadores, Reyes Pájaro, Bufones y Cachimorros recoge historias que se desenvuelven en la Edad Media o en la Edad Moderna. Las cinco narraciones elaboradas focalizan la mirada en grupos minoritarios de la sociedad y en personajes festivos. Las actividades de estos colectivos o individuos, reales o imaginarias, constituyen episodios especiales de la historia del País Vasco. Los relatos históricos desarrollados servirán al lector para reflexionar sobre los convencionalismos humanos. Las actitudes adversas de grupos de la sociedad vasca con colectivos o personas, marginados desde algún punto de vista, descubren comportamientos específicos reveladores de las manifestaciones credenciales circulantes en la sociedad vasca.
Judíos, judeoconversos, herejes de Durango, brujas y brujos sufrieron en sus propias carnes el hostigamiento de las instituciones laicas y eclesiásticas configuradas en el espacio vasco y por supuesto también la hostilidad de personas que les envidiaban o les odiaban. Este libro, editado por Betagarri Liburuak, se ocupa de explicar de forma divulgativa los porqués de dichas manifestaciones. Me pareció interesante describir y analizar las actitudes de una parte de la sociedad vasca contra dichos sectores de la población, sobre todo porque en la actualidad, en pleno siglo XXI, sigue habiendo numerosos colectivos humanos relegados, discriminados o excluidos.
Las problemáticas abordadas tratan cuestiones, por tanto, que forman parte de debates aún no resueltos en el mundo contemporáneo. La cultura misógina imperante en el Medievo y en la Edad Moderna goza en el mundo global en que vivimos de una presencia considerable, más evidente en unos países que en otros, pese a los avances que se han dado al respecto. Igualmente, los problemas de adaptación de las minorías religiosas y sociales en el medievo cristiano europeo (mudéjares, mozárabes y judíos) siguen estando vigentes principalmente en colectivos inmigrantes con culturas y religiones diferentes.
Persecuciones, disputas...
En el primer caso, el estudio y las valoraciones realizadas sobre las mujeres perseguidas permiten apreciar las desigualdades e injusticias cometidas con aquellas que pertenecieron a la secta de Alonso de Mella y Guillén de Albisia, líderes de los herejes de Durango, y con aquellas calificadas de brujas. En el segundo caso se produjeron en el medievo disputas entre las jerarquías cristianas europeas y los disidentes con la doctrina oficial de la Iglesia Católica, y entre los poderes cristianos y quienes mantuvieron desde su llegada a Europa una religión propia. Me refiero en este último caso a los judíos y sus descendientes.
Los apartados dedicados a los judíos de Vitoria, Valmaseda, Laguardia, Estella, Pamplona, Tudela, etc. y a los judeoconversos ponen el acento en los estereotipos negativos cimentados ideológicamente en aquellos puntos de desencuentro con la comunidad cristiana, en la violencia ejercida contra sus bienes y personas antes de su expulsión y salida de Castilla y de Navarra, en los rechazados préstamos usurarios a los que se acogieron numerosos cristianos, y en la instrumentalización que los “cristianos viejos” hicieron de la ideología anticonversa para ascender en las esferas sociales y políticas, para eliminar o para arrinconar a sus competidores económicos mediante acusaciones vejatorias, muchas veces inciertas o falsas.
Los “cristianos viejos” reforzaron su diferenciación con los “cristianos nuevos” reivindicando su condición hidalga por vía genealógica o sirviéndose de fuentes de derecho local o territorial. Es esto más palpable entre los vizcaínos, que recordaban a sus vecinos y en los tribunales de justicia la posesión de su “hidalguía universal”, plasmada en el Fuero Nuevo de Vizcaya de 1526, y reconocida por el emperador Carlos V. Muchos vizcaínos, guipuzcoanos y alaveses se sirvieron del paradigma anticonverso y de su presunta hidalguía para lograr alcanzar objetivos económicos, sociales y políticos que de otro modo no hubieran conseguido o que su consecución habría requerido mucho más tiempo. En cualquier caso, la minoría judía y judeoconversa asentada en ciudades y pueblos alaveses, vizcaínos, guipuzcoanos y navarros, es un asunto relevante. Medir su presencia, su papel y su influencia en el espacio vasco tiene su interés.
El capítulo dedicado a los herejes de Durango es de especial trascendencia en la Península Ibérica donde el número de movimientos heréticos bajomedievales no supera los dedos de una mano. La narrativa describe la implantación de la secta en el Duranguesado, la persecución de que fue objeto por los poderes locales, eclesiásticos y regios, y las consecuencias que se derivaron sobre todo en el Señorío de Vizcaya entre 1437 y mediados del siglo XV. Son palpables las conexiones de los principales dirigentes del grupo de Durango con la secta del aragonés Felipe de Berbegal, fraile observante franciscano que acabó siendo echado de la orden religiosa, las probables relaciones familiares del fraile Guillén de Albisia con gentes del Duranguesado y su entorno –lo que ayudaría a estrechar lazos con la población–, la simpatía que algunas familias acomodadas les prestaron, en particular miembros del linaje Ibarra, el atractivo que ejercieron sus ideas heterodoxas en mujeres jóvenes de la comarca, el apoyo que les prestó la beata María Sáenz de Urquiaga –quizá también la complicidad de otros miembros de los linajes Urquiaga, Láriz y Echaburu– y la utilización del discurso antiherético para dilucidar rencillas personales entre los vecinos y dejar claro quiénes mandaban en última instancia en la villa de Durango y en su merindad.
La ‘Dama de Vizcaya’
El apartado dedicado a la brujería contextualiza la creación de dicho imaginario, narra las leyendas de la Dama de Vizcaya y del francés Hendo, y desarrolla las denuncias de brujería en las tierras de Zeberio y Arratia, valles en donde sus pobladores vivieron un auténtico infierno en vida. El odio que explotó entre sus vecinos por la caza de brujas fue el causante de dicho drama. Lo acaecido en el valle de Zeberio no fue de menor gravedad que lo sucedido poco antes en Durango con la caza de “brujas de Amboto” y más tarde, a principios del XVII, en Zugarramurdi (Navarra) y en Labourd, donde el propio obispo de Baiona se rebeló contra las arbitrariedades y crueldades promovidas por el inquisidor Pierre de Lancre desde San Juan de Luz.
Los tribunales inquisitoriales en 1537 y los poderes locales en 1553 dieron crédito a las denuncias referidas –muchas de ellas en euskera, incluso se afirma que la Virgen María se dirigió en esta lengua a unos niños a principios del XVII en Oñate–, por varias niñas y un niño de Zeberio contra supuestas brujas y brujos. Estas acusaciones se instrumentalizaron para combatir a aquellos cristianos que presuntamente no se aplicaron lo suficiente en el cumplimiento estricto de la doctrina de la Iglesia. En el proceso judicial se describe el imaginario creado sobre las brujas y brujos en el Edad Media vizcaína, incluidos raptos de niños y el “aquelarre”.
La niña Catalinche de Guesala, “el anticristo”, su tía Mari Ochoa de Guesala, Diego de Guinea, su amigo Juan de Arana, enemigo acérrimo de brujas y brujos, y el clérigo Iñigo –abad de Arandia– que hizo lo posible porque fueran apresados, juzgados, condenados y castigados, son personajes centrales de este relato. El clérigo exigía a sus feligreses el cumplimiento riguroso de la religiosidad cristiana. Paradójicamente, Iñigo tuvo varios hijos, probablemente con barraganas.
Se completa el libro con un capítulo dedicado al estudio de Reyes Pájaro, bufones y cachimorros. Estos y otros “hombres de la fiesta”, que alegraron los pueblos de Rioja Alavesa con sus chanzas, burlas y risas, se representan simbólicamente en la iconografía medieval como seres fantásticos e híbridos –mezcla de hombre/mujer con animal– a los que determinados sectores sociales relacionan con el demonio y critican por favorecer con su música, sus danzas y sus mimos comportamientos obscenos. Precisamente, en las iglesias de Laguardia se tallaron un hombre/pájaro, un músico/gallo y un mozo/gallo, imágenes que los estudiosos vinculan con los cómicos, bufones, músicos profanos y “reyes juveniles –Reyes Pájaro–” que divierten a las gentes con sus gracias, danzas, movimientos y gestos, al mismo tiempo que se burlan en ocasiones de las jerarquías laicas o eclesiásticas. La desaparición del Rey Pájaro, una fiesta más popular, y la pervivencia de bufones, arlequines, bobos, locos y cachimorros se explican en el marco de los cambios sociales e ideológicos operados a lo largo de las Edades Media y Moderna.
En fin, judíos, judeoconversos, herejes, brujas, bufones, Reyes Pájaro y cachimorros son colectivos y personajes con historias singulares.